jueves. 28.03.2024
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Tal vez Andy Nieblas sea el más conocido miembro de la tribu de los Acjachamen, al menos en el mundo del surf. Que él mismo se reconozca y se presente como tal, conecta el pasado de las tierras de California con parte del presente y el futuro del surf. De eso va esta edición de "El Domingo".

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La Historia, como disciplina de las Humanidades, estudia y expone, de acuerdo con determinados principios y métodos, los acontecimientos y hechos que pertenecen al pasado y que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente. Pero estos principios y métodos no siempre son objetivos, de modo que la Historia, tal y como la conocemos, suele ser un relato sesgado que narra esos acontecimientos habitualmente desde el punto de vista del vencedor o el más fuerte. Sólo con el paso del tiempo, y una vez que otras voces estudian y exponen lo ocurrido, la Historia se cuenta en toda su amplitud.

Como no podría ser de otra manera, la narrativa que cuenta la historia del surf tampoco ha quedado fuera de ese sesgo, y los estadounidenses, sus principales protagonistas (a costa de los hawaianos, y muy a pesar de los australianos), la han contado siempre según su interés. 

Pero en los últimos tiempos, han sido varios los historiadores que han impulsado nuevas corrientes que cuentan esta historia desde otros puntos de vista, poniendo en duda muchas de las narrativas convencionales sobre el surfing, entre ellas, las que hablan de él como un deporte que, a principios del siglo XX, se encontraba al borde de la extinción y que fue salvado del olvido gracias al hombre blanco.

Sobre una de esas corrientes críticas hablamos extensamente en el último “El domingo”, recogiendo, entre otras historias, el trabajo de historiadores como Isaiah Helekunihi Walker y John Clark. Según sus estudios, desde principios del siglo XX el surf ha sido utilizado en las islas Hawaii como una herramienta al servicio del colonialismo de los Estados Unidos. Y hoy aun lo sigue siendo.

"El Domingo" de esta semana lo dedicamos a otra de esas deconstrucciones de la historia del surf: el cómo, y las consecuencias, de la llegada y expansión del surf en California.

 

CALIFORNIA Y EL COLONIALISMO

A partir de 1769 la historia de los pueblos indígenas de California sólo puede ser calificada de dramática. Antes, y durante al menos 11.000 años, vivieron en relativa paz y también en armonía con el medio ambiente de la región. Pero a partir de ese año, todo cambió a peor. La llegada de los primeros exploradores españoles, acompañados de sacerdotes franciscanos, modificó radicalmente su modo de vida, imponiéndoseles, entre otras medidas, la conversión obligada de los indios al catolicismo. Durante los 54 años que los territorios de California estuvieron bajo el dominio de los españoles, se fundaron 21 misiones, la última en 1823. Lejos de las narrativas más “románticas”, muchas de ellas difundidas por Hollywood en sus populares westerns, la realidad es que las misiones funcionaban como campos de trabajo forzado, en un régimen que sólo puede describirse como de esclavitud. En 1823, aproximadamente un tercio de la población indígena del Sur de California, 100.000 indios, habían muerto de enfermedades y por los trabajos forzados en los proyectos de las misiones.

Tras las españoles, llegaron 23 años de gobierno mexicano. Los mexicanos se apropiaron de todas las tierras que conformaban las misiones, aproximadamente una sexta parte de la superficie total del actual estado de California. A medida que los colonos se asentaban en la zona, el gobierno mexicano otorgó más de 700 concesiones de tierras (obviamente de tierras que antes habían sido indias). Las enfermedades traídas por los nuevos colonos siguieron devastando a las poblaciones locales. Los militares mexicanos y los grupos de caza de esclavos redujeron aún más su población. 

En 1846, cuando California pasó a ser dominio estadounidense, la población india se había reducido a la mitad. Casi inmediatamente después de la invasión estadounidense, se descubrió oro en el Norte de California, iniciándose una nueva etapa de terror protagonizada por grupos parapoliciales que tenían como objetivo despejar la zona de toda presencia indígena, empleando para ello una violencia sin precedentes en la historia de los Estados Unidos. En los primeros 2 años de la fiebre del oro, la población nativa cayó en otras 100.000 personas.

