viernes. 29.03.2024
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El Gobierno marroquí, en un intento de cambiar las tornas, está inclinando más sus relaciones internacionales además de los aliados tradicionales, Paris y Washington, hacia los “hermanos” de los países del Golfo

La venida de Mohamed VI en el verano de 1999 como heredero del trono en Marruecos a raíz de una súbita desaparición de su progenitor Hassan II, se bautizó en la prensa nacional como “la primavera marroquí”. Una nueva etapa, para edificar un país moderno a través de una transición decidida y guiada por el joven monarca, con el apoyo de la nueva élite que se denominaba “generación M6” que, a juicio de muchos observadores occidentales, quisiera anunciar una ruptura con el reinado de su padre sobre todo en dossieres como lo de los derechos humanos, la corrupción y la libertad de expresión permitiendo un margen, aunque muy estrecho, de tolerancia a la prensa independiente, en tocar temas tabúes que pertenecían, en los tiempos de Hassan II, al inviolable dominio del palacio.

Éste proceso de democratización y de apertura a la marroquí se vio ralentizado y asfixiado por los sectores conservadores, los enemigos del cambio, primero, del Majzén (aparato político e ideológico del poder en Marruecos fundado en las feudalidades locales y el clientelismo) que intentaron defender a trancas y barrancas sus intereses y privilegios prosperados en el reinado  del padre y, segundo, por los islamistas, como fuerza emergente en la escena social y política del país.

El reto que desangró más a Marruecos en términos económicos y temporales (más de 40 años) es el sacrosanto asunto del Sáhara en lo cual el Gobierno marroquí ha agotado todos los esfuerzos diplomáticos y políticos con la finalidad de que la propuesta del nuevo status de un amplia autonomía del Sahara prospere. Marruecos sabe que tiene todo el apoyo, aunque implícitamente, Además de una opinión publica interior “saharianizada”, de Paris que nunca va a abandonar un socio económico  y estratégico con quien mantiene una relación  históricamente paternalista. Tampoco EE.UU. que considera a la institución monárquica y no al pueblo, por su sensibilidad al nacionalismo panárabe encarnado principalmente en la causa palestina, como garante y aliado ineludible y un factor de estabilidad en la zona.

Marruecos está totalmente consciente de la relevancia de sus cartas bajo la manga, que está empeñando el papel del gendarme para defender la seguridad de la Comunidad Europea, víctima de su ubicación geográfica, en temas tan delicados como lo es la droga, la inmigración clandestina y el terrorismo. Rabat sabe muy bien la tradicional lección que en la política no existe amistades sino y nada más que intereses.

En este contexto, el Gobierno marroquí, en un intento de cambiar las tornas, está inclinando más sus relaciones internacionales además de los aliados tradicionales, Paris y Washington, hacia los “hermanos” de los países del Golfo, a pesar del malentendiemiento diplomático surgido últimamente entre Qatar y las demás monarquías del entorno en lo cual Marruecos mantuvo una posición hábilmente neutral y sobre todo en el continente africano subsahariano conquistando, partiendo de una visión a medio y largo plazo muy lucida y bien calculada de la “real politik” del monarca, no solo los mercados sino también ganando posiciones en diversas instancias diplomáticas al Polisario y a su aval y padrino político Argelia.

Marruecos, a pesar de sus debilidades en lo social y lo político que requieren, ante la falta de credibilidad de los partidos políticos incluso los tradicionales que se apoyan en la legitimidad histórica del movimiento nacional, que ya no desempeñan aquel papel constitucional de mediador entre la sociedad y el palacio, una reforma contundente en la cual se planteara una revisión actualizada al contrato social entre el pueblo y la monarquía y la reactivación real, tan esperada, del espirito de la nueva Constitución de 2011, la sexta en la intrincada historia política del Marruecos contemporáneo, que se enmarco en el nuevo panorama político y social emergente en el seno del mundo árabe cuyo locomotora principal consiste en una juventud organizada en movimientos procedentes de la activa y dinámica sociedad civil. En Marruecos dicha generación se ha encajado en el movimiento del 20 de febrero.

Aunque parezca que bebe de una amalgama de diferentes tendencias ideológicas que oscilan entre el islamismo, el liberalismo y el marxismo, no ha dejado de denunciar hasta el hartazgo, tanto al autoritarismo, el despotismo de los impuestos regímenes árabes, como al discurso islamista teocrático y oscurantista. La peculiaridad del movimiento del 20 de febrero, para parafrasear al príncipe rojo, Hicham Ben Abdellah El Alaoui, primo molesto de Mohamed VI, estriba en el hecho de que es una generación mundializada, post-ideológica, que favorece la autonomía del sujeto y el individuo, rechaza todo tipo de repliegue identitario y aspira a adoptar los valores universales.

