jueves. 28.03.2024
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May no es doctrinaria, sino ecléctica. Combina un aire de "conservadurismo compasivo" en política social con una rigidez apenas disimulada en política migratoria

Theresa May es la nueva primera ministra británica, como los pronósticos habían anticipado. La claridad y la rapidez con la que ha obtenido el liderazgo conservador no son suficientes, no obstante, para despejar las dudas que el Brexit ha sembrado en Gran Bretaña, en Europa y en el resto del mundo.

Las apuestas sobre cómo se desarrollará su mandato se articulan en torno a tres ejes fundamentales: su perfil personal (estilo, condición, bagaje), la gestión del referéndum europeo y la capacidad para mantener unido al país, tanto social como territorialmente.

UN PERFIL PROPIO

La perspectiva de género tiene una importancia relativa. Desde un principio se ha querido ver en May una suerte de reedición de Margaret Thatcher. En cierto modo, lo es, si atendemos a las cuestiones de carácter o personalidad. Como su antecesora, May es dura, en asuntos específicos, implacable, austera, y descansa en unos orígenes sociales de clase media alejados de esa élite que ha ido capturando poco a poco el Partido Conservador.

Sin embargo, en sus referencias políticas, May no es doctrinaria, sino ecléctica. Combina un aire de "conservadurismo compasivo" en política social con una rigidez apenas disimulada en política migratoria. En lo primero, se acercaría a Merkel; en lo segundo, parecería más afín a Thatcher. Son percepciones discutibles: Gran Bretaña no es Alemania y el presente momento se parece poco a los años ochenta.

May recibe un país en shock. La primera ministra tendrá que definir una nueva relación con Europa y asegurar el contrato nacional. No son dos procesos autónomos, sino vinculados. No podrá garantizar la unidad británica si el encaje con el continente no satisface aspiraciones de territorios insatisfechos  con la separación europea (Escocia, Ulster).

El referéndum europeo ha dejado un reguero de paradojas de las que no se ha librado la nueva jefa del gobierno. Los que ganaron se han batido en vergonzosa retirada (Johnson, Gove, Farage...), dejando rastros de mentiras, venganzas y traiciones. May ha demostrado cierta habilidad para emerger de este drama shakespeariano vivido por los tories con aparente coherencia. Pero no completamente. Fue una euroescéptica tradicional, pero las circunstancias políticas le aconsejaron redefinirse como euroresignada, en la línea de Cameron. Resolvió este dilema apartándose de la primera línea, es decir, no haciendo campaña activa por la permanencia en la UE, pretextando su trabajo como Secretaria del Interior. Después del triunfo del Brexit, no le ha costado mucho recuperar su instinto natural de tomar distancia de Europa. Brexit means Brexit, ha dicho. Nada de componendas, de rectificaciones por la puerta de atrás. May se siente a gusto como perdedora formal en el referéndum, porque el resultado se acomoda a su conciencia. Pero el fantasma del Brexit le perseguirá, como ha escrito con aguda ironía Ian Birrell, un ex-responsable de los discursos de Cameron (1).

¿HACIA UN ENTENDIMIENTO MERKEL-MAY?

Pero May puede hacer virtud de la necesidad y convertir esta contradicción en una fortaleza, cuando cruce el Canal para afrontar las negociaciones de divorcio con sus todavía socios europeos. Todos esperan que su temple le sirva para soportar las presiones de quienes consideran conveniente una resolución rápida del entuerto.

May tratará de conectar con Merkel para templar los ánimos, limar diferencias y, si resultara necesario, parar el reloj. La canciller alemana, que va a extrañar mucho a Londres en su política de equilibrios en el Club, no debe tener problemas para entenderse con su colega británica. No es asunto menor que las dos sean hijas de religiosos. Como dice Judy Dempsey, el legado de Merkel se decidirá en gran parte por su gestión del Brexit (2)

El gran obstáculo será la política migratoria. No es previsible que se atiendan los deseos de Londres de seguir vinculado de la manera más ventajosa posible al mercado único europeo sin aceptar las exigencias de la libertad de movimiento de las personas. Pero el rechazo a la inmigración ha sido uno de los factores claves en el éxito del Brexit. May ha sido un adalid de las restricciones. Ahora tiene una baza a su favor: las presiones internas europeas por un mayor control migratorio, que Merkel ha intentado inútilmente neutralizar.

