viernes. 19.04.2024
Raymond Aron

No son pocas las veces que escuchamos en boca de quiénes no tienen un vínculo directo con la política, que aquellos que hacen, ejercen o semblantean la política, no pueden salir de esa circularidad o de ese círculo vicioso, del estar permanentemente en campaña electoral por más que las mismas disten a largos meses, y medien en ellas excepciones como emergencias económicas o sanitarias y con ello que toda la agenda pública caiga, condicionadamente. en esa ceremonia del voto que quizá esté más sacralizada por lo que ha costado conseguirla que por las ventajas competitivas que le ha brindado a los que menos tienen que siguen siendo la misma cantidad o más que siempre. 

La política no puede ser banalizada como una oportunidad de negocios, como el agosto de un feriante (o el vendedor de barbijos o de alcohol en tiempos de pandemia), y en nombre de lo urgente, no podemos olvidar lo importante. La política, merece que la pongamos en el lugar que alguna vez tuvo o quizá mejor, tiene que estar por encima de las pillerías de acróbatas de la viveza, corremos el riesgo de dañar nuestro sistema democrático y representativo por no hacer el esfuerzo republicano de poner las cosas en su lugar, la política no tiene que estar al servicio de aves de rapiña del oportunismo, no tiene que ser en nombre de ella, que se disponga de una ulterioridad de cumplir con un plazo establecido o el respeto a rajatabla de lo que se sabe es un simple sello de goma o de estructuras que no resisten siquiera un resfríado masivo.

La política nos atraviesa por intermedio de ideas, de doctrinas, de proyectos, del ejercicio del poder, y de hombres y espacios en donde se comprenda esto mismo como la combinación perfecta entre ciencia y arte, el resto no debe quedar como anécdota de color o elemento para cambiarlo alguna vez, tenemos que ir por ello, de lo contrario estaremos cayendo en el autoritarismo de las formas que no replican o no muestran la realidad tal como es, y para vivir con miedo, condicionados o con temor a, es preferible usar la herramienta de transformación, que es la política, para cambiar, desde la política, para intentar hacer el bien o mejorar, por más incluso que no lo consigamos. De lo contrario, en la ortodoxia de la semántica, creeremos vivir en una democracia, como nos aseguran, pese a tener que mostrar un permiso a un policía parar ir a comprar en un centro de alimentos (e incluso a recibir instrucciones de ministerios para ver como tener intimidad, sábanas adentro). 

No es necesario haber leído a Raymond Aron (ni a ninguna otra autoridad académica de los recintos en donde también la forma, deforma, al punto de que un texto que cumpla las norma APA es más respetable que otro que no pero que haga pensar), como para coincidir en que “La verdadera democracia no se agotará con la participación episódica en los asuntos públicos por medio de elecciones o de representantes elegidos, solo se realizará por la fusión entre el trabajador y el ciudadano, por el acercamiento entre la existencia popular y el empíreo político”.

Política es la resignificación de las cosas, es decir, es primero, el diálogo, el encuentro de lo más social del hombre que es la palabra (en su versión expresiva puede ser algo escrito o una manifestación), para luego ir en búsqueda de un sentido de las cosas, para en una tercera etapa, recién ponerse en marcha para que todo lo anterior se traduzca en una realización, en una obra, en una luminaria, en un puente o en una ley que defienda un derecho.

La política, es mucho más, todas las significaciones que la misma ciencia que la estudia en el campo teórico desprenda, como el accionar que un militante convencido imprima, lo que no puede, ni debe, es ser esto que nos quieren vender como gestión, como solución rápida, como respuesta empresarial, edulcorada, descorazonada, carente de sentido, político y por ende humano. 

“A la ley no le interesa nada que haya en la ciudad una clase que goce de particular felicidad, sino que se esfuerza porque ello le suceda a la ciudad entera y por eso introduce armonía entre los ciudadanos por medio de la persuasión o de la fuerza…la ciudad en que estén menos ansiosos por ser gobernantes  quienes hayan de serlo, ésa ha de ser forzosamente la que viva mejor y con menos disensiones que ninguna; y la que tenga otra clase de gobernantes, de modo distinto (…) Una vida mejor que la del gobernante, es posible que legues a tener una ciudad bien gobernada, pues esta será la única en que manden los verdaderos ricos, que no lo son en oro, sino en lo que hay que poseer en abundancia para ser feliz: una vida buena y juiciosa. Pero donde los mendigos y hambrientos de bienes personales los que van a la política creyendo que es de ahí de donde hay que sacar así riquezas, allí no ocurrirá así. Porque, cuando el mando se convierte en objeto de luchas, esa misma guerra domestica e intestina los pierde tanto a ellos como al resto de la ciudad”.  – (La república.  Libro VII. Platón. Editorial Gredos.  Pág 322. Madrid).

La democracia sí ha caído producto de los desmanejos de cierta clase política en un juego maquinal, como lo puede ser una tragamonedas, debe re-escribirse, re-interpretarse, de lo contrario, sostener que lo político, mediante lo democrático es un juego adictivo de cierta clase dirigente para con las mayorías no tiene razón de ser, pues así como alguien sostuvo que dios no pudo haber jugado a los dados con nosotros, tampoco podemos permitir que una facción juegue a la “embopa” o como diría el correntino “nos juegue todo por nosotros”.

Por tanto la democracia entendida en estos términos dislocados, distorsionados, apocado en un significante distinto y distintivo, deberá llamarse; brutocracia. La brutocracia es el gobierno de los brutos, de los malos entendidos, de los estultos, que en tren de creerse que son lo menos malo posible, acendran lo menos efectivo de lo disponible. 

El fin de la brutocracia, escondida en las polleras o en el paraguas del significante extenso o amo de lo democrático, dará la posibilidad cierta, de que el humano, pueda desandar su humanismo, saliendo del confinamiento, de la caverna, del útero, al que lo quieren excluir, el mayor tiempo posible, los personeros del atraso, de la indignidad, de la exclusión, de las pestes y de todo lo que amputa y enferma al ser humano en su posibilidad de libertad y por ende de inteligencia, como razón, intuición y vivencialmente apto para los sentimientos y emociones que lo posicionen en ser parte responsable de un mundo que lo precisa respetado y respetuoso para con las otras especies y para consigo mismo. 

La brutocracia