viernes. 29.03.2024
tdah

Hace 30 años poca gente había escuchado en España hablar de la hiperactividad y de un trastorno relacionado con ella que se denominó TDAH (Trastorno de Déficit de Atención y/o Hiperactividad). Hoy pocos son los que no conocen a algún niño o adolescente afectado o diagnosticado. ¿Pero, a qué se debe esta rápida expansión?


Los “ingredientes” de la epidemia

Júntese un trastorno infantil caracterizado por un ramillete de síntomas poco específicos, que pueden deberse a situaciones coyunturales del niño o de su familia o a etapas normales de su desarrollo con un sistema educativo anticuado y herido por los recortes. Súmele un agresivo plan de marketing, desarrollado por las grandes empresas farmacéuticas y disuélvase en un ambiente social donde la competitividad, la obsesión por el éxito y la aversión al fracaso se proyectan sin ningún filtro entre los más pequeños. Déjese actuar libremente a estos elementos. En pocos años tendremos la situación actual.

El marketing del TDAH

La planificación de la industria farmacéutica parte de la premisa de que el 10 por ciento de los niños y adolescentes padecen este trastorno, y su objetivo en conseguir que se diagnostique y medique a toda esa población. Para ello han desarrollado planes de marketing agresivos capaces de que sus mensajes lleguen hasta los lugares más alejados.

El Plan PANDAH, financiado por la multinacional SHIRE  afirma que “uno de cada diez niños tiene TDAH” y se propone promover el diagnóstico temprano y su tratamiento farmacológico. Considera y evalúa las resistencias con las que se encuentra en España el reconocimiento de la enfermedad por parte de padres, personal médico, maestros, etc., y propone una estrategia para vencerlas, en la que creer en la existencia del trastorno es una cuestión de la máxima relevancia. “Es necesario que el centro de trabajo del psiquiatra “crea” en el trastorno y, en consecuencia, facilite la formación del especialista”.

El creer o no creer en la existencia de este trastorno se hace cuestión central, más cuando a pesar de todos los intentos e investigaciones llevados a cabo hasta hoy ninguna prueba o marcador biológico sirve para diagnosticarlo. Éste se fundamenta en la observación de síntomas como éstos:

Parece no escuchar.
No presta mucha atención a los detalles.
Parece desorganizada.
Se olvida las cosas.
Se distrae con facilidad.
Corre o trepa cuando no corresponde.
Contesta impulsivamente.
Interrumpe a las personas.
Habla demasiado.
Está siempre en movimiento…

El catálogo de presiones, por no decir amenazas, a los progenitores que se resistan al tratamiento incluye fracaso escolar, drogadicción, conductas sexuales peligrosas, accidentes de tráfico, desempleo, fracaso sentimental y cárcel.

El Plan intenta que sean los maestros los que hagan la labor de detectar el trastorno, por lo que promociona el conocimiento del trastorno mediante el uso de medios de comunicación, vídeos, formadores de opinión, etc. Se trata de una estrategia muy utilizada por esta industria conocida como “disease mongering” (promoción de la enfermedad). Y realmente ha sido eficaz, cuando se ha hecho habitual que muchos padres y madres y profesores hayan pre-diagnosticado a sus hijos o alumnos sin tener mayores conocimientos sobre psiquiatría infantil. Establece que la etapa más adecuada para el diagnóstico es la de preescolar (entre los tres y los seis años). Un niño tan tempranamente diagnosticado y medicado estará muchos años o décadas consumiendo un medicamento peligroso que solo trata los síntomas pero que no es curativo.

Este relato sobre el TDAH ha penetrado en los distintos ámbitos, en las escuelas, en el sistema de salud, en los medios de comunicación y hasta en la legislación. En la LOMCE se reconoció explícitamente el TDAH gracias a una propuesta de UPN apoyada por el PP. Se llega a dar la paradoja de que si un niño es diagnosticado con TDAH se encuentra en una posición más favorable para recibir algunos tipos de ayuda, lo que anima a padres y profesores a vencer los reparos hacia los tratamientos farmacológicos.

La resistencia por parte de los menores a tomar la medicación a partir de la adolescencia está también prevista en el Plan PANDAH, y anticipa la “comorbilidad” del TDAH con nuevos diagnósticos, como el “Trastorno de negativismo desafiante”, que trae como consecuencia la introducción de nuevos psicofármacos para los menores. “Con la llegada a la pubertad, puede aparecer el componente negativista desafiante, dificultando no sólo el diagnóstico, sino también el tratamiento. Con frecuencia, los pacientes adolescentes se niegan a ser diagnosticados de TDAH, por el rechazo a la etiqueta y al estigma social que trae consigo; además de desarrollar comorbilidades o agravamiento de los síntomas.”

Los conflictos de interés en el diagnóstico y tratamiento

El Plan no podría funcionar si no estuvieran avalados sus postulados por el Ministerio de Sanidad, que aprobó en 2010 la Guía Práctica Clínica del TDAH. Al respecto de esta guía, La Federación de Asociaciones de Defensa de la Sanidad Pública ha pedido su retirada y ha advertido que el 70% de los colaboradores que la redactaron declararon conflictos de interés y recibieron de alguna manera dinero de las farmacéuticas. El médico más citado de la guía, Joseph Biederman, está investigado en los EEUU por recibir 1,7 millones de dólares de compañías farmacéuticas tras promover el diagnóstico de trastornos psiquiátricos en la infancia. Las objeciones y cuestionamiento de esta guía son abundantes por parte de muchas asociaciones y profesionales del campo de la salud.

