viernes. 19.04.2024
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Hay que retomar esos antiguos primeros de mayo. No como se celebraban en España, sino como se hacía en Europa, sobre todo Francia, Italia y Alemania, con gran sentido reivindicativo y solidario

El Primero de Mayo se ha celebrado con éxito de participación en todas las capitales españolas. Un éxito que se ha venido repitiendo todos los años desde que acabó la dictadura franquista. Así ha sido. Pero antes no era así. A veces hubo hasta muertos. Era una fecha ideal para ver la tele, y jornada de intenso trabajo remunerado para los grises. Los demás a correr, bien por la calle o bien en el estadio Santiago Bernabéu. La primera era una carrera desorganizada, a la desbandada, esquivando palos y buscando portales; la segunda estaba marcada por las tablas de perfecta organización gimnástico-sindicalista.

Se ha asumido como lógico y natural que el avance de la sociedad hacia el progreso es inevitable. Y no es verdad. El profesor Josep Fontana ha escrito y anunciado en más de una ocasión que “nos hemos educado con una visión de la historia que hacía del progreso la base de una explicación global de la evolución humana. Primero en el terreno de la producción de bienes y riquezas... y después en la lucha por las libertades y derechos sociales desde la Revolución Francesa... Esto era verdad, pero no era, como se nos decía, el fruto de una regla interna de la evolución humana que implicaba que el avance del progreso fuese inevitable... sino la consecuencia de unos equilibrios de fuerzas...” Ideas que desarrolla en su famoso libro “Una historia del mundo desde 1945”, publicado en 2011, donde ayuda  a entender los acontecimientos históricos posteriores a la Segunda Guerra mundial: la creación del Estado de Bienestar como respuesta al fascismo y al totalitarismo, la guerra fría, la caída de la URSS, la preponderancia de los EE UU en el mundo, y la involución que se vive desde la década de los 70 en derechos, bienestar y democracia.

Vienen como anillo al dedo tales reflexiones acerca de esta fiesta que actualmente en España se celebra con total normalidad, pero que en años pasados era una fiesta peligrosa. Peligrosa para el ciudadano y peligrosa para el poder. Tanto la ciudadanía concienciada -que de todo había y hay- como los jerifaltes del poder, veían su respectivo peligro en esta fecha; unos trataban de celebrarla, y otros, de impedir que se celebrara. Por eso creo conveniente, ya que más de la tercera parte de los españoles no vivieron aquellos tiempos, volver la vista a esta conmemoración por ser fechas a tener en cuenta en nuestra historia de hoy y de ayer, sacando su correspondiente conclusión. Por eso he comenzado echando mano de la cita del profesor Fontana. Cuatro palabras a mi entender definían en España dicha fiesta, que siempre, incluso en tiempos de bonanza y abundancia ha tenido sus motivos reivindicativos, como no podía ser de otra manera; por algo se celebra ese día y con las mismas características desde su origen hace ciento treinta años.

Recuerdo y reflexiones que no han de sobrar para caer en la cuenta que en este mundo de desigualdades éstas aumentan si la ciudadanía, la única fuerza con su producción y solidaridad que construye país, no lo remedia.  Porque los cambios no son fruto natural de la evolución histórica, sino resultado de una confrontación de fuerzas. Quienes detentan el poder y poseen la riqueza, harán lo posible para no perderlas, y recurriendo al miedo, tratarán de mantener su estatus. Así ha sido a lo largo de la historia de la humanidad. Solamente se llega a una “evolución” donde impere la solidaridad y la igualdad a través de una “revolución”. No hay evolución sin revolución (que puede ser incruenta), la chispa que enciende la evolución. A quienes están arriba nunca les interesa el cambio, y temen que los de abajo, unidos, constituyéndose en fuerza mayor, les arrebaten ese estrado desde el que dominan a la sociedad. La jornada de las ocho horas, por poner sólo un ejemplo, no la concedieron los empresarios, sino que la lograron los trabajadores, y así tantos y tantos derechos y condiciones laborales que luego poco a poco, a medida que el miedo se fue apartando de los trabajadores y fue metiéndose en las clases poderosas, se fueron alcanzando para mejorar la vida de quienes producen.

