viernes. 29.03.2024
Las cifras ofrecidas en el informe refuerzan dos ideas antiguas, pero aún vigentes: la liberalización de la economía no garantiza el crecimiento del PIB ni éste basta para ofrecer bienestar social.

Termina la segunda década del siglo XXI. Vale la pena repasar lo ocurrido en términos de crecimiento económico comparado en América Latina. Para tener una foto panorámica y comparable indexamos el producto interno bruto (PIB) per cápita de 19 economías latinoamericanas en tres períodos de tiempo: (i) entre 2000 y 2019, (ii) 2010 y 2019 y (iii) 2015-2019.(1) (En cada período el año base (2000, 2010 y 2015) toma el valor de 100. Estos tres momentos (punto de inicio y fin) se muestran en los tres gráficos al final del documento.

Los números refuerzan dos ideas antiguas, pero aún vigentes: ni la liberalización de la economía garantiza el crecimiento del PIB, ni éste basta para ofrecer bienestar social. En definitiva, las recetas monolíticas no funcionan y la calidad del crecimiento es tan importante como el crecimiento mismo.

Viento de cola: 2000-2014

Entre el año 2000 y 2019 (gráfico 1) cuatro países lideran el crecimiento per cápita de las últimas dos décadas: Panamá, Perú, República Dominicana y Cuba. Panamá y Cuba son las antípodas de la relación América Latina-Estados Unidos. Por un lado Panamá, bajo la tutela norteamericana, se ha convertido en el centro logístico y una de las guaridas fiscales para gran parte de los capitales provenientes de la evasión y corrupción mundial. Esta lluvia de capitales oscuros exacerbada con la globalización hace de Panamá el campeón latinoamericano en crecimiento a costa del sacrificio del resto de naciones del planeta. Panamá, como ejemplo regional, es estéril pues no pueden replicarse 20 paraísos fiscales en la región, y la entrada de capitales en el istmo se dará hasta que Estados Unidos decida, en algún momento, eliminar los paraísos fiscales.

En el otro extremo está Cuba, el país más mancillado por la hegemonía norteamericana y víctima de un bloqueo de más de 60 años que le ha impedido comerciar con el mundo. El bloqueo impone un corsé a las exportaciones y al acceso a divisas que sigue siendo un lastre para la expansión del PIB cubano. A pesar de aquello la isla está dentro del grupo de países líderes en crecimiento económico per cápita de los últimos 20 años. Después de la crisis de los ’90 ha sabido reconducir su economía y las políticas dieron mejores resultados entre 2000-2008 y un modesto desempeño entre 2009 y 2019.

Los casos de Perú y Bolivia son otro ejemplo que devela la falacia de las recetas únicas. Ambos países, siguiendo modelos distintos, lograron crecer, reducir pobreza y mantener estabilidad macroeconómica. Si miramos a estos dos países, tanto en el gráfico 1 y 2, se observa que Perú lidera el crecimiento latinoamericano de los últimos 20 años, pero se debilita entre 2010-2019 y es superado por Bolivia, país que basó su política económica en las nacionalizaciones y en un rol protagónico del Estado. De hecho, si miramos desde 2015 (gráfico 3), con la caída del precio del petróleo, Perú muestra un desempeño mediocre mientras que Bolivia sigue entre los 4 países que más creció entre 2015 y 2019. Esto deja en evidencia que el estímulo de la demanda interna vía gasto público es una política mucho más eficiente para expandir el PIB que la receta de la austeridad.

El gráfico 1 muestra también a un segundo grupo de países con un desempleo medio: Chile, Costa Rica, Uruguay, Colombia, Paraguay, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Ecuador. La gran mayoría, países donde la receta neoliberal se viene aplicando por más de 3 décadas. Chile, en una perspectiva más amplia (desde 1985 a 1999), está entre los países de la región que mostró más estabilidad en el crecimiento en el largo plazo, pero que en las últimas dos décadas —y en especial desde 2013— está lastrando su PIB producto del estancamiento de salarios, privatización de servicios, etc., y ubican al país austral en una posición media respecto al crecimiento de Latinoamérica. Las últimas protestas en Chile muestran que el “oasis” escondía un gran malestar social a pesar de la “estabilidad”, el crecimiento, los bajos niveles de pobreza y ser la nación latinoamericana con el Índice de Desarrollo Humano (IDH, 0.84) más alto de la región. Parece que hay que repensar los indicadores de bienestar pues las políticas del goteo no parecen ser suficiente cuando se oprime en demasía a las clases medias, que han iniciado un proceso social y político disruptivo.