En el año 2015, 115 entidades y más de 2300 profesionales han suscrito el “Manifiesto para un consenso clínico del TDAH”, en el que se pide la retirada del Protocolo de la Generalitat de Catalunya sobre el TDAH, porque significa:

  1. Un  paso  más  en  la política  de  patologizar  y  medicalizar  la vida  en general y la infancia y adolescencia en particular.
  2. Un  menosprecio  a  las  diferentes  teorías  y  prácticas existentes en la clínica de las sintomatología psíquicas,  y en consecuencia:
  3. Un atentado contra la libertad de elección de los pacientes.

El cuestionamiento sobre la expansión del TDAH y los presupuestos en que se basa también ha crecido en los Estados Unidos. Leon Eisenberg, psiquiatra que en 1968 desarrolló el concepto de la hiperactividad como trastorno, afirmó en el 2009 que se deberían buscar las razones psicosociales que llevan a determinadas conductas, un proceso mucho más largo que “prescribir una pastilla contra el TDAH”.  Alen Frances, también psiquiatra norteamericano y ex director del DSM IV, el Manual de Desórdenes Mentales, declaró recientemente que “gran parte del incremento de casos de TDAH es el resultado de falsos positivos en niños a los que les iría mucho mejor sin ser diagnosticados” y que “es mejor gastarse el dinero en colegios que maldiagnosticar a los niños y tratarles con medicinas caras”. En su opinión, el marketing de las farmacéuticas está buscando ampliar su mercado con los menores, que serán “clientes para toda la vida”.

En España, en el año 2007 La Regional Humanista Europea y la Comunidad para el Desarrollo Humano advirtieron sobre la sistematización de los tratamientos con psicofármacos a niños y jóvenes y pidió la apertura de un debate sobre este conflicto, denunciando ante el Defensor del Menor la vulneración de los derechos fundamentales de los menores. El Servicio Vasco de Salud denunció en el 2013 que “no se están siguiendo las recomendaciones sanitarias más básicas y prudentes en cuanto a la prescripción de metilfenidato”. El Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra alertó en 2013 sobre el incremento del consumo del metilfenidato, señalando que no está demostrada su eficacia a largo plazo.

Garantizar los derechos de niños y adolescentes

En la situación actual, la suerte de un niño o un adolescente depende de a qué centro educativo se le envía, o quién será el pediatra, médico de familia, psiquiatra o neurólogo que vea su hipotético caso

En la situación actual, la suerte de un niño o un adolescente depende de a qué centro educativo se le envía, o quién será el pediatra, médico de familia, psiquiatra o neurólogo que vea su hipotético caso. Las diferencias en la tasa de afectados son muy grandes según las localidades o los centros educativos. Puede ser que en un centro un niño sea un niño inquieto y en otro un caso de TDAH. Puede que en uno se permita al niño evolucionar y se le ayude en esa evolución, y en otro se le ponga la etiqueta de hiperactivo y se presione para que sea medicado con psicofármacos. Podemos encontrar también psiquiatras y neurólogos que defienden y promueven el tratamiento farmacológico y que reciben apoyo económico de las empresas que fabrican esos fármacos o podemos encontrar psiquiatras que evitan prescribir esos fármacos y promueven el tratamiento cognitivo conductual.

Dadas las consecuencias de recibir o no un diagnóstico y un tratamiento farmacológico a base de anfetaminas de duración indefinida lo correcto sería saber si el profesional que está delante de nosotros tiene o no un conflicto de interés, si tiene o no relaciones económicas con las empresas que comercializan los fármacos. Esto ya es preceptivo en reuniones y congresos médicos, y debería extenderse a las consultas para que los interesados cuenten con una información importante.

Las ciencias, y por supuesto la psiquiatría, cambian sus puntos de vista. No deberían manejarse como verdades absolutas sus postulados. En las últimas décadas se han patologizado numerosos comportamientos y situaciones de la vida, y ha predominado una corriente que ha considerado de una manera biologicista el comportamiento humano, utilizando los psicofármacos con gran profusión. Esta corriente sin embargo está siendo cuestionada y es posible que en el futuro muchos trastornos, incluido el TDAH, desaparezcan de los manuales de psiquiatría. La raya que separa un comportamiento diferente de un trastorno puede moverse fácilmente, de manera que millones de personas, adultos o menores, caigan en el campo de los “normales” o los “trastornados”. En todo caso, creemos que en esta época de crisis en todos los campos es normal que las respuestas y los comportamientos de los menores reflejen la incertidumbre en que vivimos.

Pero lo más alarmante y que debe preocuparnos a todos son los efectos de medicalizar con psicofármacos a niños y adolescentes. ¿Quién se hará cargo a futuro de las consecuencias? Por el bien de las futuras generaciones es necesario abrir un debate público sobre este tema y ayudar a que llegue hasta el último rincón lo que hoy se está discutiendo en los foros médicos. Y finalmente, porqué no cuestionar también el entorno, ¿el trastorno está en los niños y adolescentes o en un sistema violento y deshumanizado?


Humanistas de Carabanchel

El agresivo marketing de la industria farmacéutica para diagnosticar TDAH