Cuando California fue admitida como estado en 1850, se aprobó una ley que legalizaba la esclavitud con los indios. La esclavitud india no terminaría hasta 1863, con la Proclamación de Emancipación de Lincoln. Posteriormente, y tras negociaciones llenas de engaños que duraron décadas, el gobierno estadounidense redactó un total de 18 tratados con los pueblos indios de California, ninguno de los cuales fue ratificado por el Congreso. Los robos de tierras continuaron, aunque se destinaron pequeñas extensiones para los indios en reservas distribuidas por todo el estado.

En 1900, el censo de Estados Unidos contaba con un total de 250.000 indios, frente a la estimación de al menos 10 millones de habitantes indígenas en el momento del descubrimiento del "Nuevo Mundo” por Cristobal Colón en 1492.

Durante buena parte del siglo XX, las políticas y leyes diseñadas para despojar a los indios de sus lenguas, cultura e identidades, continuaron. No fue hasta la segunda mitad del siglo cuando la política estadounidense dio un cambio que ha permitido el reconocimiento de la entidad india, de sus culturas y, en cierta medida, la restauración de sus tierras.

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La palabra “colonialismo" es empleada para referirse a la suma de acciones con las que un invasor extranjero desplaza a las poblaciones indígenas, dando lugar a nuevos estados cuya “nueva” población acaba excediendo en número a las poblaciones indígenas debido a enfermedades, guerras y diversas formas de genocidio. El colonialismo más que un hecho histórico, es una estructura que impregna todos los niveles de la sociedad. Si uno echa la vista atrás, podría concluir que todo en los EE.UU., su economía, su modelo de sociedad, su cultura…, es el resultado de la invasión de los colonos y el borrado de la cultura indígena. Lo mismo es aplicable a otros lugares como Australia y Nueva Zelanda, en donde las prácticas de los colonos siguieron las mismas pautas contra las poblaciones indígenas.

El desarrollo y evolución de la cultura surf tampoco ha sido diferente. Desde esta perspectiva, se podría llegar a afirmar que la cultura surf, lejos de ser una subcultura subversiva (basada en la inocencia juvenil, la libertad individual y el placer personal) como muchas veces se ha presentado, es más bien un producto de la sociedad capitalista dominante en el mundo desarrollado. De hecho, la cultura surf moderna sólo ha podido surgir como resultado de esas políticas colonizadoras.

 

DINA GILIO-WHITAKER

Dina Gilio-Whitaker es la principal impulsora de la corriente que busca contar la historia del surf en California desde el punto de vista de los pueblos indígenas americanos.

"Analizar la historia surf en el contexto del imperialismo ayuda a borrar el barniz de inocencia con el que están impregnadas la mayoría de las narrativas escritas sobre el surf. Una de las ideas predominantes, que ha alcanzado casi la categoría de mito, es que la cultura surf surgió como una subcultura libre de restricciones, situada fuera del sistema. Como personas fuera del sistema, a los surfistas les eran ajenas muchas de las normas impuestas por la sociedad: evitaban empleos a jornada completa para poder coger olas e ir a la playa; se vestían fuera de los estándares socialmente aceptables; empleaban una lengua propia…

La subcultura del surf es vista generalmente por los sociólogos como parte de la revolución contracultural que barrió los Estados Unidos en la década de los 60. Sin embargo, los sociólogos apuntan también que aquel fue un movimiento “hacia la inocencia", que negó su complicidad con una sociedad opresiva que fue fundamental en su desarrollo. Durante décadas, los surfistas han sido felizmente inconscientes de que la expansión de su amado deporte se basó en una política de borrado indígena, tanto en Hawaii como en California, que hundió a las comunidades indígenas en nombre del desarrollo económico”.

