viernes. 29.03.2024

Leo. González: “No os fieis de quién asesora a Venezuela” (El País, 9 diciembre). Y sin mala intención, sin querer, en la foto que acompaña la noticia la cara sonriente de Felipe González se transforma, como en una superposición cinematográfica, en las caras de dos famosos periodistas, asiduos de las tertulias políticas, que destilan mala baba y emplean el cinismo y la mentira como argumentos. Se trata de los señores Inda y Marhuenda. Ambos representantes de una derecha cavernícola. El primero, con un discurso descarado e insultante. El segundo, el mismo discurso pero encubierto en una pretendida erudición académica. A ambos se les alteran las vísceras cuando simplemente oyen la palabra “izquierda” añadida a un partido o a una persona. Desasosiego visceral que llega al paroxismo cuando el partido se llama Podemos y la persona se llama Pablo, Íñigo o, sobre todo, Juan Carlos.

¿A qué llama “asesorar”? ¿Acaso no es su tarea desde hace años asesorar a multinacionales y a gobiernos tan dañinos para la democracia como puede ser la nefasta Venezuela de antes y ahora? ¿Tan escandalosos son los honorarios percibidos por algunos dirigentes de Podemos por su labor de asesores o, más exactamente, por la emisión de unos informes basados en su cualificación académica, no en su representación política? Si comparamos los honorarios percibidos por uno y otros, resulta ridícula y poco legítima la acusación de Felipe González.

Para alguien que compartió ilusión y esperanza con el triunfo inicial del PSOE en 1982, es triste ver y leer cómo Felipe González descalifica a un competidor desde la izquierda usando los mismos argumentos, las mismas insidias ad personam que los citados periodistas.

Cierto que es que aquellas ilusiones y esperanzas del 82 rápidamente se vieron defraudadas cuando empezamos a oír frases como lo mismo da gato negro que gato blanco con tal de que cace ratones. Toda una declaración ideológica alejada de la gran tradición socialista. Más desilusión y desesperanza cuando el ministro Solchaga afirmaba que la grandeza de España se cifraba en ser el país en el que más rápidamente se podía hacer rica una persona. El mismo ministro reclamaba el derecho de los propietarios de suelo y operadores económicos a decidir "qué, cómo y cuándo hacer las cosas" (EP 7/10/93), en aras de una angélica libre competencia garante de racionalidad y abundancia de bienes para todos. Palabras que confirmaban el proceso de degradación en que estaba sumido el PSOE. Solo la primera legislatura de Rodríguez Zapatero parecía augurar un resurgimiento de la cultura socialdemócrata, frustrado el 12 de mayo de 2010 cuando anunció en el Congreso de los Diputados el plan de ajuste económico más duro e impopular de la historia reciente y renunció a parte de su compromiso social. Decisión política que se vio agravada cuando en agosto de 2011 pactó con el PP la modificación del artículo 135 de la CE.

Si el liderazgo de Pedro Sánchez permitía esperar un retorno a las esencias de la socialdemocracia, haciéndonos olvidar las traiciones pasadas, la frase de Felipe González es capaz de arruinar el esfuerzo del nuevo Secretario General del PSOE.

Viendo el gesto crispado y oyendo el torrente enfurecido de palabras exaltando los triunfos del PSOE a lo largo de décadas, pronunciadas por Pedro Sánchez en el mitin de ayer en A Coruña, un día después del debate en Atresmedia, pienso de nuevo con tristeza que ha sido el impulso, el asesoramiento de Felipe González, el que ha desencajado el discurso ponderado y convincente del candidato a la Moncloa por el PSOE en los últimos meses, transformándolo en una sarta de gritos inconexos, histéricos. O acaso se sumaron los consejos del viejo jefe con el pánico del candidato tras su desastrosa intervención en el citado debate.

Triste. Al menos para alguien que ha militado en el PSOE durante unos años y, más aún, que ha colaborado con intensidad y lealtad en las tareas de un gobierno socialista en la Comunidad Autónoma de Madrid. Más que tristeza me produce dolor ver que se degradan personas e ideas con las que me sentí cómplice en un esfuerzo común para ayudar a construir un país más justo, más feliz.

Tristeza y dolor