jueves. 28.03.2024
Rohingya

Todo genocidio es una dinámica social que comienza con la palabra, por eso también haciendo uso de la palabra podemos denunciarlo y detenerlo, al menos en sus fases iniciales

@MiguelRArias | En esto del Derecho penal internacional los contrastes entre lo genérico y lo concreto son tan cotidianos que, no por consabidos, dejan de impactar.

Una cosa es hablar a la ligera de los más de 326 asesinatos de lesa humanidad de ETA todavía sin resolver.

Otra cosa muy distinta ver sus más de 326 rostros y acercarse, una por una, a sus historias y a sus familias, tras décadas esperando justicia.

Otros banalizan con las más de cien mil desapariciones forzadas del franquismo -o con los miles de niños robados, o con los grupos enteros de adultos (y menores también), asesinados al pie de una cuneta-, pero cosa muy distinta es que uno sólo de esos familiares nos acerque a su historia.

Con el "discurso del odio" y la persecución feroz desatada contra el colectivo "Rohingya" en Birmania (http://www.rohingya.org/portal/ ) sucede lo mismo o peor.

Y digo peor porque en el caso de los "Rohingya" la indiferencia es tal que ni tan siquiera se llega a banalizar sobre ellos, de modo que en España en muy amplios sectores sociales directamente se desconoce su existencia y su alarmante situación: que es ni más ni menos que la de un presunto "etnocidio" en desarrollo.

Y realmente impresiona ver lo que determinados estamentos de la iglesia budista birmana han llegado a alentar contra todas estas personas.

Ver cómo mediante un uso perverso de la palabra se pueden ir reduciendo los márgenes de coexistencia, y hasta los de existencia, respecto de casi un millón de seres humanos en razón de su mera pertenencia a una etnia o religión (la musulmana) distinta a la imperante en el lugar.

Personas a las que, progresivamente, se ha ido reduciendo a la condición de supuestos "ilegales" y "extranjeros" - aunque lleven generaciones viviendo en el país- a la supuesta condición de "sucios", "violentos", "criminales" por el mero hecho de haber nacido "Rohingya". Acusados hasta de ser más "feos" que el resto de la población como llegó a declarar públicamente, sin tapujos, algún representante diplomático birmano.

Y a partir de semejante siembra del odio y de la discriminación, la única cosecha que cabía recoger, antes o después, no podía ser otra que la de asesinatos, asaltos, quemas de casas -en algunos casos barriadas enteras- violaciones y expulsiones forzadas de poblacion, junto a otros muchos actos de discriminación.

Qué poco estudiadas continúan estando todavía en materia de genocidio las "palabras de la muerte".

Las palabras que le son imprescindibles para habilitarlo; para que personas en principio "normales" puedan acabar participando en el frenesí de lo inimaginable.

Las palabras que preceden a la locura colectiva, que facilitan los actos de persecución y todo lo demás contra seres humanos a los que, andanada verbal tras andanada, se ha conseguido convertir en "monigotes", deshumanizarlos por obra y gracia de la palabra... al servicio del odio.

Es decir: las palabras, sin las cuales, nunca podría haber existido el subsiguiente genocidio.

Porque la realidad es que todo genocidio comienza, precisamente, con la palabra.

Todo genocidio comienza cuando alguien alza su voz para delimitar y diferenciar a unos pocos (o unos muchos) frente al resto, para ir discutiendo, atacando, su condición, su propia presencia en un territorio, sus supuestos "menores" derechos comparativos al resto, su menor "autenticidad"...

Cuando, también poco a poco, se consigue ir caricaturizando a esas personas hasta el punto en el que la "caricatura" cobra suficiente dimensión para conseguir anteponerse, como una pantalla cegadora o filtro, entre los ojos del que será verdugo y la imagen real, individualizada, de la que será su víctima. Pero imagen que el verdugo nunca llegará a ver, sólo podrá ver la de la caricatura del odio.

Y, sin embargo, siempre se olvida la dimensión del genocidio como dinámica social antes que como acto visible final.

Genocidio como proceso social larvado que, en ocasiones, puede ir desarrollándose durante décadas en una sociedad a la que, progresivamente, se va inoculando con el "discurso del odio y la discriminación", contra un determinado grupo o colectivo, dosis a dosis.

Cuando, en realidad, en materia de genocidio, lesa humanidad y otros crímenes aberrantes la máxima es dime contra quién se azuza el odio hoy y sabrás contra quién, si las cosas van mal dadas, podremos tener mañana actos de persecución de distinto tipo, o peor.

Algo que siempre estará más o menos presente en toda sociedad y de la que la nuestra, por supuesto, no es ninguna excepción. El reconocible discurso del odio a lo español que se trató de articular en el País Vasco y Navarra como parte del genocidio abertzale es un buen ejemplo de ello. El todavía existente y reconocible discurso del odio y la discriminación contra el colectivo gitano también. Porque un colectivo que ya tiene sobre sí de manera reconocible un discurso de odio y caricaturización es un colectivo en riesgo potencial.

Y, por eso mismo, lo único bueno de todo ello es la posibilidad de prevenir y contrarrestar todo ello, igualmente, desde la palabra.

Porque si las palabras, el discurso del odio, precede al genocidio, prestemos la atención debida y prudente a ese tipo avergonzante de palabras y a todo lo que está sucediendo contra los Rohingya en Birmania, persecución y violencia incluida. Contra familias enteras, niños incluidos sin capacidad de entender siquiera de dónde viene ese odio azuzado por otros y que marcará sus condiciones de existencia.

Y si la palabra es usada contra un determinado colectivo humano, actuemos igualmente desde la palabra para contrarrestarlo, para denunciar la conducta de los que odian y para que éstos se sepan observados y avergonzados. Pocas cosas tan efectivas en un discurso autoreferencial de odio como mostrar desde fuera su absoluta locura y anormalidad. Y pocas cosas tan, tan necesarias para los que lo sufren como saber de alguna manera que, en algún lugar, no han sido olvidados.

De modo que, digamos todos "Rohingya", entre amigos y conocidos, en redes sociales, en blogs y páginas web de todo tipo, aunque sólo sea eso ("Just say Rohingya" el nombre de la campaña internacional) y sepamos, y hagamos saber a otros que los Rohingya también existen y están siendo perseguidos, por muy olvidados que puedan estar todavía entre nosotros, y por la propia comunidad internacional.


Miguel Ángel Rodríguez Arias. Experto en Derecho penal internacional. Autor de las primeras investigaciones jurídicas sobre las desapariciones forzadas infantiles y de adultos de la dictadura franquista y otros trabajos en materia de responsabilidad penal internacional de empresas transnacionales por violación de los derechos humanos; actualmente dirige las querellas por actos de genocidio y crímenes de lesa humanidad contra los jefes de ETA en la Audiencia Nacional.

Simplemente di "Rohingya"