Nacida en la Reserva India de Colville, su carrera como escritora e historiadora se ha centrado en el estudio de las naciones indígenas de los Estados Unidos y la justicia ambiental. Buena parte de sus conclusiones han sido recogidas en el libro "Todos los indios muertos y otros 20 mitos sobre los nativos americanos”. Anterior a esta publicación fue su tesis doctoral, titulada “Panhe en la encrucijada: hacia un discurso de justicia ambiental desde el punto de vista de los indios”. Las conclusiones de dicha tesis fueron fundamentales durante la campaña “Save Trestles”, en contra de la construcción de una autopista de peaje que amenazaba algunos de los lugares sagrados de los indios Acjachamen situados en la costa, además de a la conocida ola.

Sus estudios sobre la indigeneidad en la cultura surf se han centrado en recuperar historias de la cultura surf vinculadas con los pueblos nativos de Hawaii y los indios en el continente. Ha colaborado también con Krista Comer y la longboarder Cori Schumacher en el proyecto “Institute for Women Surfers”, y en el programa “Native Like Water/Intertribal Youth” que busca reconectar a las nuevas generaciones de indios americanos con el océano, mediante la difusión de su cultura y empleando el surf como vehículo.

La mayor parte del contenido de esta entrada se basa en textos redactados por ella.

LOS ACJACHAMEN

Los Acjachamen eran un pueblo muy unido al océano: su subsistencia dependía en gran medida de la pesca; sus aldeas se ubicaban en la costa; y sus costumbres y tradiciones tenían como protagonistas a la tierra y el agua. Su hogar estaba ubicado en el tramo de costa que ahora conocemos como San Onofre. La aldea de Putuidem era la capital de las 265 aldeas nativas existentes en el condado de Orange. Lo que hoy son algunas de las olas más conocidas de la zona fueron durante milenios lugares indígenas. San Clemente era Panhe. Newport Beach, Kenyaanga. Redondo Beach, Engvangna. Malibu, Humaliwu. Una de las técnicas más efectivas de eliminación de la identidad de los indígenas fue el cambio de nombre de esos lugares. Incluso los Acjachamen pasaron a llamarse los “Juañenos”, en honor al santo que daba nombre a la Misión levantada en sus tierras. Hoy la única huella que queda de aquella época es un sitio sagrado llamado Panhe.

La llegada en 1769 de los españoles, que fundaron en sus tierras la Misión de San Juan de Capistrano, y los posteriores gobiernos de México (1821) y los Estados Unidos (1849), les expulsaron de sus tierras. Durante la construcción de la misión, fueron esclavizados por los españoles, que les dieron el ultimátum de vivir dentro de los límites de la Misión y convertirse al cristianismo, o abandonar su tierra. Los colonos se hicieron con todos los recursos de la región, y trajeron enfermedades a las cuales no eran inmunes. En 1865 sufrieron una epidemia de viruela que diezmó la población.

Se calcula que en el año 1700 serían un millar, quinientos en 1800, y sólo cincuenta en 1900. Los primeros estudios etnográficos sobre el grupo fueron realizados en torno a 1812 por el misionero Jerónimo Boscana, y quedaron recogidos en su obra "Chinigchinich". La última persona que habló su lengua murió en 1962. En 1982 fueron reconocidos federalmente como tribu. Según un censo realizado en el año 2000, se calcula que los Acjachamen eran unas 3.300 personas.

Después de los tiempos de la Misión, la tierra de los Acjachamen pasó a formar parte del Rancho Santa Margarita, una concesión de propiedad mexicana que fue vendida posteriormente a James L. Flower y Jerome O’Neill. En 1942 las tierras fueron vendidas al gobierno de los EE.UU. para la construcción de la base militar de Camp Pendleton. Al igual que los supervivientes de las otras tribus costeras de California, como los Chumash y los Tongva, los Acjachamen observaron impotentes como sus tierras eran ocupadas por los “blancos".

En 2011 el Consejo Municipal de San Juan Capistrano aprobó fondos para crear un parque de 1,3 acres que rendirá homenaje a la aldea de Putuidem. 

