jueves. 28.03.2024
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El genial comic parodia los mitológicos doce trabajos del semidiós Hércules. Astérix y Obélix, tras superar con éxito pruebas, a cual más difícil, se enfrentan a lo que parece que va a ser su fracaso y ante lo que cualquier ciudadano nos aterrorizamos identificándonos: deben hacer una gestión en La Casa que hace enloquecer, que puede ser cualquier oficina de la Administración o de una compañía monopolista. Las viñetas nos retratan a empleados parapetados tras las ventanillas que a punto están de hacer enloquecer a nuestros héroes, capaces de vencer a las falanges del Cesar, pero no de ultimar la gestión burocrática ante la que nada vale la pócima milagrosa.

Algo parecido describía muchos años antes Mariano de Larra en Vuelva usted mañana.

Pero la actualidad ha superado la ficción. Ya no hay posibilidad tan siquiera de oír el “vuelva usted mañana” o de interactuar como Obélix y Astérix. Simplemente la Administración ha desaparecido, o al menos se ha escondido mucho.

El sistema de citas previas −que debían ser útiles y cómodas para no padecer largas colas−, con el consabido “Las citas están completas, vuelva a intentarlo más adelante”, ha convertido a las administraciones en inaccesibles y los mortales, ante la pantalla nos preguntamos: ¿Hay alguien ahí?

¡Y no! La culpa no es de la pandemia. Ya antes del Covid se leía ese mensaje para sacarse el documento nacional de identidad o el pasaporte, para realizar trámites en la Seguridad Social, etc… El cóvid ha sido el remate final y la argucia para justificarlo. El círculo se ha cerrado.

Esto podría no ser más que el lamento o la queja de cualquier parroquiano apoyado en la barra del bar, −virtualmente hablando, dadas las circunstancias− o desesperado delante del ordenador o del móvil intentando realizar una gestión. Podría ser jocoso sino hubiera dramas ocultos tras un muro más inaccesible que el de Pink Floid.

Los ERTE, el desempleo, el salario mínimo vital, la dependencia. Todos estos trámites chocan con el bunker de la nada. Los más desfavorecidos son los más perjudicados y las crisis tras crisis, han convertido a demasiadas personas en desamparados.

Por más que se aprueben normas de protección social ¿para qué sirven si los cauces se hacen inaccesibles?... ¿Hay alguien ahí?

El salario mínimo vital se había calculado que beneficiaría a cerca de un millón de hogares. De momento se ha quedado en ciento cincuenta mil. Ante lo ridículo de la cifra, ahora se sacan nuevas normas para “facilitar” el acceso que seguirá −por su complejidad− convirtiéndolo en oscuro objeto del deseo irrealizable para la mayoría.

¿Quién no conoce a alguien con todo el perfil para ser beneficiario del salario mínimo vital y que tras solicitarlo no haya recibido una escueta: “Su solicitud ha sido rechazada por no cumplir los requisitos”. ¿Qué requisitos no cumple?: no lo pone,  a pesar de que el artículo 54.1 de la Ley 30/1992 deja bien claro que el ciudadano tiene derecho a que se le diga de forma clara el motivo de una denegación. Entre otras cosas tiene ese derecho para poder recurrir ¿Qué argumentas si no sabes las causas? Lo mismo ocurre por poner otro de los múltiples ejemplos con el “bono social”  en el que para colmo la administración se parapeta tras las compañías suministradoras que tras pedir ingente documentación se pueden despachar con un: “Se ha comprobado que usted es consumidor vulnerable severo…/…pero la unidad familiar no cumple las condiciones para ser beneficiario”. Y ahí tienes a la abuelita cuya unidad es ella consigo misma que se lo rechazan, ¿Pero como reclama, si ni tiene ni sabe de ordenadores… ¿Hay alguien ahí?

doce pruebas de asterixCada uno de ustedes podría seguir rellenando este apartado con mil historias. Seguro que lo ha sufrido en directo y seguro que conoce a un desempleado que no consigue cita o a un afectado cuyo cobro de una ayuda se ha retrasado o está aún pendiente

El gobierno ha adoptado medidas encaminadas a paliar los efectos de la crisis: salario mínimo vital y ERTES entre ellas. El problema es que los vehículos para materializarlos no tienen ruedas, ni volante, ni acelerador. Solo el freno está bien engrasado.

En estos últimos meses hemos visto a la oposición echándose las manos a la cabeza por cuestiones como si el castellano está en riesgo o la privación de libertades por medidas de la pandemia: ¡cosas veredes!

Sin embargo, si no se corrigen, será la frustración de la falta de acceso a las medidas sociales lo que puede acabar pasando al gobierno la factura más alta entre los sectores sociales que debieran ser sus apoyos. Con las cosas de comer no se juega. Cuidado con esa rabia, la indignación puede acabar siendo caldo de cultivo para la ultraderecha tal como vemos en otros países europeos y en Estados Unidos.

Es momento de preguntarse si el gobierno tiene al enemigo en casa. Y no por las tan traídas diferencias de la coalición, sino porque el Ministro de Seguridad Social, entre otros, parece satisfecho del ritmo de la aplicación de las medidas sociales: Sin pelos en la lengua declaró en El Intermedio: “Es posible que se crearan expectativas excesivas sobre el ritmo al cual nosotros íbamos a ser capaces de llegar…/…En unos meses es simplemente imposible llegar a todo el mundo". Conformarse frívolamente con el anquilosamiento de las estructuras burocráticas de quienes depende el acceso de la gente para subsistir es, además de inmoral suicida: Acabarán viéndote como enemigo o en el mejor de los casos como incapaz.

El problema no está en el funcionario. No olvidemos que funcionarios son muchos: sanitarios, bomberos, los miembros de la UME, maestros y profesores, oficinistas…Los habrá mejores y peores como en cualquier sector. El problema es diseñar las comunicación y las gestiones como pruebas en bucle para los dioses del Olimpo, no para la gente de a pie, en complejos documentos on line, que realmente están off line y que tienen respuesta tarde, mal y nunca.

A ver si esta va a ser la marmita en la que se cueza la desafección al gobierno. Panorámix tiene en su mano identificar quien está apagando el fuego en el que debiera cocerse la pócima mágica de las medidas sociales.

Las doce pruebas de Asterix