sábado. 20.04.2024

A punto de finalizar el curso escolar, tras un encuentro con varios padres de alumnos a la entrada de un colegio, donde cada cual opinó de una manera -diversas casi todas y contradictorias algunas-, permítame el lector, quizá padre de hijos en edad escolar, apuntar unas reflexiones sobre el planteamiento, la realidad, y las actitudes ante la educación y la escolaridad del futuro de un país. Y permítame hacerlas sin entrar en disquisiciones sobre la teoría y práctica de la pedagogía, pues tanto en sí misma como en cuanto ciencia, encaminada a la formación de la persona, es materia inabarcable como inabarcable e infinita es su finalidad. Quizá radique aquí la controversia y las diferentes actitudes ante los enfoques desde los que puede verse la escolarización, su teoría y su práctica.

Son fechas estas del fin de curso en las que muy pocas familias se muestran conformes, y discrepan según los resultados y las actitudes de los alumnos, sus hijos, tras haber pasado un curso entero por diferentes aulas, colegios, y profesores. En unas cunde la decepción porque sus expectativas no se hayan cumplido, en otras la satisfacción porque creen haber aprovechado el tiempo y cumplido con  sus deberes, “progresando adecuadamente”. En unas, la alegría de verse libres de cargas y madrugones, y en otras, temer que estos meses de verano se llenan de otras cargas como la de no saber qué hacer con sus hijos ahora en vacaciones porque no tienen lugar donde dejarlos durante el día, cuando los padres están en su trabajo, expuestos los pequeños a los múltiples y cotidianos males de este mundo. Este temor se agrava en las ciudades donde el jovencito está expuesto al ocio y las malas compañías y entretenimientos, pues la calle, que enseña más que la universidad, es a la vez lección de malos usos y perversidad, que copian antes que nada quienes todavía no están lo suficientemente formados para haber obtenido criterio de vida y elección. Muchas familias sienten ya este agobio por un verano en el que falta el colegio, la protección para sus hijos que al menos encontraban dentro de las aulas, sujetos a una disciplina y enseñanza que, si querían, podían aprovechar para el bien de su persona y conocimiento. Bien es verdad que ayuntamientos de algunas ciudades, muy pocas desgraciadamente, organizan lo que han dado en llamar “campamentos urbanos de verano”, pero no es suficiente. El colegio debe seguir formando parte de la vida social también en fechas vacacionales. Al menos que se pueda disponer de sus instalaciones. Claro que según están planteados nuestros centros escolares y sus deficientes instalaciones, así como su mismo quehacer, “educar” -dirigir- más que “formar”, no es de extrañar que los alumnos sientan aversión para tener que acudir a ellos también en verano, aunque sea para divertirse, ajenos como están a la creencia de que la cultura pueda constituir en algún momento motivo de diversión, imbuidos por la idea contraria de que la cultura, el conocimiento no es más que una pesada carga que les impide ser feliz. Flaco favor les estamos haciendo. Es lógico que visto así, el fracaso escolar sea tan alto proporcionalmente como al afán de hacer “pellas” o “novillos”, es decir, huir de la clase o ausentarse del centro para buscar relaciones y pasatiempos más agradables.

Otras familias, por el contrario, se sienten liberadas al no tener que mandar al niño al colegio, evitar despertarle a horas intempestivas y privarle de jugar por la tarde cuando ha acabado el horario escolar por tener que “hacer los deberes” que le mandan los profesores.

Unas madres estaban conformes con obligar al niño a terminar esos deberes antes de ir con los amigos, o quedarse sin amigos si no hacía esos deberes, obligación ineludible que como una carga pesada debe sobrellevar el pobre chaval. Obligando al hijo cumplían con su deber de padre o buena madre, y juzgaban como bueno al profe que tales tareas manda a su alumno, como si para éste no hubiera sido suficiente aguantar ocho horas, lo mismo que una jornada laboral de un adulto -se supone que ya formado y con criterio-, sentado en un duro banco ante unos tochos de libros, que parecen “tebeos” de usar este curso y tirar el próximo (gasto inútil y negocio provechoso de editoriales conchabadas con ministerios), escuchando el rollo del profe que te castiga o te suspende si no le repites lo que él ha ordenado. Como si el profe que suspende fuera mejor profesor que el que aprueba a la mayoría, otro concepto equivocado entre los muchos que se manejan actualmente en el actual sistema, y que redundan en los fines que persigue el sistema, cuyo fin, desde el siglo XIX en que se consolidó, no es otro que educar y enseñar al pueblo pero sin el pueblo, marcándole desde arriba los caminos a seguir, sin permitir que otras fórmulas, quizá mejores que las establecidas, puedan implantarse y ser reconocidas con las mismas condiciones, ventajas y baremos que las concebidas como “institucionales”. Y no debería ser así; de entonces acá ha llovido mucho; la humanidad ha progresado en ideas, ciencias y comportamientos, que deberían repercutir positivamente en el sistema educativo, desde los métodos a los instrumentos, pasando por la técnica y las materias, como por ejemplo, la informática, desde su manejo al criterio para manejarla. Además de servir como herramienta de enseñanza y aprendizaje, debe constituir en sí misma una materia, faceta hasta ahora olvidada, que en esta doble vertiente puede aportar muchas cosas positivas en la labor del maestro y en el desarrollo del alumno, facilitándoles su trabajo, supliendo el aspecto memorístico por el de investigación y coordinación de artes, ideas y acontecimientos, más acordes con  la “idea global” que con el “sistema de estancos” que impera en el actual planteamiento de enseñanza-aprendizaje.

