jueves. 28.03.2024
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Foto: Kurdistan24

A medida que los kurdos se convertían en la fuerza más fiable para norteamericanos y occidentales, iba creciendo la inquietud de los estados de los que dependían, o de sus vecinos, provocando tensiones cada vez más difíciles de gestionar para EEUU

Kurdistán es uno de esos territorios en los que una buena parte de su población desea convertirse en Estado independiente. Se trata, como suele ocurrir con estos casos, de una aspiración muy controvertida, que genera una fuerte oposición y serias amenazas de conflicto y desestabilización. Pero lo que en Europa o en otras partes del planeta (Canadá, por ejemplo), el pulso entre los Estados y los secesionistas se desarrolla básicamente en el terreno político, la región en la que se plantea el desafío kurdo es un polvorín permanente.

El pasado 25 de septiembre, el gobierno autónomo del Kurdistán iraquí consiguió celebrar un referéndum de independencia, apoyado por el Parlamento regional y por la mayoría de las fuerzas políticas locales, no sin superar previamente divisiones históricas y más recientes desavenencias. El resultado fue el previsto: apoyo masivo a la independencia.

UNA NACIÓN, CUATRO ESTADOS

No resulta sencillo contar en espacio reducido de este comentario el designio independentista del Kurdistán. Lo que se puede entender como nación kurda se extiende por cuatro países del Medio Oriente que mantienen entre sí relaciones volátiles y conflictivas: Irak, Irán, Turquía y Siria. Cada uno de estos países combaten con más o menos dureza a sus minorías kurdas, pero respaldan económica, funcional y/o militarmente a las organizaciones separatistas de los estados rivales. Esta trama de apoyos cruzados y contradictorios ha hecho imposible la unidad de un movimiento kurdo pan-estatal.

La división kurda no se limita a las diferentes realidades estatales. En el interior de cada una de ellas, los combatientes kurdos, con distintos niveles de desarrollo, organización, institucionalización y potencia militar, también se presentan muy fragmentados. La entidad kurda de Irak es la más fuerte y autónoma, pero (o precisamente por ello) constituye el caso más claro de este faccionalismo endémico, que en ocasiones ha dado lugar a enfrentamientos militares. El Partido Democrático y la Unión Popular del Kurdistán tienen sus propias milicias (peshmergas), que se han convertido, con el tiempo en embrión de un ejército nacional.

El Kurdistán -iraquí, iraní, turco o sirio- nunca interesó demasiado a Occidente hasta la primera intervención militar contra el Iraq de Saddan Hussein, cuando los peshmergas se convirtieron en una fuerza decisiva en el combate contra un ejército baasista debilitado y desorganizado. La protección aérea norteamericana favoreció la creación de un mini-Estado de facto que Saddam no tuvo más remedio que tolerar. En la segunda guerra contra Irak, en 2003, se consolidó y amplió este desanclaje del poder central de Bagdad. Pero ha sido el combate contra el Daesh desde 2014 lo que ha elevado el valor y la consideración de este mini-Estado kurdo-iraquí en despachos y estados mayores occidentales.

Sin el concurso militar kurdo no se habría producido la derrota de los yihadistas. En Irak, los actores decisivos fueron los peshmergas del PDK. En Siria, sus aliados kurdos del norte de (las milicias del YPG), recuperaron poco a poco el territorio conquistado inicialmente por los extremistas islámicos hasta expulsarlos por completo.

A medida que los kurdos se convertían en la fuerza más fiable para norteamericanos y occidentales, iba creciendo la inquietud de los estados de los que dependían, o de sus vecinos, provocando tensiones cada vez más difíciles de gestionar para Estados Unidos. En tiempos de Obama, se hizo un esfuerzo intenso y constante en equilibrar esas alianzas de estado a estado con el apoyo y el reconocimiento a los combatientes kurdos iraquíes y sirios. Ankara y Bagdad vivieron de forma distinta esta ambivalencia de Washington.

