viernes. 29.03.2024
antisemitas

Lo paradójico es que mientras los críticos hacia Israel parecen obligados a demostrar su inocencia, el propio primer ministro israelí cultive y aliente relaciones cálidas con los dirigentes europeos más susceptibles de simpatías antisemitas

Un nuevo fantasma recorre calles, gabinetes, redacciones y despachos de Europa: el antisemitismo. O, para ser más exactos, la percepción del antisemitismo como síntoma creciente del malestar social. 

El asunto no es nuevo, naturalmente, pero ha cobrado fuerza en los últimos tiempos, debido a las contradicciones evidenciadas durante la crisis económica y social, el fracaso de las políticas europeas de respuesta y la emergencia del nacional-populismo.

Un sondeo realizado en enero para el Eurobarómetro, el indicador demoscópico de la UE, arrojaba un resultado inquietante: la mitad de los 27.000 europeos consultados considera el antisemitismo como un problema real en sus países respectivos y más de la tercera parte (un 36%) cree que ha aumentado en los últimos cinco años. La inquietud es aún mayor entre quienes tienes amigos o conocidos judíos y, comprensiblemente, en la comunidad judía europea nueve de cada diez se confiesa alarmado. Son los franceses quienes encabezan la percepción de inquietud (siete de cada diez) y portugueses y estonios los que menos (apenas un 10%). España se encuentra entre los menos preocupados: sólo un 22% (1). 

FRANCIA: LAS ARISTAS DE LA CRISIS

No puede extrañar que sea en Francia donde haya prendido con más fuerza esta inquietud. Hay razones históricas y políticas que lo explican. A finales del siglo XIX y principios del XX se registraron episodios inquietantes. El caso Dreyfuss fue el ejemplo más significativo. Durante la ocupación nazi, el régimen colaboracionista de Vichy practicó la persecución de los judíos, una herida que no ha terminado de cicatrizar en el cuerpo social galo. En las décadas siguientes, el fenómeno se ha manifestado con desigual intensidad, pero no ha desaparecido por completo. Pero la crisis económica y social, la degradación de las condiciones de vida, en especial en zonas y barrios desfavorecidos y la incidencia de la inmigración musulmana han recrudecido el problema.

La voz de alarma se ha vuelto a disparar estos últimos días, después de que el ministro del Interior diera a conocer que en 2018 los delitos de antisemitismo se habían incrementado un 74% con respecto al año anterior, y eso sólo teniendo en cuenta los hechos denunciados o verificados, porque se tiene la impresión de que el número de incidentes es mucho mayor (2). Los medios hacen inventario de numerosas manifestaciones, de desigual gravedad: pintadas filonazis, profanación de monumentos erigidos en memorias de victimas de asesinatos racistas, proliferación de mensajes de odio en redes sociales, intentos de agresión, comentarios despectivos e insultantes en lugares públicos, etc (3).

El problema se ha visto agrandado por la detección de mensajes y comportamientos antisemitas entre los gilets jaunes (chalecos amarillos), el principal movimiento de protesta social en la actualidad. El reputado intelectual de origen judío Alain Finkielkraut fue increpado y acosado el pasado sábado durante la habitual manifestación de los chalecos amarillos en París. El ensayista y miembro de la Academia Nacional es conocido por sus posiciones conservadoras en materia de inmigración y se ha sumado con entusiasmo a quienes creen que la cultura francesa está en grave peligro y que las banlieus(suburbios) son un foco de, integrismo musulmán antijudío. Curiosamente, sin embargo, se había criticado a los gilets jaunes por no haberse mostrado sensibles las condiciones de vida de los inmigrantes.              

Las invectivas apuntan, no obstante, mucho más alto. El propio Presidente de la República es objeto frecuente de estos ataques verbales. Debido a su pasado como ejecutivo de la Banca Rothschild, los propagandistas antisemitas lo consideran una “marioneta” de los intereses judíos en Francia, sin autoridad propia alguna. Macron se ha mostrado beligerante contra el antisemitismo en numerosas ocasiones, pero no participó el martes en la gran manifestación que reunió a fuerzas políticas y sociales para denunciarlo. Los convocantes se abstuvieron de invitar al Rasemblement National (antes Frente Nacional), que celebró sus propios actos por separado. El partido de Marine Le Pen mantiene que las instituciones republicanas han sido blandas con el antisemitismo debido a su falta de vigor frente a las consecuencias negativas de la inmigración musulmana.