Colombia, Paraguay, Honduras y El Salvador, por su parte, son ejemplos de crecimiento medio entre 2000-2019, pero de muy baja calidad. Colombia y Paraguay muestran reducción de pobreza en las dos últimas décadas, pero con alta inequidad, aumento de la precarización laboral y una gran parte del excedente económico cada vez más en manos del capital y menos en los trabajadores. Al igual que Chile, Colombia ha profundizado las políticas neoliberales y, al parecer, son el germen de las recientes manifestaciones ciudadanas en un marco privatización, flexibilización laboral y desindustrialización de la estructura productiva. Honduras y El Salvador, muestran nula reducción de pobreza: en Honduras ésta no bajó del 60% entre 2000 y 2016, y en El Salvado pasó de 38% a 35% entre 2000 y 2015.

Todo esto nos deja una serie de preguntas: ¿por qué Perú o República Dominicana crecieron tanto y, en cambio, Chile, Colombia o México no lo hicieron a ese ritmo a pesar de seguir la misma receta? ¿Por qué unos bajan más la pobreza que otros? Aquí está la gran incógnita de la receta monolítica del liberalismo.

En el otro extremo del grupo de países de crecimiento medio encontramos a Uruguay, cuya economía crece como las de Chile o Colombia, pero sus niveles de desarrollo social, justicia y respeto democrático demuestran una gran diferencia respecto de la región. Uruguay ejemplifica que la calidad del crecimiento es tan importante como el crecimiento mismo. Costa Rica, por su parte -y a pesar de ser unos de los países con los más altos niveles de desarrollo humano (tercer lugar)-, paradójicamente en 20 años redujo muy poco la pobreza, que era ya relativamente baja para el año 2000.

Ecuador, si bien crece en un rango medio, tiene un desempeño es notablemente superior al período 1976-1999, en el que donde su PIB per cápita permaneció estancado. Además, desde 2007 se caracterizó por la calidad de su crecimiento y el país muestra avances sociales y reducción de pobreza importante: de 52% en 1999 a 23% en 2016. Después de 2015, con la caída del precio del petróleo, ha entrado en una fase de estancamiento.

Finalmente, en estas dos décadas encontramos un tercer grupo de países con crecimiento bajo respecto al resto de países. Por un lado, países centroamericanos como Guatemala, Puerto Rico, Nicaragua y El Salvador, muchos de ellos fieles seguidores de las recetas neoliberales y alumnos de la tutela norteamericana. En este grupo de países de bajo crecimiento relativo también encontramos a las tres economías más grandes de la región: Brasil, México y Argentina. En 20 años el PIB per cápita de Brasil es 26% más grande, el de México 12% y Argentina 19%. Esto significa que, en promedio, las economías se expandieron anualmente a 1,3%, 0,97% y 0,6%, respectivamente. A pesar que Brasil tiene un crecimiento menor a sus pares latinoamericanos, redujo mucho la pobreza con políticas de izquierda (de 35% a 15% entre 2000 y 2013). Lo mismo ocurrió con Argentina, que después de la crisis de 2001 la política social y un crecimiento sostenido llevó a la pobreza de 54% en 2003 a 5% en 2013. En cambio México, con políticas promercado, no lo pudo hacer: la pobreza fue 45% en el 2000 y 43% en el 2012.

