jueves. 28.03.2024
general Ahmed Gaid Salah
El general Ahmed Gaid Salah. (Foto: Internet)

No parece probable que el ejército argelino se despolitice por completo; esto es, que renuncie a ejercer su influencia, por no decir a su hegemonía en la orientación de los acontecimientos

Abdelatif Buteflika se ha convertido en el quinto jefe de Estado árabe obligado a abandonar su puesto por la presión popular. Después de mes y medio de protestas populares tenaces y valientes, los distintos filtros del régimen argelino han ido mostrándose cada vez más predispuestos a sacrificar la figura poco más ya que ritual con el propósito de salvaguardar sus órganos vitales.

En paralelo a esta aparente retirada paso a paso, medida y calculada quizás para sopesar el grado de conformidad o inconformidad ciudadana, el régimen ha librado un ajuste de cuentas o un reequilibrio interno de fuerzas. A la postre, quien ha decidido el juego ha sido el actor más fuerte: las fuerzas armadas.

Cuando hace una semana el jefe del Ejército, el general Ahmed Gaid Salah sancionó que el presidente no estaba ya en condiciones de dirigir el país y, por lo tanto, debía aplicarse el artículo 102 de la Constitución, que contempla la inhabilitación por razones de salud, la suerte de Butteflika quedó sellada.

Otras ramas del régimen habían intentado maniobras transitorias para ganar tiempo, como instrumentalizar la previa decisión del propio presidente de renunciar a la cuarta reelección u otras oscuras operaciones políticas de transición, empleando a figuras de prestigio internacional (1).

La decisión militar hizo rápidamente recordar el ejemplo egipcio: las fuerzas armadas interpretan de manera aparentemente sorpresiva un giro de conducta, dan la espalda al protegido o a la figura de autoridad y se ponen del lado del pueblo. Sin duda, para salvar lo esencial del régimen que, en la práctica, dirigen y tutelan (2).

Otros analistas, aun aceptando esta analogía, consideran que el caso argelino presenta diferencias singulares con respecto al antecedente egipcio, debido a las características propias de la estructura de poder argelino y, sobre todo, a la fuerza de la legitimidad histórica del régimen (3). Es una disquisición más académica que política. A la postre la trama político-burocrática-empresarial-militar no puede desentrañarse con facilidad. Los militares no han oficiado sólo de guardianes pretorianos de la revolución institucionalizada: han sido también beneficiarios del sistema.

EL FINAL DE UN DÉSPOTA MÁS

La impresión es que Butteflika se ha despedido de la historia sin ni siquiera poder escribir la última línea de su relato con cierta dignidad. No se ha encontrado tiempo para un tributo de última hora, menos para una despedida con honores. Es probable que su hermano y alter ego, Said, se resistiera hasta el último momento a este final con aire de bochorno. Como suele ocurrirles a los déspotas, en la hora de la liquidación, no es fácil encontrar a quien le escriba el epitafio político.

La trayectoria del ya expresidente argelino está plagada de gestos de soberbia política e institucional, envueltos en una liturgia gestual y populista. Como fiel servidor que fue del coronel Bumedian, el militar que derrocó a Ben Bella e instauró la deriva autoritaria de la revolución, Butteflika se ancló en el capricho y la opacidad. Nunca permitió que se investigara debidamente una trama corrupta por la que se desviaron más de 60 millones de francos a través de una red de consulados argelinos en el extranjero. Como presidente se encargó de neutralizar al Tribunal de Cuentas y abortar la investigación judicial que intentaba rastrear la operación (4).

Con Butteflika ya en el baúl de los trastos rotos, la clase política y empresarial que ha crecido a la sombra del poder se pregunta cómo neutralizar el impulso renovador de la calle. Los argelinos han protagonizado una impecable protesta, firme y pacífica a la vez, como atestiguan algunos testigos presenciales que nos han dejado valiosos documentos de estas semanas (5). Entre bastidores, los exponentes del régimen han ido preparando planes de contingencia. Todos ellos pasan por persuadir al Ejército de que lo mejor es mantener firme el control de los acontecimientos.

LOS ESCENARIOS PREVISIBLES

En cuanto a los escenarios de futuro inmediato, la politóloga argelina Louise Dris Aït-Hamadouche señala los más previsibles. El primero, que se desarrolle lo establecido en la Constitución; es decir, tras la retirada del jefe del Estado, un periodo de transición bajo la autoridad del presidente del Senado y la organización de elecciones presidenciales. Una segunda posibilidad sería que, por presión popular, el régimen se viera desbordado y aceptara la creación de un “colegio presidencial” formado por personalidades consensuadas con la oposición y un gobierno técnico. Finalmente, no es descartable una reforma constitucional que propiciara un cambio más profundo, una transición pactada hacia un nuevo equilibrio de poderes (6).

La clave, una vez más reside en los militares. No parece probable que el ejército argelino se despolitice por completo; esto es, que renuncie a ejercer su influencia, por no decir a su hegemonía en la orientación de los acontecimientos. Se ha mostrado prudente y contenido durante estas semanas de protesta, pero nunca ha renunciado a ejercer el control. Por el contrario, ha demostrado que sigue marcando los tiempos de la crisis.

Otro factor importante es la ausencia de una alternativa estructurada y organizada. La calle ha barrido definitivamente a unos partidos desacreditados y estériles, tanto a los serviles como a los opositores.

Por todo ello, el intento o la apariencia de consenso, de acuerdo nacional sería lo más aconsejable. La vía egipcia ha podido ser válida para liquidar lo agotado pero no parece efectiva para construir la continuidad. A la postre, si la situación se deteriorara, no se puede descartar que se agite el riesgo de un renacimiento islamista para evitar un excesivo relajamiento de los mecanismos de fuerza o, peor aún, de cierto encantamiento con los espejismos de la democracia y la libertad.


NOTAS

(1) En l’Algérie, l’armée a précipité la démission de Bouteflika malgré la resistance de son entourage”. AMIR AKEF. LE MONDE, 3 de abril.
(2) “Lesson for Algeria from the 2011 egyptian uprising”. ADEL ABDEL GHAFFAR y ANNA L. JACOBS. BROOKINGS INSTITUTION, 14 de marzo.
(3) “Buteflika resigns: next steps in uncharted territory”. BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 3 de abril.
(4) “Abdelaziz Bouteflika, une fin sans gloire”. YASSINE BABOUCHE Y FAIÇAL METAOUI. TOUT SUR L’ALGERIE, 2 de abril.
(5) “A protest made in Algeria”. DALIA GHANEM. FOREIGN POLICY, 2 de abril.
(6) “Il est ilusoire d’envisager une dépolitization immédiate de l’armée”.Entrevista con LOUISE DRIS-AÏT-HAMADOUCHE. LE MONDE, 4 de abril.

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