jueves. 18.04.2024
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El Tsahal  ha tenido, en efecto, páginas negras y actuaciones escandalosas, tanto en la represión de los sucesivos levantamientos palestinos (intifadas) como en operaciones militares externas

La imagen convencional que se tiene del Tsahal, el Ejército israelí, es la de una fuerza a menudo brutal, que irrumpe en los territorios palestinos ocupados y reprime protestas sin contemplaciones. En sintonía con esta visión, desde la fundación del Estado sionista, los militares han desempeñado el rol de duros, de halcones frente a los enemigos árabes, en comparación con una clase política, por naturaleza más inclinada teóricamente al compromiso, a una cierta diplomacia.

El Tsahal  ha tenido, en efecto, páginas negras y actuaciones escandalosas, tanto en la represión de los sucesivos levantamientos palestinos (intifadas) como en operaciones militares externas (invasión del Líbano, por ejemplo, donde amparó las horribles matanzas de sus aliados falangistas en los campos de refugiados palestinos de Sabra y  Shatila, bajo el mando del general Sharon); o en las últimas campañas militares en Gaza, de una desproporción absolutamente injustificada.

Y, sin embargo, de un tiempo a esta parte, los militares se han vuelto más comedidos, más moderados, más cuidadosos. No es exactamente que el Ejército haya hecho autocrítica. Pero estos excesos, abusos y atrocidades han propiciado una reflexión interna profunda y una cierta revisión de sus procedimientos de actuación en relación con la protesta palestina. Más aún, algunos observadores exteriores, consideran que el ejército es el mejor garante de la colaboración con la Autoridad Nacional Palestina en materia de seguridad (1).

La moderación del Ejército contrasta con la radicalización creciente en otros ámbitos del Estado y de la sociedad israelíes. El ultranacionalismo, inspirado por inclinaciones ideológicas o por presiones religiosas, no sólo está erosionando los valores más positivos de Israel como sociedad democrática, sino que está poniendo en peligro la convivencia y la seguridad nacionales (2).

Ante este panorama inquietante, se han elevado voces en una sociedad civil crítica, por lo general bastante activa e inconformista, aunque cada día más intimidada. Pero lo más llamativo han sido las ya numerosas llamadas de atención de las más altas autoridades militares.

La reciente dimisión del Ministro de Defensa, el ex-general Moshe Yaalon, un antiguo jefe del Ejército y de los servicios de inteligencia militar, responde a este clima de contestación en el seno de las Fuerzas Armadas. Yaalon no sólo abandonó el Gobierno; también dejó la Knesset (Parlamento) y causó baja en el Likud, al filtrarse las negociaciones de Netanyahu con el político extremista Lieberman, líder de la formación Israel Beitenu (Nuestra Casa Israel), con el objetivo de incorporarlo a la coalición de gobierno, ofreciéndole la cartera del propio Yaalon sin el conocimiento previo de éste.

Aunque el motivo precipitante de su abandono de la escena política hayan sido los tejemanejes de Netanyahu para consolidar su base parlamentaria y su descarada deriva nacionalista, Yaalon se encontraba ya en situación delicada y muy incómoda dentro del gobierno. Desde la última fase de protesta palestina, con acuchillamientos y otro tipo de atentados contra ciudadanos israelíes en Jerusalén y distintas ciudades del país, se viene manteniendo un debate muy caliente sobre la manera de atajar este peligro.

Los políticos extremistas, algunos desde el propio gobierno, han defendido una actuación represiva dura que elimine a los sospechosos sin miramientos ni consideraciones sobre garantías y derechos humanos. El Ejército ha evocado sus "reglas de intervención", mucho más contenidas y ajustadas a procedimientos matizados y controlados. El primer ministro, sin desautorizar por completo a la cúspide militar, ha sido demasiado conciliador con las voces radicales, no sólo porque necesita de su apoyo para mantener la estabilidad de su gobierno, sino por la presión de numerosos sectores sociales, arrastrados por el miedo y la inseguridad frente a la frecuencia e intensidad de los ataques palestinos en las calles (3).

Hasta hace unos años, eran muy pocos quienes se enfrentaban al Ejército, o incluso lo criticaban. De hecho, era y, pese a todo, sigue siendo la institución más respetada del país. Al fin y al cabo, cada ciudadano israelí es miembro de la milicia, durante muchos años de su vida, primero en servicio activo y luego como reservista. No pocos jefes militares han terminado siendo miembros del gobierno e incluso primeros ministros. El Ejército no sólo es respetado por sus éxitos militares históricos frente a los enemigos árabes, sino porque ha sido capaz de mantenerse neutral y ajustado a su papel constitucional en todos los momentos de crisis graves y momentos de excepcional riesgo para la seguridad nacional.

Pero recientemente, la crispación entre políticos extremistas y la jerarquía militar ha llegado a tal punto que el Jefe adjunto del Ejército, el general Golán comparó recientemente la actitud de estos sectores extremistas con la conducta de los nazis en la Alemania de los años treinta y cuarenta. Y no lo hizo en privado, sino en un discurso celebrado nada menos que durante la celebración del Día de la Shoah, el holocausto judío.

Nunca un dirigente israelí, civil o militar, se había atrevido a llegar tan lejos en la denuncia de la radicalización en Israel. Pero las palabras del General Golán no constituyeron un fenómeno aislado. Días antes, sus superiores, el Jefe del Ejército, general Eisenkot, y el propio ministro de Defensa, Yaalon, habían censurado pública y severamente la conducta de un sargento, Elor Azaria, por haber rematado a un joven palestino que había resultado herido por tropas israelíes después de haber acuchillado a un soldado israelí en la ciudad palestina de Hebrón. Tal conducta, afirmaron reiteradamente, "atenta contra los valores de las Fuerzas de Defensa israelíes" (nombre formal del Ejército).

Los ultranacionalistas, entre ellos Lieberman antes de convertirse en Ministro de Defensa, criticaron a la cúspide militar y defendieron al Sargento Azaria y volvieron a vocear su respaldo a la política de "tirar a matar" en el control de la insurgencia palestina. Por tanto, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha promovido a responsable directo del Ejército a un político que no solamente es un enemigo acérrimo de la moderación, sino que discrepa abierta y ruidosamente de sus normas de funcionamiento, avaladas y aprobadas en el Parlamento.

En otros momentos, el Ejército o el Gobierno, se han enfrentado con actitudes intransigentes y violentas de los colonos o de minorías fanatizadas. Pero nunca se había estado tan cerca de una confrontación directa entre ambas instituciones, debido al peligroso círculo vicioso que consiste en exagerar el "peligro terrorista" para justificar una política represiva extrema, que alimenta más que neutraliza la violencia de la protesta palestina.


(1) "The Israel  Defense Forces fills the void". DAVID MAYOVSKI. FOREIGN AFFAIRS, 6 de mayo.

(2) "Israel's Army goes to war against politicians". RONEN BERGMAN. NEW TORK TIMES, 21 de mayo.

(3) "A deadly shooting, a general's revolt and the rise of Israel's new right". AMOS HAREL. FOREIGN POLICY, 25 de mayo.

El ejército israelí se planta ante el auge ultranacionalista