viernes. 29.03.2024
rusia-turquia

A los actuales responsables de Turquía y Rusia les interesaba superar cuanto ante el clima gélido en que se encontraban las relaciones bilaterales

La visita oficial del presidente turco Erdogan a Moscú no ha sido una sorpresa. El encuentro de Moscú no se trata de una cita precipitada o improvisada, ni tiene que ver con el clima imperante en Turquía después de fallido golpe. Se venía gestando desde finales de junio, es decir con anterioridad a la intentona golpista de un sector del Ejército.

El acercamiento ruso-turco ha despertado recelos en Occidente. Erdogan y Putin son los dirigentes internacionales más incómodos para Occidente en estos momentos, sólo por detrás del incorregible norcoreano Kim, inquietante por su dudoso equilibrio de carácter tanto más que por su potencial nuclear. Que los motejados como el zar y el sultán de esta época puedan llegar a constituir un tándem, siquiera temporal o táctico, constituye un escenario de pesadilla, debido a la volátil situación en Oriente Medio y en Ucrania y la inestabilidad generada por la crisis de los refugiados.

UNA ENEMISTAD INOPORTUNA

A los actuales responsables de Turquía y Rusia les interesaba superar cuanto ante el clima gélido en que se encontraban las relaciones bilaterales, después de que el pasado mes de noviembre un avión turco derribara uno ruso, durante las operaciones militares de la guerra de Siria. Aquel incidente generó un cruce de acusaciones gruesas que se sustanciaron en la imposición de sanciones económicas rusas contra Turquía en tres áreas de intereses: agricultura, construcción y turismo. Sin olvidar la paralización de los dos grandes proyectos conjuntos: el gasoducto conjunto que abastecería de gas ruso a Turquía y también a Europa sin pasar por Ucrania y la central nuclear de Akkuyu.

El momento del acercamiento es especialmente propicio. Erdogan mantiene una escalada verbal con sus aliados occidentales, y en particular con Estados Unidos, por entender que se han mostrado demasiado tibios en la condena del golpe y muy insistentes en airear su preocupación por la detención y persecución de decenas de miles de personas que estarían supuestamente relacionadas con la intentona, frente a las dudas de organizaciones de derechos humanos y de las propias cancillerías occidentales.

LOS LÍMITES DE LA RECONCILIACIÓN

La reconciliación ruso-turca, no obstante, parece poco sólida. Aunque Erdogan y Putin encuentren tentador un mayor grado de colaboración, ambos Estados tienen intereses contrapuestos en Oriente Medio y en el equilibrio internacional en general.

El escollo más evidente es Siria. Rusia y Turquía apoyan bandos opuestos en esa guerra. Moscú, al presidente Assad; Ankara, a los rebeldes que pretenden su derrocamiento y el final del régimen alauí. Es cierto que rusos y turcos dicen combatir a un enemigo común: el Daesh, la franja más extremista de los rebeldes islamistas.

Otro contendiente en la guerra siria enfrenta a ambas potencias: los kurdos. Rusia los tiene como aliados en la lucha contra el Estado Islámico, mientras para Turquía son tan enemigos o más que los extremistas islámicos, ya que pretenden, en alianza con los kurdos de Turquía, construir un Estado kurdo independiente en la frontera sirio-turca. La complicación de la guerra siria con el conflicto kurdo ha sido la clave del esfuerzo de Erdogan por superar la confrontación con Rusia.

Algunos gestos de buena voluntad no puede ser ignorados. La oficina que los kurdos sirios del PYD, habían abierto en Moscú se acaba de cerrar, oficialmente por la carestía del alquiler, aunque es difícil no ver en ello un gesto de buena voluntad de Moscú.  Anteriormente se había sabido que el piloto turco que derribó el Mig ruso había sido detenido en el curso de las purgas posteriores al intento de golpe de Estado.

Otro motivo inmediato puede explicar las prisas de Erdogan para acudir a Moscú. Estados Unidos y Rusia están ultimando la revisión del acuerdo de alto el fuego en el frente de Alepo. La ofensiva gubernamental para aislar a los rebeldes en el sector oriental de la ciudad no ha cuajado, debido a una contraofensiva de los islamistas liderados por una rama local de Al Qaeda, que dice haberse distanciado de su tutora, aunque persisten serias dudas sobre este extremo. El presidente turco no quiere que un acuerdo entre los grandes le deje descolocado.

En todo caso, para que un acuerdo ruso-turco sea productivo para ambas partes, deberían satisfacerse ciertas exigencias de cada parte, que, en estos momentos, resultan de especial importancia para ambas:

1) Rusia puede impedir que los kurdos se aseguran el control de un corredor en el norte de Siria, desde Afrin al río Tigris, junto a la frontera turca, que se considera fundamental para el proyecto de embrión de estado kurdo independiente.

2) Rusia puede presionar a los estados aliados de Asia Central para que dejan de prestar refugio y apoyo a los seguidores del clérigo Fetullah Gulen, cuya extradición ha solicitado Turquía a Estados Unidos, hasta el momento con evidente frustración, por las cautelas de Washington, que exige tranquilidad y respeto de los procedimientos jurídicos.

3) Turquía puede poner un precio más alto a Occidente por su colaboración en la lucha contra el Daesh y favorecer a Rusia en la persecución de los extremistas, lo que elevaría el rol de Moscú en la dimensión propagandística de la lucha internacional contra el terrorismo.

4) Turquía es un mercado de especial interés para Moscú, sobre todo mientras sigan vigentes las sanciones occidentales; al cabo, las medidas económicas de presión ordenadas por el Kremlin contra Turquía perjudican tanto o más a los intereses rusos que a los turcos. La normalización de relaciones debe reactivar los dos macroproyectos (gasoducto y central nuclear), lo que supondría un balón de oxígeno para dos de las grandes empresas estatales estratégicas rusas, Gazprom y Rusatom.

En definitiva, el tándem Putin-Erdogan, tan incómodo para Occidente, constituye una alianza potencialmente inquietante, pero demasiado plagada de contradicciones y limitaciones para que se disparen las alarmas. Quizás eso explica la aparente tranquilidad con la que se ha reaccionado en Washington a la cita del 9 de agosto en Moscú.

El tándem Putin-Erdogan: riesgos y límites del acercamiento ruso-turco