A nuestro juicio, es una generación totalmente consciente, o por lo menos asi nos parece, de su empresa histórica a la hora de exigir el cambio ahora y aquí, prueba de ello es el contenido de los eslóganes levantados en las calles y la agenda de las reivindicaciones políticas y sociales consistentes, en combatir la putrefacta, superficial y reaccionaria clase política, la desvinculación del palacio del mundo empresarial y la democratización de la vida política con la ampliación de las libertades y el reconocimiento real de los Derechos Humanos.

El movimiento ha hecho hincapié en la reforma de la Constitución sabiendo que cualquier intención creíble de cambio tiene que empezar por ahí y precisamente por el cuestionamiento de las competencias y el Estatuto del monarca. El discurso del 9 de marzo en lo cual Mohamed VI anunció el nombramiento de la comisión encargada de llevar a cabo las reformas, avidamente marcadas por el palacio, ha causado un malestar en el movimiento que aspiraba a la constitución de un Consejo constitutivo que velara sobre la modificación de los artículos más polémicos como lo es el artículo 19 que se consideraba hace poco tabú. Se trata del estatuto del rey como Amir al Mouminin (Comendador de los creyentes) con todo el protocolo ritual Medievo que conlleva ello desde los besamanos hasta la existencia en las cortes de un ejército domesticado de servidores (los Tuareg) heredado de su antepasado Muley Ismael en el siglo 17.

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El nuevo borrador de la Constitución marroquí, el sexto después de los de 1908, 1962, 1970, 1972 y 1999, que fue objeto de Referéndum se ha ampliado para abarcar 72 propuestas legales más que el actual en vigor, o sea ha pasado de 108 a 180 artículos haciendo hincapié en aspectos como la regionalización, en una imitación al modelo Español, la identidad marroquí que ha dejado de ser solo árabe musulmana para introducir otros elementos como el hebraico, el reconocimiento del amazigh como lengua cooficial del Estado y la hassani, lengua materna saharaui, haciendo así un guiño político para apaciguar las minorías más reivindicativas, con tinte separatista, del país.

En cuanto al papel del monarca, si bien, la nueva Constitución que goza del consenso de la mayoría de los partidos políticos, le ha despojado del sagrado pero inviolable estatuto, la comisión presidida por el Manouni, le ha otorgado prácticamente los mismos poderes y las mismas competencias establecidas en la Constitución anterior pero tal vez bajo el título de jefe de los Consejos Supremos de Ulemas (teólogos), del poder judicial, de la Seguridad etcétera.

Pasados los años las capas sociales más desfavorecidas, la prensa independientey la dinámica sociedad civil que supieron manejar y rentabilizar las redes sociales, que pudieron hacer competencia a los medios de comunicación más poderosas oficiales, convenciendo a una opinión pública ya por si enfadada que nada ha cambiado. Nadie esperaba que  la brasa del 20 de febrero está todavía encendida debajo de las cenizas esperando el momento y las condiciones oportunas para volver a sumergir. Tal vez este malestar generalizado en todo el país exploto en el Rif región conocida históricamente por su marginación y su pasado rebelde desde la época del republicanismo de Mohamed Ben Abdel Karim Al Jattabi. El nuevo movimiento contestatario bautizado en la prensa por “Hirak Rif” no llego al techo de las reclamaciones políticas del 20 de febrero sino se conformó con revindicar unas demandas puramente de infraestructuras sociales. Los hechos del Rif y la encarcelación de sus líderes han tenido una persecución nefasta respecto a la imagen de un país que presume que estableció una ruptura con los años de plomo y que firmó convenios internacionales de los derechos humanos llevando a cabo la creación de la instancia de Equidad y Reconciliación como señal de una decisión política irreversible del monarca para romper con el pasado de su progenitor y su poderoso Ministro de Interior El Basri.

Ante esta tensión política la monarquía, a través de la justicia, no ha sido sólo severa con los jóvenes líderes del Rif a pesar de los múltiples llamamientos o presiones de parte de la calle y las organizaciones de derechos humanos para la excarcelación de los detenidos sino ha ido más lejos en una estricta aplicación de la Constitución sobre todo el principio de la “responsabilidad y rendición de cuentas” para castigar a los responsables políticos que no llevaron a cabo la realización de los proyectos y las obras que anunció e  inauguró el monarca mismo y que han sido la causa del levantamiento del Rif. Efectivamente, hace dos días el Rey cesó, en un acto que se difundió en los medios de comunicación públicas, a los Ministros y otros cargos que no cumplieron con sus deberes. Es la primera vez en la historia política del país que un monarca provoca lo que el mismo llamo en su discurso “el terremoto político” y así mató a dos pájaros de un tiro.Lo primero dejar el mensaje bien claro a toda la clase política y burócrata que ya, a partir de ahora, no le va a temblar la mano en tomar decisiones como esta y segundo, anunciando esta medida, logro aliviar la depresión colectiva de un pueblo desesperado que reclamaba la protección del “padre de la nación” contra la tan odiada y putrefacta clase política.


Rachid El Quaroui El Quaroui | Profesor de Sociología en la Universidad de Extremadura

Marruecos: la dialéctica del cambio y la continuidad