LA EDUCACIÓN EN LA “ALDEA GLOBAL”

Han cambiado los tiempos, del Siglo de las Luces para unos pocos, hemos pasado al “siglo de la globalización” donde mayor cantidad de información se ha vuelto fácilmente accesible a través de Internet para el común de los humanos, al menos en nuestro mundo civilizado que precisamente por esa globalización mal entendida y peor aprovechada, sufre esta continua crisis de valores, economía, y solidaridad. La mejor respuesta y la única solución para evitar y corregir este falso concepto, es la educación, en la que la “institucionalización” no debe venir impuesta, sino consensuada, contando con la comunidad educativa, que no es otra que la sociedad y sus diferentes sectores y colectivos, tanto internos -administraciones, centros, maestros, profesores, alumnos, editoriales, funcionarios-, implicados directamente, como externos -sindicatos, asociaciones, investigadores, transportistas, museos, bibliotecas, economistas, empresarios, ecologistas, etc, etc.- que deben relacionarse e interesarse por la educación, el futuro de un país y el motor de su progreso. En tal sentido hay que avanzar, y dejar que se integren otras ideas y concepciones del sistema educativo que pueden enriquecer y abonar este campo que sigue con  parámetros del pasado, en el que pocos avances se han dado para mejorarlo. Y los que se han pretendido realizar a través de nuevas leyes, llámense eufemísticamente “de mejora de la calidad”, o “mejora simplemente” o “adecuación curricular”... no han llevado sino a crear confusión, planes inacabados cuando no realizables, sin centrarse precisamente en el meollo de la cuestión, que es su renovación y adecuación a los tiempos, variados, técnica y humanamente, y mestizos, producto de la emancipación, la información, y los constantes, y cada vez en aumento, movimientos demográficos, mezcla no sólo de razas, etnias y colores, sino de ideas, religión, y costumbres, en una amalgama que puede conducir al desastre y el desbordamiento social, si no se encauza correctamente y se atiende conforme a sus características intrínsecas.  

He hablado hoy de generalidades y de alternativas educacionales que pasaré a detallar en el próximo artículo. Alternativas que no son utópicas, que llevan funcionando años y que sin embargo, los gobiernos  no suelen aceptar de buen grado, mientras siguen permitiendo aberraciones como las subvenciones a la enseñanza privada, o la imposición de materias en las que demuestran que son “más papistas que el Papa”, y lo digo no como refrán conocido, sino con toda propiedad y exactitud. Hay que acabar con las aberraciones en la enseñanza; hay que acabar con las imposiciones gubernamentales sin consenso; hay que acabar con la letanía de leyes para hoy que no valen mañana, y promover nuevas estructuras y fórmulas adecuadas a los tiempos que vivimos.

Ya se sabe que los gobiernos, siguiendo el principio que inspiró en siglos pasados el acceso a la educación general -en sus tiempos fue un paso importante-, no pretenden otra cosa que manejar a su antojo y según sus fines y criterios el proceso de enseñanza-aprendizaje. Por eso la educación no es tanto formación cuanto adecuación.

Y es que, así acabo, como dijo el emperador Marco Aurelio, que además fue un  auténtico filósofo, “la estupidez es un arma que tiene el sistema para que la gente no piense ni se cuestione”. Pero como dijo otro filósofo el pensamiento es la prueba de la existencia: “pienso, luego existo”. Pensar es existir.

En el próxima entrega, pues, expondré algunas aberraciones educacionales, y alternativas al sistema. Para que luego no me critiquen y digan mis adversarios que es fácil criticar sin exponer soluciones o alternativas. Que la crítica se nos da muy bien a los periodistas. pero luego no sabemos otra cosa. En mi caso algo sé de esto, también he sido profesor de una materia tan importante como “Lengua y Literatura”, permítanme decirlo, sin vanidad, por ser verdad. Mientras nos dejen criticar... Al menos pensamos. E invitamos a otros a que lo hagan. Así existiremos y... resistiremos. Puede que entre todos consigamos administraciones que tomen conciencia de sus errores, y se tomen en serio la educación.

Acaba el “rollo” del colegio