viernes. 29.03.2024
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“Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen”.

Concepción Arenal

A estas alturas creo que no tendría que haber muchas dudas acerca de la finalidad de los sondeos electorales.

Desde luego no son meros divertimentos para conocer de antemano los resultados de una competición más, como si de una champion se tratase.

Algo de eso hay, es cierto , pero los sondeos, más que sofisticados ejercicios de predicciones o adivinanzas neutrales y desinteresadas, son sobre todo una poderosa arma electoral al servicio de unas u otras opciones, asociadas por lo común a quienes encargan y sufragan las consultas.

La campañas electorales son- sobre todo éstas de ahora- una modalidad civil de las guerras y como en éstas la información o desinformación se erige en un arma de primer orden y asimismo, como en la guerra, lo  primero que sucumbe es la verdad.

En primer lugar ha de decirse que las encuestas son cualquier cosa antes que transparentes, sobre todo en cuanto a la metodología de su elaboración y explotación de resultados.

Claro está que todas- o casi- proporcionan información sobre el universo, el tamaño de la muestra, el margen esperado de error, el trabajo de campo y el modo de captura de datos etc, etc; pero nunca o casi nunca dicen ni una palabra sobre las hipótesis sobre la que se realiza la “cocina“ que permite transformar las ‘respuestas directas’ en ‘estimaciones’.

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Eso de revelar y justificar las hipótesis parece pertenecer al “secreto del sumario “o más bien al secreto de cualquier otra marca comercial, como si la transparencia en la metodología, en lugar de ser un requisito científico indispensable para verificar la fiabilidad de los resultados o una exigencia mínima de contraste para los “consumidores” del producto, perteneciese al universo de las patentes.

A ese celo protector del “secreto” se entregan indistintamente los institutos privados como los públicos. Y al parecer todos aceptamos semejante aberración tan tranquilos, limitándonos o bien a creer a pies juntillas lo que dicen las encuestas o bien a rechazarlas de plano. …porque ‘¡nunca aciertan!’, sobre todo cuando contrarían nuestros deseos y anhelos.

Y sin embargo es ahí, en la maliciosa ocultación de la metodología, más que en si la muestra es más o menos grande, o más sesgada o menos, o si el trabajo de campo introduce o no ya de por sí sesgos importantes (en las encuestas telefónicas, por ejemplo), donde reposa no ya el margen de error sino el arbitrio y la manipulación- a veces francamente descarada- para su utilización como arma condicionante de la formación y expresión de voluntades.

En las líneas que siguen trataremos de evidenciar, a través de un ejemplo concreto, que es posible un uso alternativo de estas herramientas del conocimiento, sin ocultar que semejante uso no carece de una (legítima) intencionalidad política, plenamente compatible con el rigor científico.

Las contestaciones en las Encuestas y sondeos electorales pueden subdividirse en dos grandes grupos: de una parte, las de aquellos que manifiestan su intención de votar a alguna de las candidaturas en liza (incluidos los que se inclinan por el voto en blanco); y de otra parte, el resto que por diferentes y variados motivos aún no lo hace.

Este último grupo comprende los siguientes ítems: no sabe/no contesta; no votaría; voto nulo; o no ha decidido todavía a quién votar. En todas las recientes Encuestas referidas al ayuntamiento de Madrid ese grupo representa un voluminoso porcentaje (entre un mínimo del 32% y un máximo del 38%) y dentro del mismo el más abultado con diferencia es el de quienes aún se muestran indecisos (entre un 20 y un 25% del total de los consultados).

La transformación de las respuestas directas del primero de los grupos (los que dicen haber decidido ya eligiendo una determinada candidatura) en predicción estimada de voto, requiere hacer por separado dos importantes operaciones, lo que a su vez implica adoptar sendas hipótesis, una por cada una de ellas.

La primera de las hipótesis consiste en cuantificar la previsible participación final del electorado, es decir el porcentaje que representarán los que voten respecto al total del Censo electoral. Ese supuesto se mueve dentro de un amplio margen de variación (en el municipio de Madrid en las 9 últimas elecciones municipales la participación ha oscilado entre un máximo del 71 % y un mínimo del 59%), por lo que a tal respecto cabrá plantear distintos escenarios.

Una vez descontados del Censo los que según la anterior hipótesis se abstendrán y descontados asimismo quienes ya han decidido a quién votar (dando por buenas las respuestas de la Encuesta), en la segunda operación solo queda repartir “el resto“ entre las diferentes candidaturas, utilizando para ello una gama de hipótesis variada pero contrastable en su consistencia o verosimilitud.

En ese reparto  consiste o debería consistir la célebre “cocina”, aunque por lo que se ha podido ver en las distintas Estimaciones parece que no siempre es así.

En el ejemplo aquí adoptado se partirá de una de las Encuestas recientemente realizadas para estimar los resultados de las elecciones municipales para el ayuntamiento de Madrid.

