jueves. 28.03.2024
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Imagen de archivo.

Hay una suerte de axioma en Oriente Medio que se repite invariablemente: el final de una guerra no conduce a la paz sino al comienzo de otra guerra

Hay una suerte de axioma en Oriente Medio que se repite invariablemente: el final de una guerra no conduce a la paz sino al comienzo de otra guerra. O a la réplica de la misma guerra con manifestaciones diferentes pero intercambiables.

Liquidada esa suerte de distopia de un Estado medieval y fanático en una de las zonas geoestratégicas más sensibles del planeta, emergen los conflictos enquistados, a los que no se ha sabido, no se ha querido o no se ha podido encontrar solución.         

No se quiere encontrar solución al conflicto palestino cuando Trump plantea de manera tan torpe, sesgada o ignorante la cuestión de Jerusalén.

No se puede encontrar una solución al inestable equilibrio en Iraq, cuando en nombre de falsos peligros, responsabilidades terroristas ficticias e hipócritas motivaciones, se destruye un Estado odioso al que previamente se había fortalecido.

Y no se sabe resolver ahora la guerra inacabada de Siria, donde lo único que parece importar es que Rusia mantiene su única cabeza de puente regional o que Irán asegura un corredor de influencia hasta el Mediterráneo.

La guerra contra el Daesh ha concluido con el fin lógico, más allá de unos pronósticos errados o interesados, que inflaron el riesgo desestabilizador del Califato.

Después de una sucesión de desaguisados, se llega a la situación actual en que ni las alianzas de medio siglo sirven, o no sirven para lo que han servido todo este tiempo, es decir, para mantener un engañoso equilibrio.

Desde que en 2015 Putin decidió apuntalar al régimen sirio, Occidente ha estado buscando la forma de organizar, adiestrar, financiar, armar y respaldar en foros y despachos un conglomerado incoherente y autodestructivo de fuerzas opositoras. Sin resultado satisfactorio.

Cada cual busca sacar tajada del caos sirio, sin un agente mayor capaz de poner orden, ni siquiera aparente. Si Assad se mantiene en el poder no es sólo porque Moscú lo haya propiciado, sino porque sus enemigos se han empeñado en destruirse entre ellos y no forjar un futuro un poco más racional que acabe con el martirio de la gente.

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LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

La Turquía erdoganita es un actor de especial importancia. Durante los tres o cuatro primeros años del pandemónium sirio jugó un papel ambiguo y contradictorio. No simpatizaba con el extremismo islámico, pero lo consideró útil siempre que fuera controlable. Al cabo, los fanáticos gangrenaban al régimen de Assad y dominaban la franja fronteriza, conjurando el peligro de un fortalecimiento de los kurdos sirios, aliados de sus congéneres turcos.

Erdogan sólo lanzó su potencial militar contra el Daesh cuando hubo un riesgo cierto de que la alianza anti-Assad liderada por los kurdos y respaldada por Estados Unidos capitalizara la victoria contra los extremistas. Lo que años antes parecía muy difícil empezó a tomar forma: un corredor fronterizo entre Siria y Turquía, entre las regiones de Afrin (al este) y Rojava (oeste), bajo hegemonía kurda. La peor pesadilla de cualquier nacionalista turco, civil o militar, conservador o liberal.

La intervención turca del verano de 2016 frenó ese proyecto autonomista kurdo, que Rusia y Assad no consideraban el peor de sus problemas. Para ellos, como para Obama, lo primero era derrotar al Daesh y luego ya habría tiempo de repartir cartas de nuevo para jugar la siguiente baza.

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El Pentágono trata de buscar la cuadratura del círculo entre la decencia de no abandonar a sus aliados más solventes contra el Daesh y la conveniencia de satisfacer las preocupaciones de ese aliado molesto en que se ha convertido Turquía 

El cambio de guardia en Washington aportó lo que menos necesitaba la situación: desorden, inconsistencia, caos. Durante el pasado año ha sido imposible saber qué planes tiene la administración Trump en el conflicto sirio, si es que tiene alguno. Después de elogiar la inteligencia de Putin, sólo para vituperar a su antecesor, el peculiar presidente actual se ha entregado a la dinámica errática en sus caprichos, mientras sus colaboradores se contradecían con asombrosa insistencia (1).

Erdogan ha aprovechado el desconcierto para resolver unilateralmente el “problema”. En las últimas semanas ha desencadenado una operación denominada (no es ironía) “rama de olivo”, con el objetivo de aniquilar militarmente a los kurdos, que llegaron a controlar 600 de los 900 kilómetros de esa franja fronteriza (2)

Rusia ha dejado hacer a los turcos. Después de todo, los kurdos no han dejado de ser una fuerza instrumento, como para Estados Unidos. Serán sacrificados, si no hay más remedio, si la narrativa de la guerra interminable lo exige. Hasta que vuelvan a ser necesarios o simplemente útiles (3).

El Pentágono, apoyado por ciertos think-tanks deudos del establishment, tratan de buscar la cuadratura del círculo entre la decencia de no abandonar a sus aliados más solventes contra el Daesh (los kurdos) y la conveniencia de satisfacer las legítimas preocupaciones de ese aliado molesto, y por momento indeseable, en que se ha convertido esa Turquía cada vez más nacionalista y autoritaria (4). Soner Cagaptay, un investigador turco muy escuchado en Washington, afirma que “es hora de los líderes de la OTAN tengan una franca conversación con Erdogan, a puerta cerrada” (5).

No es el tiempo de los actores principales en Oriente Medio. Obama lo vio claro, o lo intuyó, pese a las críticas de los intervencionistas, a los que el profesor de Harvard, Stephen Walt denuncia con meridiana lucidez. No hay intereses vitales de Estados Unidos –y, por extensión, de Occidente- en estas guerras mediorientales

Ahora que la película de Spielberg sobre los papeles secretos el Pentágono nos recuerda las mentiras que justificaron la guerra interminable de Vietnam y los esfuerzos para impedir que se supiera la verdad, viene a cuento preguntarse si aquello no fue una enfermedad transitoria que agarrotó a cuatro administraciones, sino la persistente y arraigada manifestación de una lógica perversa.


NOTAS
(1) “Mixed messages from U.S as Turkey attacks Syrian kurds”. THE NEW YORK TIMES, 23 de enero.
(2) “Ce qu’il faut retenir de l’offensive turque dans l’enclave d’Afrin, en Syrie”. LE MONDE, 22 de enero.
(3) “Turkey’s Afrin Offensive and America’s Future in Syrie”. AARON STEIN. FOREING AFFAIRS, 23 de enero.
(4) “How to Stop the War between Turkey and the Syrian Kurds”. JAMES F. JEFFREY y DAVID POLLOCK. FOREIGN POLICY, 25 de enero.
(5) THE WASHINGTON POST, 26 de enero.

La punción turca en Siria y el dilema EEUU