GEORGE FREETH Y CÓMO EL SURF LLEGA A CALIFORNIA

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A finales del siglo XIX era habitual que los miembros de la familia real hawaiana pasasen un año de formación en la escuela militar de San Mateo. En 1885, les tocó a los príncipes Jonah Kuhio Kalaninanole y a sus hermanos David Laamea Kahalepouli y Edward Keliiahonui. Un día de verano, en el mes de Julio, los jóvenes príncipes construyeron varias tablas en madera de secuoya y dieron una demostración de surf en la desembocadura del río San Lorenzo, en Santa Cruz. “Los jóvenes príncipes hawaianos", contaron los periódicos locales, “dieron una interesante exhibición de natación sobre una tabla de surf, tal y como lo hacen en su isla nativa, disfrutándolo enormemente”. Se dice que, tras aquel día, el surf se hizo popular entre la gente de Santa Cruz y que se siguió practicando incluso después de que los Príncipes regresaran a las islas. Pero no fue hasta 22 años más tarde cuando se vuelve a tener noticias sobre la práctica del surf en California.

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En 1907, el hawaiano de origen irlandés George Freeth fue contratado por los magnates de Los Angeles, Henry Huntington y Abbot Kinney, para hacer exhibiciones de surf en las olas de Venice y Redondo Beach, y promocionar así sus intereses inmobiliarios en la costa.

Hasta entonces, la mayoría de la población del área de Los Ángeles se concentraba en el interior. Las áreas costeras estaban relativamente despobladas, tras el barrido de la población indígena producto de años de colonialismo español, mexicano y estadounidense. Huntington y Kinney se hicieron con sus propiedades tras la creación del estado de California en 1850, gracias a las leyes expropiatorias redactadas por el nuevo gobierno estadounidense, con las que los grandes ranchos pasaron a ser propiedad de empresarios favorables al gobierno.

Henry Huntington era el dueño del ferrocarril Pacific Electric, que desde Los Ángeles recorría buena parte de la costa de California, en donde era propietario de importantes extensiones de terrenos y  había construido el Hotel Redondo Beach. Abbot Kinney, propietario de una empresa tabacalera, creó en sus propiedades, situadas a sólo dos millas de Santa Mónica, Venice Beach, una versión en miniatura de Venecia. 

En 1907 ambas ciudades turísticas atraían a un gran número de visitantes. Muchos de ellos se enamoraron de sus playas y el aire fresco del océano. Sin embargo, pronto descubrieron que el océano podía ser mortal para aquellos que intentaban nadar entre las olas. Ante esta situación, tanto Kinney como Huntington construyeron piscinas de agua salada en las playas, que pronto se hicieron muy populares en una época en la que se puso de moda estar en buena forma física. Pero el océano era mucho más atractivo que las piscinas, sobre todo para los más jóvenes. Tras la muerte de dos pescadores en Venice el 12 de mayo de 1907, se inició una campaña en la prensa denunciando la falta de socorristas entrenados, y la necesidad de cubrir con sus servicios toda la costa.

Dos meses antes de que apareciera George Freeth, el 28 de mayo de 1907, se formó la primera plantilla de salvamento de Venice, formada por veintiocho voluntarios. Pero sólo unas semanas más tarde, y durante unas prácticas, una ola volcó su embarcación de salvamento, y tres socorristas murieron ahogados. El accidente supuso una muy mala prensa para los intereses inmobiliarios de Huntington y Kinney, que vieron como las ventas de casas, y la ocupación de sus hoteles, descendía bruscamente.

La aparición de George Freeth, en julio de 1907, fue la solución a sus problemas. Por suerte para Huntington y Kinney, su pequeño paraíso de playa creció en popularidad cuando George Freeth se deslizó bajo una ola frente al Hotel Redondo Beach. Huntington rápidamente contrató a Freeth para entrar al agua dos veces al día, coger una ola y regresar a la orilla, anunciándolo como “The Hawaiian Wonder” y presentándolo como “el hombre que podía andar sobre el agua”. En Venice, Freeth comenzó a trabajar como socorrista voluntario, ayudando a formar a otros socorristas locales. El éxito de sus exhibiciones fue tal, que pronto los californianos sintieron que se les abría un nuevo mundo por descubrir, con epicentro en sus playas y la costa. 

