viernes. 29.03.2024

La preocupación por la crítica situación económica y sus consecuencias acapara la mayoría de los titulares de los medios de comunicación, de los discursos políticos, de los debates, de las tertulias, de las conversaciones ciudadanas. Nada que decir al respecto. Pero inevitablemente hay daños colaterales informativamente hablando. Me refiero a que problemas tan graves como la violencia de género, que solo en lo que va de año se ha cobrado la vida de más de medio centenar de mujeres e incluso de algunos de sus hijos, parecen diluirse o pasan a un segundo plano.

Por tanto, bienvenido más que nunca este 25 de noviembre que devuelve el protagonismo a un drama que, mal que nos pese, está lejos de resolverse. Reviso las estadísticas oficiales de muertes –el resultado más trágico y cruel de los malos tratos que padecen millones de mujeres– y me quedo sin aliento: solo en España han muerto a manos de sus compañeros sentimentales, o de quienes hasta hace poco lo fueron, 818 mujeres desde 1999. No sumo números, sino personas. Escalofriante. Y la indignación que me produce no es producto de la ignorancia –son muchos años ya los que llevo implicada en la lucha por la igualdad de género y contra los prejuicios machistas y sus nefastas consecuencias– sino de la preocupación y la responsabilidad por encontrar medidas eficaces que protejan a las víctimas de sus maltratadores.

El goteo de muertes y agresiones es constante, y el riesgo es que la sociedad lo asuma como un hecho inevitable y con la ingenua seguridad, a nivel individual, de que de ninguna manera ocurrirá en nuestro entorno próximo. Hay que reconocer, no obstante, que hemos puesto en marcha importantes medidas de protección asistenciales, policiales, judiciales, de formación para el empleo, campañas de concienciación. Todas necesarias, todas imprescindibles, y claro está que salvan muchas vidas. Pero este tipo de violencia es tan contumaz como un líquido corrosivo, que si no encuentra fisuras por donde colarse, las provoca. Porque matar es fácil para quien está dispuesto a hacerlo, por duro que esto suene. La prueba es que mujeres amparadas con medidas de protección han sido asesinadas, incluso en plena calle, a la vista de todos. Esta realidad y los testimonios de quienes han sido amenazadas y agredidas esconden un mensaje muy claro.

La clave está en la educación desde la infancia. Educación y más educación. Es fundamental la formación en igualdad, en el respeto mutuo, en la libertad individual de hombres y mujeres para decidir en todo lo que les concierne, del derecho de todos a tener su propio proyecto, a compartir y convivir asumiendo todas las responsabilidades que esto implica, e incluso sería de gran ayuda la puesta en marcha programas que desarrollen habilidades de control emocional. La familia, la sociedad en general, los medios de comunicación, pero sobre todo la escuela –como trasmisora no solo de conocimientos, sino de valores universales– es el entorno más eficaz para erradicar la violencia de género.

Mercedes de la Merced Monge | Presidenta de Mujeres en Igualdad

Educación y más educación