Si observamos el crecimiento en el período 2010-2019 México recupera en parte el camino perdido durante la primera década, pero siguió siendo el modelo de mercado más inefectivo para reducir pobreza y garantizar bienestar: la economía es menos productiva, no ha vencido a la pobreza ni a la desigualdad y los tratados de libre comercio trajeron más perjuicios que beneficios. El nuevo Gobierno de López Obrador ha heredado una desaceleración y un Estado en ruinas que, por ahora, no logra reactivar la economía tras décadas de un neoliberalismo que ha destruido las instituciones públicas mexicanas. López Obrador deberá encontrar una salida a esta tesitura económica mediante una expansión clara de la demanda agregada.

Los casos más críticos de la última década son Argentina y Brasil, que la culminan siendo los países que menos crecen de toda la región. (2) En este contexto de bajo crecimiento relativo, evidentemente, la puja distributiva en ambas naciones se ha exacerbado y generado un clima de cambio de gobierno en Argentina en 2015 y debilitamiento democrático en Brasil en 2016. Argentina, después de 4 años de feroz neoliberalismo, tiene el reto enorme de volver a encontrar la senda del crecimiento. Macri acaba de entregar una economía en ruinas. Brasil, por su parte, sigue en una débil recuperación, sin duda la más larga recuperación de las últimas décadas. Sin embargo, ésta parece debilitarse con las políticas de privatización y pulverización de las prestaciones sociales y los salarios que ha emprendido el Gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro.

Fin del boom de commodities 2015-2019

Los commodities siguen siendo el motor de la región. Una vez que terminó el viento de cola 2000-2015, todos los países entraron en una ralentización de sus economías o, al menos, un crecimiento más modesto. La única excepción es República Dominicana, que muestra una evolución favorable en las últimas tres décadas y que su crecimiento no depende de los recursos naturales. No obstante, República Dominicana tal vez es el mejor ejemplo de que el crecimiento no basta. Entre 1990 y 2019 el PIB per cápita se expandió al 5,4% en promedio, pero la pobreza no se redujo: en el año 2000 la pobreza urbana era 23% y la rural 46%; en 2013 alcanzaba 38% y 50%, respectivamente. Entre 2013 y 2016 la pobreza urbana y rural ha convergido levemente a 26% y 38%, respectivamente. Van veinte años de crecimiento económico y la pobreza sigue prácticamente igual que hace de dos décadas.

El resto de países frenaron su crecimiento en el período 2015-2019. Los que mejor sortearon esta desaceleración fueron Panamá, Bolivia y Paraguay. Los de peor desempeño fueron Argentina, Nicaragua, Ecuador y Brasil. Argentina es, tal vez, el ejemplo más extremo por la velocidad de la caída, la gran deuda que deja y los condicionamientos que impuso y hereda a su pueblo Mauricio Macri. El caso de Ecuador es también crítico pues la falta de soberanía monetaria, una matriz de producción agroexportadora y la anemia de reservas internacionales hacen que la dolarización pueda terminar asfixiando las condiciones sociales de los ecuatorianos. En este sentido, se abre nuevamente un interrogante para Ecuador, Argentina y Brasil: ¿qué estrategia se debe tomar para recuperar la senda de crecimiento y que éste sea de calidad? Tanto en Argentina como en Ecuador la deuda externa es una espada de Damocles que mantiene en vilo a la economía y puede detonar, en cualquier momento, la fatídica crisis de la deuda de los años ’80.

Todo indica que las condiciones externas para América Latina en el período 2020-2030 no serán iguales al período 2000-2014. El viento de cola terminó y los países se enfrentan a la gran pregunta de cómo fortalecer la demanda interna sin los multiplicadores de las exportaciones. Lo único cierto es que el peor error será seguir una receta monolítica impuesta desde el Norte.

(1) Para el 2019 hemos usado las proyecciones del Banco Mundial. Para todas las cifras de pobreza que se citan en este artículo hemos usado la información de CESLAS.

(2) Exceptuando Puerto Rico, que crece en términos per cápita por un efecto de migración que hace que la población se reduzca

Nicolás Oliva |Máster en Economía del Desarrollo (FLACSO) y en Economía Aplicada (UAB) (Ecuador)

Artículo Celag

Latinoamérica: dos décadas de crecimiento económico