Tomaremos la última de las que periódicamente viene realizando la empresa MyWord para el obSERvatorio de la cadena SER, aunque igualmente podría utilizarse cualquier otra (Sigma 2, GAD3, Metroscopia, CIS, etc.), ya que, a los efectos de lo que aquí se pretende mostrar, son relativamente indiferentes las divergencias -más bien pequeñas- entre los datos de base (respuestas directas) que dichos sondeos registran.

Por lo demás la elegida, además de estar, al día de hoy, entre las más recientes de las realizadas y publicadas, es la que ofrece más elementos de fiabilidad.

Ha de aclararse que la principal finalidad del ejercicio no es predecir (en cualquier caso de modo necesariamente estimativo) los resultados de la votación, sino establecer algunas condiciones que han de cumplirse para que se produzcan determinados resultados (en uno o varios escenarios de participación).

Las hipótesis adoptadas son las siguientes:

  1. Suponemos que el Censo electoral no ha variado desde 2011 (2.308.360 electores).
  2. Establecemos dos escenarios de participación. En el primero adoptamos un porcentaje de participación del 72% (abstención del 28%), superior al más alto de los registrados en los 9 últimos comicios municipales (serie 1979-2011). En el segundo, se adopta el porcentaje medio de dicha serie, que es el 66,4% .
  3. Se supone que los que en la Encuesta dicen haberse decido ya por alguna candidatura (incluido el voto en blanco), mantendrán esa misma elección en las urnas el próximo día 24. En total ese grupo representa un 61,3%, lo que significa algo más de un millón de votos (1.045.025).

De acuerdo con lo anterior en el Escenario 1 quedaría por decidir y por tanto por repartir tan solo un 10,7% (72 %-61,·3%), es decir 247 mil votantes  y en el Escenario 2 bastante menos : un 5,1% ( 66,4%-61,3%), o sea apenas 120 mil votantes.

Conforme a los datos de la Encuesta adoptada aquí, y según los votos ya expresados, las dos listas mejor situadas serían : en primer lugar la que encabeza Manuela Carmena (Ahora Madrid), con 406.271 votos, y tras ella la confeccionada por Esperanza Aguirre para el Partido Popular con 339.329 votos.

Para que a partir de los “votos” totales que aún quedan por expresar y repartir se llegue a acortar esa diferencia hasta dejar ganadora a la candidata que actualmente parece serlo, aunque solo fuese por un solo voto, tendrían que producirse combinaciones como la que se describe a continuación:

Esperanza Aguirre que es conocida ya por el 100% del electorado tendría que atraer hacia sí 98.543 nuevos votos, es decir un 39,9% de quienes todavía no han decido, alcanzando de ese modo un total de 437.872 votos. Mientras tanto Manuela Carmena a quien hasta ahora solo identifica dos tercios del electorado conseguiría mantener su posición de ganadora, aventajando en 2 votos a su contrincante, en el supuesto de que consiguiese atraer hacia sí tan solo a 31.603 nuevos votantes, es decir a algo menos del 13% de los que irán a votar pero todavía no tienen claro por quién hacerlo.

En el Escenario 2, con una participación más baja, posiblemente más congruente con el alto nivel de desafección política que reflejan lo barómetros del CIS, las hipótesis aquí adoptadas se traducirían en los siguientes resultados:

Esperanza Aguirre tendría que conformarse con conseguir un total de 406 271 votos si no logra arrastrar hacia las urnas para darle su voto a un porcentaje no mayor del 56,5%% de los que yendo a votar aún están indecisos en su preferencia. En tal caso Manuela Carmena terminaría aventajándola, siquiera con un voto más, con tan solo  mantenerse en los votos ya expresados, sin necesidad de nuevos votantes. De ellos, además de los conseguidos por el PP de Esperanza, un 10% del total de los que al parecer permanecen en la indecisión (aunque terminarían por hacerlo en uno u otro sentido), iría a parar al PSOE de Carmona y un 33,5% a Ciudadanos… o viceversa.

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Sea como sea, más allá del número necesario, lo importante sería preguntarse si quedan personas indecisas que, además de estar dispuestas a votar, se consideran de verdad personas decentes. En tal caso el dilema está claro: elijan entre Manuela y Aguirre.

Si como parece finalmente sale Manuela en primer lugar, ¿apoyará Esperanza la lista más votada? ¿Lo hará igualmente Ciudadanos? En caso de que hubiera estado implantado el sistema de segunda vuelta y la elección estuviese entre Aguirre y Manuela ¿qué podría esperarse de los votantes de Ciudadanos?, ¿a quién apoyarían?, ¿lo harían mayoritariamente a favor de la candidata más contaminada por la corrupción?, ¿se abstendrían?

Hace ya casi un siglo que Romain Rolland, antes de que nos lo volviese a recordar Antonio Gramsci, nos enseñó que frente al pesimismo de la razón ha de oponerse el optimismo de la voluntad. En ello seguimos.

David derriba a Goliat: a vueltas con los sondeos