En el caso de Turquía, las milicias kurdas propias no han conseguido nunca atentar seriamente con el control estatal de parte alguna del territorio nacional. Pero las milicias kurdas de la vecina siria (YPG), apoyadas por los kurdo-turcos del PKK, estuvieron a punto, durante varios meses, de consolidar un corredor continuo en la frontera sirio-turca. Este éxito militar provocó la alarma del ejército y del gobierno turcos y obligó a Washington a trazar en el Éufrates una raya roja para detener los avances militares de sus protegidos kurdos. 

LA QUIEBRA DE LA CONTENCIÓN IRAQUÍ

El gobierno iraquí, más débil y en proceso de reconstrucción, se mostró más dócil, aunque siempre reticente. El Kurdistán iraquí aprovechó sus éxitos militares para reforzar y ampliar el ámbito territorial de su autogobierno local. El control de los pozos petrolíferos de la región y de algunas zonas anejas ha sido un factor clave en la confianza creciente de los dirigentes kurdo-iraquíes sobre la viabilidad de sus aspiraciones independentistas.

La influencia de Irán en el gobierno y en las fuerzas armadas y de seguridad iraquíes, a pesar de los esfuerzos norteamericanos, ha sido otro de los factores que han empujado al liderazgo kurdo a apostar fuertemente por la vía secesionista. El referéndum fue una iniciativa arriesgada. Estados Unidos trató de evitarlo y luego lo desautorizó. Los otros estados se opusieron plenamente, pero carecían de medios para impedir que se realizara.

Especialistas y conocedores acreditados de la realidad kurda (1) han venido advirtiendo en los últimos meses que el objetivo de la consulta nunca ha sido la independencia inmediata, sino el cambio en la dinámica regional, para favorecer la separación efectiva en unos diez años.

Las divisiones internas y los conflictos interpartidarios kurdo-iraquíes terminaron diluyéndose por el fuerte impulso de la propaganda secesionista y al final la independencia se convirtió en una causa unitaria. La administración Trump no parece haberse preocupado mucho de presionar a los kurdos. Esta actitud desganada de los norteamericanos, reflejo de las contradicciones y confusiones actuales en Washington, ha podido ser una de las razones de la respuesta militar de Bagdad. Convencidos los dirigentes iraquíes de que tendrían que resolver por sí solos el desafío kurdo, unidades del ejército han llevado a cabo una operación rápida y decisiva en la localidad de Kirkuk y se han apoderado de instalaciones petrolíferas y militares.

Irán, protector del gobierno iraquí, pero atento sobre todo a sus intereses propios, también ha terminado involucrándose en el conflicto. El jefe de las unidades paramilitares Al Qods, el célebre general Soleimani, ejerció la influencia iraní en la otra facción kurda-iraquí, el UPK, que ejerce el control de Kirkuk, para facilitar el control de la ciudad por Bagdad.

Después de esta exhibición contenida de fuerza, es de esperar que las partes se avengan a la negociación. Puede ayudar a la estabilidad regional la caída del feudo yihadista sirio de Rakka, confirmada estos días, pero la resolución del conflicto kurdo exige paciencia, voluntad y capacidad real de embridar los excesos de las partes, algo que sólo puede aportar Estados Unidos. Nunca ha estado menos garantizado que ahora.


NOTA: (1) El investigador militar MICHAEL KNIGHTS, colaborador del WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY ha venido publicando en los últimos meses varios análisis sobre la política norteamericana en el Kurdistán. En este mismo think-tank resultan de interés las observaciones de FARZIN NADIMI sobre el punto de vista de Irán. En FOREIGN AFFAIRS, es recomendable un completo análisis sobre las consecuencias del referéndum, por el periodista local GALIP DALAY, en la edición digital del pasado 2 de octubre.

Kurdistán: la independencia como simulacro