En este amplio debate prima a veces lo emocional sobre lo racional. Es injusto por inexacto convertir a los gillet jaunes en cómplices del antisemitismo. La heterogeneidad de este movimiento explica que en su seno cohabiten sensibilidades distintas e incluso opuestas, de ahí que fuerzas políticas diversas hayan intentado reorientar su discurso (4).

ANTISEMITISMO COMO COARTADA DE ISRAEL

El primer ministro israelí, hábil manipulador, quiso profundizar en la división europea, irritado por la desafección de las principales potencias de la UE hacia sus políticas cada vez más extremistas y, en particular, su sintonía con Trump

Otro factor perturbador es la confusión, a veces interesada, entre el antisemitismo y la crítica al Estado de Israel por la ocupación de Palestina. Algunos líderes de opinión proisraelíes tienden a colgar la etiqueta de antisemitismo a cualquier manifestación contraria al proyecto del sionismo.  Desde esos sectores (intelectuales, políticos, mediáticos) se acusa con frecuencia a la izquierda de haber sido indulgente con el antisemitismo, precisamente por sus posiciones en el conflicto cardinal de Oriente Medio. No es casualidad que el principal promotor de la Marcha de concienciación del pasado martes haya sido el Partido Socialista y que comunistas, izquierda radical y sindicatos se sumaran al evento. La izquierda institucional quiere demostrar que no hay motivos para que se la considere sospechosa. Ocurrió en su día lo mismo con el terrorismo islamista: el gobierno socialista promovió medidas policiales de gran dureza para desmentir cualquier veleidad de blandura.

Lo paradójico es que mientras los críticos hacia Israel parecen obligados a demostrar su inocencia, el propio primer ministro israelí cultive y aliente relaciones cálidas con los dirigentes europeos más susceptibles de simpatías antisemitas. Netanyahu promovió una cumbre en Jerusalén con el llamado Grupo de Visegrado, cuatro países de Europa central (Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría), cuyos líderes actuales se han destacado por sus posiciones cercanas al discurso antijudío. El primer ministro israelí, hábil manipulador, quiso profundizar en la división europea, irritado por la desafección de las principales potencias de la UE hacia sus políticas cada vez más extremistas y, en particular, su sintonía con Trump (5).

Al final, a Netanyahyu se le torció la operación. Unas declaraciones suyas en la víspera de la cumbre sobre la colaboración de los polacos con los nazis (sin matizar) provocó una tormenta en Varsovia. El primer ministro Morawiecki se borró de la cita. Ya el año pasado una ley promovida que condenaba a todo aquel que denunciara a Polonia por colaboración con el régimen hitleriano provocó una crisis con Israel. Las presiones norteamericanas obligaron a Varsovia a rectificar el texto legal (6).

Estas contradicciones entre antisemitismo y posiciones críticas frente a Israel han generado fuertes tensiones en el laborismo británico, hasta el punto de convertirse en una de las bazas más activas contra el liderazgo de Jeremy Corbyn. Una crisis importante fue sólo parcialmente apaciguada el año pasado, pero ha emergido de nuevo ahora, combinada con la polémica del Brexit, que ha escindido al Labour. Los diputados que han abandonado estos últimos días el partido no sólo mencionan la resistencia de la dirección a defender sin tapujos un nuevo referéndum; también le reprochan no hacer frente a “la infección del azote racista antijudío” (7). Corbyn y el ala izquierda hicieron en su día esfuerzos por apaciguar este malestar interno, pero señalaron que los sectores más a la derecha del partido pretenden presentar como antisemitismo lo que, en realidad, son legítimos pronunciamientos críticos sobre la política exterior e interior de Israel. 


NOTAS

(1) Eurobarómetro. COMISIÓN EUROPEA, enero 2019
(2) “Le nombre d’actes antisémites recensés a augmenté de 74% en France en 2018”. LE MONDE, 11 de febrero.
(3) “Antisémitisme: en France, les différents visages d’une haine insidieuse et banalisée”. LE MONDE, 12 de febrero.
(4) “Les ‘gilets jaunes’, nouveau terrain d’influence de la nébuleuse complotiste et antisémite”. LE MONDE, 19 de enero; “Antisémitism: les ‘gilets jaunes’ face à leurs responsabilités”.LE MONDE, 17 de febrero
(5) “Netanyahu seeks to cement EU rightist bloc at Jerusalem Visegrad summit”. HAARETZ, 18 de febrero. 
(6) “Poland and Israel try to improve ties, but History intrudes”. THE NEW YORK TIMES, 17 de febrero. 
(7) THE GUARDIAN, 20 de febrero

Antisemitismo: las paradojas de la polémica