martes. 16.04.2024

La brecha no cesa de crecer

Por Emilio Jurado | Uno de los efectos más conocidos de la aplicación del recetario económico liberal es el surgimiento de una brecha social que se ha tragado a una parte sustancial de la clase media.

La brecha económica no cesa de crecer, los datos de distribución de la renta en todo el planeta confirman este proceso que se caracteriza por una polarización de la riqueza que además genera un flujo que va de muchos pobres a cada vez menos ricos, pero más ricos. Este proceso de traslación de la renta de las capas populares a una selectiva minoría agranda la brecha social hasta convertirla en una sima inabordable que divide definitivamente la estructura social de los países y aún de continentes enteros (caso de Europa).

La brecha ha sido tradicionalmente utilizada como concepto socio-económico e indicador que orientaba la acción política que mediante estrategias compensatorias para neutralizar las diferencias en el origen (patrimonio, educación, relaciones de clase, etc), trataba de impedir que un ancho profundo (de la brecha) rompiese la estructura social, produciendo como resultado desequilibrios, alteraciones  y finalmente procesos traumáticos de recomposición de la distancia social a una vida digna. El estado de bienestar actuaba como atenuante del dislate de la brecha y bálsamo para evitar el cambio de tipo revolucionario.

La brecha ha dejado de representar el espacio que el estado debía cubrir para neutralizar las asimetrías sociales. En este momento es tan sólo un indicador estadístico que viene a identificar el número creciente de personas que quedan fuera del juego político y social por haber caído en la irrelevancia económica.

El volumen de las personas afectadas en la parte negativa de la brecha, los perdedores para entendernos, son una legión creciente que va acogiendo más y más números y casos. A los inadaptados originales les siguieron los trabajadores descualificados. A éstos vinieron a unirse trabajadores cualificados pero con habilidades obsolescentes, después todo tipo de trabajador sujeto a nómina, más tarde estudiantes, investigadores… Cuando ya casi no queda nadie a quien expoliar para concentrar el botín en la saca del menguante número de personas que acapara riqueza, poder y autoridad, entonces se llega a empujar a la sima de la brecha a enfermos, pensionistas y otros indefensos como sintecho o inmigrantes irregulares.   

El número de los damnificados y la profundidad y calado de la sima es tal que, en opinión de muchos, el corte social ya es irreparable y por tanto la estructura social que ha sostenido el mundo occidental  ha dejado de ser eficaz para la organización social de nuestro modo de vida. Las experiencias vitales de unos miembros y otros de la colectividad son radicalmente distintas en función de lugar de la brecha en el que se hallen. Los del lado de la sombra (ahora espacio VIP) podrán seguir disfrutando de un modo de vida orondo aunque falaz, que se beneficia de una caracterización utópica indebida. Simularán vivir en un mundo feliz hecho a su imagen y semejanza, lleno de seguridad y confort, pero no será sino una ilusión, como por ejemplo los hacendados suramericanos que viven en la opulencia pero reducida a su alambrada posesión, de la que solo pueden salir artillados hasta la cejas. O no salir, como los capos de la mafia. 

En el lado del sol, en el lado de la cola en la oficina de empleo o en la lista de espera hospitalaria gestionada con criterios empresariales, ni la ficción servirá para evadir un modo de vida envilecido.

La brecha ya está provocando la existencia de modos de vida paralelos con escasos mecanismos de conexión, que antes se llamaban corredores de movilidad social. La vida de unos y de otros comienza a no tener nada en común. Ni la experiencia de cada día, ni los recursos y medios para vivirla, ni las gratificaciones estéticas y culturales. Y, lo que ahonda la distancia, las expectativas que en función de la vida propia uno genera para sí y para los demás, tienden a la dispersión y pronto a la confrontación

El modelo de vida de Occidente queda rasgado por la brecha económica y por la distancia en las expectativas de unos y de otros. Ahora la vida de cada cual tenderá a generar posiciones políticas en función de las propias experiencias alejadas de las propuestas de otros, guiadas por el interés del grupo y desvinculadas de proyectos colectivos.

Suena a lucha de clases, si, pero no definida por la posesión de los medios de producción, ni por el reparto equitativo de la riqueza. La lucha de clases en Occidente va a desarrollarse por la conquista de la dignidad perdida.

La brecha no cesa de crecer