jueves. 28.03.2024
boeh

Viernes, en un bar. Iríamos mis amigos y yo por la tercera cuando comenzó una férvida charla en la mesa contigua. Dos hombres de unos cuarenta años comentaban, levemente ebrios, lo inútil y sobrevalorado que les parecía el arte en general. “Mi hermano se gastó dos mil euros en una guitarra… ¡y no lo escucha nadie!”, dijo el más ocurrente de los dos. Esbozando una sonrisa pícara, su compañero respondía: “Al menos es músico; imagínate los que dejan el trabajo para escribir libros o ser youtubers”.

Se convirtió aquello en una amalgama de burlas sobre las distintas disciplinas artísticas, que concluía con la moraleja perfecta para tal conversación: “Les iría mejor si se pusieran a trabajar”. No culpo a esos hombres por pensar así; es una visión pragmática de la vida. Al fin y al cabo, pudiendo acceder a un empleo estable y bien pagado, ¿quién invertiría sus esfuerzos en algo que tal vez no le dé para comer?


Los preferidos de la Historia


En cada generación, hay una selecta minoría de locos que deciden probar suerte. Desde arcaicos poetas hasta cineastas modernos, pasando por pintores, músicos y dramaturgos. La Historia les atribuyó distintos apodos y oficios, pero todos comparten el mismo rasgo definitorio: la necesidad de crear. En un mundo cuyas metas últimas son la producción y el comercio, nacer bohemio es como nacer enfermo. Toda labor no productiva se ha convertido en ocio, en entretenimiento, por lo que este sujeto, a ojos de la sociedad, pierde el tiempo perfeccionando una simple distracción.

Yo, que como redactor ya soy un suicida laboral, empatizo bastante con su conflicto. Los típicos profetas del “con Bellas Artes no vas a ningún sitio” son los mismos que me advertían de las escasas salidas de Periodismo, gente utilitaria que no conoce tierra más allá de una ingeniería o un empleo común. Exigirle provecho económico a todo lo que se hace -o se estudia- es caer en un reduccionismo barato. ¿Acaso uno empieza a jugar a fútbol para amasar fortunas? ¿o aprende a actuar para acabar en Broadway? Si bien hay casos de privilegiados que lo consiguen, la inmensa mayoría no aspira a vivir únicamente de ello, pues su creatividad trasciende de intereses terrenales.


Entre el juicio y el prejuicio


Más que una forma de subsistencia, el arte es un anestésico para lo cotidiano, sobre todo en este siglo. La digitalización trajo consigo un día a día de pantallas, números, impaciencia, rutina laboral… y no cualquiera es capaz de sobrellevarlo con entereza. El bohemio viene a ser un alma analógica en un mundo digital, alguien que traduce sus ideas en creaciones para evadirse de una realidad que no le representa. Dado que su estatus pende del criterio general, debe también cargar con la hostilidad del público contemporáneo: el que entiende opina, y el que no, también. Se critica por inercia y se habla por necesidad, tomando como escudo un usuario y como bandera la libertad de expresión.

No pretendo con esto -aunque fuera oportuno- exponer doscientas quejas en favor de los bohemios, sino destacar el mérito de su labor. Una declaración de respeto a los que pintan, bailan, escriben o cantan. A los que riman palabras o imaginan metrajes, sea en Hollywood o en su habitación. Un elogio a los que enriquecen la cultura y entretienen a los demás. En definitiva, una carta de amor al arte.

El club de los profetas tuertos