LA DOS FRACTURAS INTERNAS

En el frente interno, May librará dos desafíos: el que amenaza la unidad territorial y el  que incide en la fractura social. En el primero, cabe esperar continuismo: tratará a toda costa neutralizar la tentación de un segundo referéndum independentista en Escocia, no por vía intimidatoria, sino dialogante, y de prevenir una desintegración de los equilibrios en el Ulster.

El segundo desafío presenta un escenario más incierto. May ha tenido mucho interés en alejarse de una política económica que ha beneficiado a los ricos y empobrecido a la clase media. En su análisis del referéndum, citó la frustración social como clave del resultado. Es una obviedad. ¿Cabe esperar una corrección, un giro social, un tono de "conservadurismo compasivo"? Quizás. El neoliberalismo que ha dominado el pensamiento tory desde los ochenta está acabado. Curiosa coincidencia que el vicedirector de estudios del FMI acaba de de suscribir este diagnóstico (3).

May no es una fanática de este enfoque fracasado. La nueva primera ministra dice querer recuperar las bases más modestas del Partido Conservador, reducir la brecha social, o al menos garantizar ciertas compensaciones a los más perjudicados por la globalización. El gran problema es que precisamente el Brexit, si se confirma la recesión, dificultará esta tarea, como están señalando analistas cercanos al Remain (4) y otros expertos internacionales (5).

Otro asunto que lastrará la gestión de May es su déficit democrático, es decir, no haber sido elegido directamente para el cargo, como le ocurrió a Major en su momento, tras la liquidación de Thatcher por su propio partido. El líder liberal, Tim Farron, ya le ha espetado que llega a Downing Street con el apoyo de sólo el "0,0003%" de los británicos, en referencia a los parlamentarios tories que la han investido (6).

Otras voces han incidido en este mensaje. Es más que razonable. Asistimos a un momento excepcional. Un cambio de liderazgo sin la mediación de las urnas tiene escasa solidez democrática, por mucho que se hayan respetado las reglas. Los conservadores, que tanto reprochan a Europa ese estilo de decisión y gestión por arriba, no pueden ignorar ahora esa advertencia.

UN GOBIERNO SIN OPOSICIÓN FUERTE

Como le ocurriera también a Thatcher, May inicia su mandato sin una oposición fuerte. El laborismo, como en los ochenta, se encuentra atrapado en una crisis paralizante. Pero ahora, si cabe, en un clima de tensión sin precedentes. La revuelta de la mayoría de los parlamentarios contra Corbyn no ha cuajado. El líder del partido ha dejado claro que está dispuesto a hacer valer el apoyo de las bases para derrotar a sus oponentes. La ejecutiva del Partido ha decidido que no necesita el respaldo de los diputados nacionales y europeo para confirmar su liderazgo. Entre los potenciales rivales para disputarle la dirección, dos han dado el paso de la candidatura: Angela Eagle y Owen Smith. La primera, con mayores posibilidades a priori, pertenece al sector centrista, mientras el segundo se encuadra en una corriente más progresista, pero convencida de que Corbyn nunca ganará unas elecciones por su mensaje izquierdista radical. El proceso laborista, que tendrá eco en otros partidos socialistas europeos merece un comentario aparte.


(1) THE GUARDIAN, 12 de Julio.
(2) CARNEGIE EUROPE. http://carnegieeurope.eu/2016/07/01/why-brexit-will-be-angela-merkel-s-greatest-test/j2qx
(3) FOREIGN POLICY, 6 de Julio.
(4) THE ECONOMIST, 2 de Julio
(5) "Economic implications of Brexit". BEN BERNANKE, BROOKING INSTITUTION, 28 de Junio.
(6) THE GUARDIAN, 12 de Julio

Theresa May, más allá de las comparaciones con Thatcher o Merkel