 

LA CULTURA SURF EN EL CONTEXTO DEL COLONIALISMO

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Los historiadores identifican el periodo entre 1900 y 1920 como el de la génesis de la cultura surf moderna. Es, sin embargo, importante destacar que la creciente popularidad del surf se produjo en el contexto de la entonces reciente ocupación militar estadounidense de las Islas. En los años anteriores a ese periodo, los pueblos indígenas (nativos hawaianos y nativos americanos) habían pasado a estar bajo control estadounidense y sujetos a sus políticas, a pesar de que ni los hawaianos, ni ninguna de las naciones de indios americanos, habían aceptado la nueva situación. El control de las poblaciones indígenas fue un componente necesario en la revolución industrial que dio lugar a la América moderna que conocemos hoy.

A principios de siglo, el turismo era una industria en crecimiento en Hawaii, aunque aún no tan importante como la industria azucarera. Son muchos los historiadores que han escrito sobre cómo la cultura hawaiana y el surf se usaron para vender Hawaii como destino turístico. Aquella fue una campaña de marketing muy efectiva: cada año, crecía el número de extranjeros llegados a las islas, y con ellos, el desarrollo económico, lo que en cierto modo abrumó a la mayoría de la población nativa de Hawaii, que inconscientemente asimilaron un nuevo Hawaii americanizado. 

En California, el auge de la cultura surf fue también un elemento clave en el crecimiento económico del estado, tal y como explican Peter Neushul y Peter Westwick en su libro "The World in the Curl: An Uncenvencional History of Surfin". Pero también fue un proyecto racial. Ese desarrollo económico tuvo lugar en un momento en el que muchas de las políticas estadounidenses se basaban en principios racistas sobre los pueblos no blancos, lo que se traducía en leyes que restringían su acceso a la creciente riqueza del país. Mientras que los estadounidenses blancos disfrutaban de empleos bien remunerados y un creciente poder económico basado en la propiedad privada, las personas de color estaban sujetas a leyes segregantes que los situaban fuera de la nueva sociedad.

En paralelo se produjo también un "borrado" intencionado de la presencia de los indios americanos en el relato de la historia del Sur de California, en la cual se llegó incluso a afirmar su "desaparición". En California, aunque su número ha disminuido en gran medida, la realidad es que los Chumash, los Acjachemen y los Tongva todavía están presentes y luchan activamente por conservar sus culturas y lograr el acceso a sus tierras. 

El auge de la cultura surf no solo se ha beneficiado, sino que también se ha basado, en la "eliminación" de los indios en el discurso de la historia.

 

SAN ONOFRE - PANHE

Después de medio siglo de políticas federales que buscaron la “americanización” de los indios a través de la asimilación forzosa, en la década de 1930 se produjeron pequeños cambios que dieron a las poblaciones tribales un poder limitado para fomentar su desarrollo económico. La mayoría de la población indígena vivía todavía en reservas, y su número comenzó a recuperarse lentamente. Pero a finales de la década de 1940, y durante la de 1950, el gobierno conservador implantado en la Casa Blanca buscaría una vez más el borrado de las comunidades indígenas.

La Resolución 108 de la Cámara (conocida como Termination Act, 1953) dio otro golpe devastador al pueblo indio, al aprobarse un plan que suponía una mayor pérdida de sus tierras y promovía el borrado cultural. A la Resolución le acompañó un programa de reubicación diseñado para trasladar a las poblaciones indias de las reservas a centros urbanos como Chicago, Minneapolis, Denver, Seattle, San Francisco y Los Ángeles. A Los Ángeles llegaron más de 30.000 indios entre 1952 y 1976. El programa de reubicación dio lugar a que por primera vez en la historia más indios residiesen en áreas urbanas que en comunidades ubicadas en reservas rurales.

En paralelo, a finales de la década de 1920, dos pequeñas comunidades de surfistas se formaron en el Sur de California: la primera en el condado de Orange, concretamente en la zona de San Onofre; la segunda en el condado de Los Ángeles, en la playa de Malibú. Fue en estas dos playas en donde se gestó lo que después pasaría a ser considerada como la “cultura surf” moderna.

