martes. 16.04.2024
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@jgonzalezok | Lo que comenzó como un berrinche de la presidente argentina, Cristina Fernández, al tratar de imponer las condiciones de la ceremonia del traspaso de los símbolos del poder, se ha convertido en un bochorno en el que se ha complicado incluso a los invitados extranjeros que llegaron a Buenos Aires para la asunción de Mauricio Macri, entre ellos el rey emérito, Juan Carlos.

Este traspaso de mando se ha enfrentado con más dificultades que otros mucho más complicados de la historia contemporánea argentina. Como los que protagonizaron los ex presidentes Raúl Alfonsín y Héctor Cámpora, que recibieron los atributos del mando de sendos dictadores militares, el general Bignone y el general Lanusse, respectivamente.

Desde el principio, Cristina Fernández quiso que el traspaso de la banda presidencial y el bastón de mando se hicieran en el Congreso, donde iba a estar arropada por senadores y diputados propios, además de la militancia que pudiera meter en el recinto como invitados. Macri, por su parte, quería que la ceremonia fuera en la Casa Rosada, después de jurar ante la Asamblea Legislativa. El primer formato fue el utilizado por Néstor y Cristina, pero tradicionalmente fue en la Casa Rosada.

Entre los muchos despropósitos a los que asistieron los argentinos estas últimas horas, está una carta publicada en su página de Facebook por la presidente, acusando al mandatario electo de gritarle al teléfono, aludiendo además a su condición de mujer sola. Insólitamente, también argumentó que necesitaba que todo estuviera resuelto pronto porque de lo contrario perdería el avión de Aerolíneas Argentinas que la trasladaría a Río Gallegos, donde asumirá la gobernación su cuñada, Alicia Kirchner. Antes, hubo una reunión a solas, cuarenta y ocho horas después de las elecciones, de la que Macri salió diciendo que no había valido la pena. La presidente solo quería hablar de su despedida, no del proceso de transición.

Otro de los episodios surrealistas fue la disputa por hacerse con el bastón de mando, cuando aún estaba en poder del artista Juan Carlos Pallarols. Éste recibió una llamada amenazante desde ceremonial de la Casa Rosada, exigiendo su entrega inmediata, con la pretensión de obligar a Macri a aceptar las condiciones de la presidente sobre el traspaso.

Finalmente, pues, la presidente no le entregará la banda y el bastón y ni siquiera acudirá a la jura de su sucesor. El grupo del Frente para la Victoria en el Congreso decidió no acudir tampoco a la ceremonia, respondiendo a la orden de la Casas Rosada. Pero en el Senado se produjo una fisura y el presidente del bloque, Miguel Ángel Pichetto, dio libertad de acción. Y hay varios senadores que ya anunciaron que irían a la ceremonia.   

Desde el kirchnerismo se aludió a cuestiones formales, incluso citando la Constitución, aunque ésta no habla nada sobre el particular y solo establece que la jura será ante la Asamblea Legislativa. El protocolo sobre la entrega de los símbolos del poder, cuestión meramente formal, es tan amplia que Cristina Fernández decidió que fuera su hija, Florencia, la que le impusiera la banda presidencial.

En medio hubo una discusión sobre cuándo comenzaba realmente el mandato de Macri, si en el momento de la jura o antes. El equipo del presidente electo buscó una medida cautelar ante la justicia, que dictaminó que Macri es presidente desde las cero horas del día 10. Para cubrir el hueco de varias horas entre esa medianoche y el momento de la jura, el poder formal cae en Federico Pinedo, nuevo presidente del Senado y tercero en la línea de sucesión. Y que será quien le dé a Macri el bastón de mando.

Esto despertó la ira del kirchnerismo. Algunos de sus principales portavoces, como el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y el titular de los servicios secretos, Oscar Parrilli, hablaron de que esto era un golpe de Estado. Y justificaron la ausencia de Cristina Fernández en el acto de jura de Macri por una supuesta falta de garantías para su seguridad.

El kirchnerismo, entonces, puso todas las energías para el último acto de la presidente, en la Casa Rosada, horas antes del fin de su mandato. La excusa fue presentar un busto de Néstor Kirchner. Héctor Recalde, que será el nuevo jefe del bloque de diputados kirchneristas, hizo un llamamiento a la militancia a la Plaza de Mayo, para defender a Cristina, asegurando que había sido “agraviada” y “ofendida”.

La presidente utilizó su último acto público como mandataria para lanzar un mensaje combativo, criticó con dureza a la prensa y a la justicia, hablando del partido judicial. Afirmó que todos los argentinos “están un poco en libertad condicional” y aludiendo al dictamen de la Justicia estableciendo que el presidente del Senado actúe como presidente provisional en las horas previas a la jura de Macri, ironizó: “en mi vida pensé que iba a ver un presidente cautelar en mi país”.

Comenzó, pues, la resistencia de los kirchneristas más fanáticos al nuevo gobierno. El término resistencia no es casual, recuerda la resistencia peronista tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, que incluyó la lucha armada. Habrá que ver si el resto del peronismo sigue a Cristina Fernández en esta estrategia. Un primer indicio del poder que conserva se verá el 10, cuando se compruebe cuántos diputados y senadores cumplieron la orden de hacerle el vacío a Macri en el Congreso.

Lo cierto es que hace unos días, cuando reunió a los gobernadores peronistas en la residencia presidencial de Olivos, Cristina Fernández les impuso el nombre de Ricardo Echegaray como futuro presidente de la Auditoría General de la Nación, organismo de control que corresponde a la oposición. Los gobernadores tenían otro candidato, Eduardo Fellner. Se cuenta que en esa reunión la presidente dijo de repente: “Daniel, cerrá la puerta”, dirigiéndose a Daniel Scioli, el derrotado candidato presidencial. Éste, se levantó sin rechistar y la cerró.

El comportamiento de Cristina Fernández en los últimos días denota la dificultad para asimilar que deja el poder, después de 24 años de gozar de todos sus privilegios. Fueron ocho años como presidente, pero también estuvo durante años como legisladora, en el Senado y en la Cámara de Diputados, fue primera dama de la nación, como esposa de Néstor Kirchner, y también de la provincia de Santa Cruz, cuando su marido fue gobernador. En este tiempo se siguió el consejo que siempre daba Néstor a sus colaboradores: “no le lleven malas noticias a Cristina”. En los últimos años la orden fue: “a la presidenta no se le habla, se la escucha”.

Cristina Fernández provoca una crisis institucional en su despedida