martes. 16.04.2024
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Los pasados días 17 y 18 de febrero se celebró en Marrakech la tercera edición del Foro de los Empresarios del Magreb. En ese foro participaron más de 700 empresarios de los cinco países que componen la Unión del Magreb Árabe (UMA). Esa fecha no fue elegida en balde, porque el 17 de febrero coincidía con el 25 aniversario de la UMA.

25 años sin ningún avance político que destacar en detrimento de los intereses de los pueblos de la región por culpa de una temeraria disputa por la hegemonía en la zona entre Marruecos y Argelia, retrocediendo a la época de la guerra fría muy lejos de las aspiraciones de los ciudadanos y ciudadanas magrebíes.

El bloqueo político del Magreb, particularmente en estos tiempos de agitación política y social, amenaza a regiones enteras con una inestabilidad perdurable, y no puede seguir dependiendo de la pugna por una hegemonía que sólo esconde cómo preservar los intereses de unos cuantos a costa de los anhelos de emancipación y de justicia de todos los pueblos que componen la UMA.

Marruecos cometió en su momento un error de bulto a la hora de cerrar unilateralmente las fronteras con Argelia, proporcionándoles con ello a los dirigentes argelinos la posibilidad de utilizar la animadversión de las autoridades marroquíes como la causante del bloqueo de la UMA. Pero esto no debe impedirnos reflexionar sobre la situación de fragilidad social y de raquitismo democrático que vive Argelia, máxime si nos fijamos en los recursos económicos que posee en comparación con Marruecos y Túnez, países que por otro lado, están inmersos en prometedores procesos de cambio y de transición.

Marruecos en una decisión unilateral, también hay que decirlo, decidió abrir sus fronteras terrestres con Argelia, pero me temo que no deje de ser un gesto sin efectos, dada la pugna por el poder en el seno de las distintas camarillas argelinas, enrocadas detrás de un presidente que lo presentaron a pesar de su mermada salud y casi en contra de su voluntad. Todo presagia una situación de incertidumbre muy perjudicial para los pueblos de una región en plena mutación, que requiere más que nunca la máxima colaboración y apoyo, objetivos difícilmente alcanzables mientras Argelia no resuelve sus diatribas domésticas.  

Sin embargo, la cooperación económica entre los empresarios del Magreb ha podido impulsar unas pautas que poco a poco están consiguiendo trascender a las tensiones políticas. El volumen de los intercambios comerciales, aunque sigue siendo escaso, está aumentando notablemente, y lo que es más importante, está indicando el camino a seguir más allá de la diplomacia convencional, y mostrando los lugares que se deben explorar por la diplomacia económica y quizás por la llamada diplomacia cultural para ir consolidando vínculos que poco a poco superen la obstinación política que condena a todos los pueblos de la región a un largo letargo económico, político y social. 

La diplomacia cultural y el activismo ciudadano tienen la obligación de aprovechar la oportunidad que ofrece ese resquicio estimulado por los empresarios, para ir abriendo espacios de encuentro y de intercambio que escapan del control institucional, o dicho de otra manera, compartir protagonismo con las fuerzas políticas para construir diálogos más amplios que nos ayuden a salir del actual cerco.

La diplomacia cultural tiene que imponer su ritmo en paralelo a la “diplomacia ciudadana”. Los ciudadanos argelinos, cada vez más, hacen de Túnez y de Marruecos su destino turístico preferido a pesar de las restricciones y las dificultades. Las ofertas en ese ámbito deben también cultivar una prestación que trasciende a lo meramente turístico o comercial, y ofrecer propuestas alternativas, sobre todo en lo que concierne a Marruecos, para demostrar la naturalidad de las relaciones entre las personas a pesar de las rencillas entre los políticos.

Una UMA normalizada atesora un enorme potencial por sus vínculos económicos, geográficos y culturales. Pocas zonas en el mundo pueden compartir tantas posibilidades para salir del subdesarrollo, pero también para actuar como interlocutor estratégico entre Europa y África, continente este último, que en la misma medida que ofrece excelentes posibilidades de inversión para generar riqueza, constituye también un foco de inestabilidad y de conflicto que amenaza tanto al Sur como al Norte.      

El Real Instituto Elcano presentó a finales de febrero 2014 un informe encargado por el Ministerio de Asuntos Exteriores: “Hacia una renovación estratégica de la política exterior española”. En su elaboración participaron más de 200 personas entre expertos, académicos, representantes de organizaciones de la sociedad civil y  sindicalistas. En lo que concierne al Norte de África y en concreto al Magreb, además de situarlo como área de máxima prioridad, creo que atina con el diagnóstico y en la acción de España en  esa zona. “Esta proximidad coloca a España en una situación de mayor sensibilidad a los riesgos y también a las oportunidades derivados de los procesos de cambio y desarrollo que presentan Marruecos y el resto del Magreb. España debería implicarse más en el intento de la mejora de las difíciles relaciones entre los mismos países de la región, singularmente entre Marruecos y Argelia”. 

Por lo tanto, España se mueve dentro de la ecuación que oscila entre la quiebra de relaciones políticas entre los dos pesos pesados del Magreb, y la necesidad de involucrarse de una manera decidida -dado el disminuido papel de Francia por los litigios particulares con Argelia y su implicación en Mali y África Central-dentro de lo que se denomina “el esquema de cooperación triangular”, ofreciéndose como eje de colaboración entre la Unión Europea con el Magreb y el resto del continente africano.

España y la Unión del Magreb Árabe