En un momento en el que existía una cierta relajación de las leyes civiles estatales, la gente podía acampar en San Onofre durante semanas, surfear, tocar el ukelele y usar faldas de paja. Se trataba de una cultura que adoptaba formas hawaianas / tribales falsas, tomadas de una sociedad y una cultura, la hawaiana, que en esos momentos estaba siendo ser explotada por la industria turística, que pisoteaba a la población local y empleaba el ”espíritu aloha" para atraer a más y más turistas. Esta corriente tomó si cabe aún más fuerza tras la II Guerra Mundial, con el boom que llegó tras el estreno de películas como “Gidget", “Beach Party" o “Ride the Wild Surf”.

Empleando el mismo tipo de retórica que la utilizada por los colonizadores para reclamar la propiedad de los territorios de las colonias como tierras no ocupadas (terra nullius), los surfistas afirmaban haber "descubierto" las playas vírgenes, y por tanto “vacías", de San Onofre y Malibú. A finales de la década de 1930, un reducido grupo de surfistas "locales", o "verdaderos hombres de Nofre", como ellos mismos se denominaban, "reclamaban San O como su playa”, mientras que adoptaban como propias ciertas prácticas nativas hawaianas y californianas. De este modo, aunque inconscientemente, los surfistas no sólo colaboraron en el proceso de borrado colonial de la presencia de los Acjachamen en San Onofre, sino que también se apropiaron de algunas de sus prácticas culturales para construir una nueva personalidad "nativa" que, irónicamente, justificaba su "derecho" a estar allí por encima de los nativos de la zona.

El implacable desarrollo económico vivido en la costa del Sur de California durante la segunda mitad del siglo XX, en el que el surf tuvo también un papel relevante, provocó la pérdida de la mayoría de los lugares sagrados de los nativos americanos.

En los últimos años se han comenzado a formar alianzas entre grupos ambientalistas, surfistas e indios para proteger muchos lugares de la costa del desarrollo económico. El mejor ejemplo de esta unión es en la lucha para salvar Trestles y el sitio sagrado de los Acjachemen, Panhe. En 2008, la United Coalition to Protect Panhe (UCPP), formada por organizaciones como Sierra Club, Surfrider Foundation y San Onofre Foundation, detuvo la construcción de una autopista que amenazaba la ola de Trestles. Los surfistas y ecologistas se centraron en los efectos devastadores que la carretera podría tener sobre la calidad de las olas y los hábitats de la zona, mientras que los pueblos nativos temían la destrucción de su sitio sagrado, Panhe, inscrito en el Registro Nacional de Lugares Históricos. La Comisión Costera de California finalmente no otorgó el permiso, lo que supuso el fin del proyecto. Hoy, estas organizaciones se han vuelto a unir para luchar contra el almacenamiento de residuos nucleares en la zona.

 

ANDY NIEBLAS - DARK FOG

“Nieblas means dark fog”.

Son muchos los proyectos que hoy afirman la presencia de los Acjachamen en el agua y las orillas de San Onofre. Cuando un Acjachamen como Andy Nieblas surfea, hace real la presencia de los indios en sus espacios nativos tradicionales. Al hacerlo, honra y vuelve a fijar las raíces de su pueblo en la que siempre ha sido su tierra. El que lo haga a través del surf, una antigua práctica indígena, ayuda a conectar y empoderar a los pueblos indígenas de todo el mundo.

 

BLACK BELT EAGLE SCOUT

Según la propia autora, en “Mother of My Children” las canciones mezclan la pérdida, la frustración y la esperanza. Entre las canciones del álbum está "Indians Never Die", un toque de atención a los colonizadores y a aquellos que no respetan la Tierra. Llama la atención como los grupos indígenas de Estados Unidos se han situado en la vanguardia en la defensa del medioambiente. Al igual que en su lucha en contra del almacenamiento de residuos nucleares en San Onofre, las protestas de Standing Rock los han alzado como los máximos defensores de la tierra que hoy comparten con otros estadounidenses. “Al Gobierno no le importa que se estén destruyendo muchos de los espacios naturales que nos rodean. Los pueblos indígenas somos los protectores de esta tierra. Los indios nunca mueren, porque ésta es nuestra tierra, a la cual siempre protegeremos, tanto en el presente como en el más allá".


 

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