Este correlato de fuerzas nació con la revolución francesa y se extendió con la revolución industrial hasta llegar a lo que se ha dado en llamar el Estado de Bienestar. Ha sufrido sus correspondientes crisis, no tanto provocadas por la falta de producción o rebeldía de los ciudadanos, cuanto por el manejo de la oligarquía, que de nuevo, anestesiada la sociedad por el estado de bonanza que vivía, ha dejado atrás sus reivindicaciones y olvidado su lucha. Se ha olvidado la confrontación de fuerzas que dan lugar a poder negociar. De nuevo, el temor que en fechas pasadas inundaba a los poderosos ante las masas levantadas y unidas en movimientos e ideologías, se ha traspasado, a través de operaciones mediáticas y financieras, a los ciudadanos que temen perder lo poco que tenían y con  lo que se conformaban: el trabajo, la sanidad, la educación... Un vuelco que ha provocado mayores desigualdades y pérdida de derechos y dignidad, que se ha venido forjando desde la crisis del petróleo de los años 73-74, llegando a su culminación en la actualidad, con salarios cada vez más bajos, menor poder adquisitivo, mayores producciones y largas jornadas, menores derechos y mayores temores ante los bancos y la administración. Hay que retomar esos antiguos primeros de mayo. No como se celebraban en España, sino como se hacía en Europa, sobre todo Francia, Italia y Alemania, con gran sentido reivindicativo y solidario. 

Porque la jornada de ocho horas, los contratos indefinidos, los convenios negociados, el derecho de huelga y otros, como la libertad, no son un regalo sino una conquista. Igual que fue una conquista que llegasen a celebrarse en nuestro país de manera semejante a Europa “los primero de mayo”. Por eso quiero dedicar unas breves líneas a recordar cómo eran aquellos primeros de mayo del franquismo, lucha y celebración clandestinas, que defino en cuatro palabras: “tele, grises, circulen y disuélvanse”.

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LA TELE, LOS GRISES, CIRCULEN Y DISUÉLVANSE

En aquellos tiempos, década de los sesenta y primeros setenta, solamente había en España un canal de televisión. Aunque era mala, por algo la llamaban, la caja tonta, hay que reconocer que no era tan horrible como ahora, con tantos canales, a cada cual peor. Si pocos eran los días que se podía ver, la fecha del 30 de abril y del uno de mayo, eran ideales para sentarse en el sillón y pasar toda la tarde del último de abril, y todo el primero de mayo, después de ir a misa de doce, eso sí, porque era la fiesta de San José Obrero -reconocer a un santo como obrero... algo es algo-,  merecía la pena por su programación. Unos años echaban mano de la mejor corrida de toros, con el Cordobés en cartel que era un mito, o un partidazo de la selección española, si fuera posible contra Rusia y ganarla con  el gol de Marcelino, o una recopilación de los mejores goles, la mejor película, o cualquier otro evento que atrajera a las masas... Era la técnica del manejo de los medios que ya comenzara con otro dictador de triste recuerdo, Hitler en la Alemania nazi del que Franquito aprendió mucho y al que imitó en crueldad.

Pero no todos los vecinos caían en la trampa, pese a la buena programación, y a la exhibición sindical y televisada que se llevaba a cabo como remedo de olimpiadas para clausurar dicha festividad en el estadio de Bernabéu. Había quienes, conscientes de ese manejo, preferían echarse a la calle y juntarse, aunque solamente fuera de manera simbólica por unos minutos, pues más tiempo era imposible a riesgo de verse golpeado por porras y amenazas cuando no ingresos en los calabozos de la DGS en la Puerta del Sol. Y así en los aledaños de Atocha y Cuatro Caminos se podían distinguir grupitos de personas con  alguna pegatina a los que se acercaban “los grises” armados hasta los dientes, conminándoles con las dos palabras más usuales: “¡Circulen, circulen! ¡Disuélvanse!” Cuando el grupo excedía de cuatro o cinco y se hacía el remolón, se consideraba manifestación, y ahí ya sobraban las palabras para recurrir a los hechos, palos van y vienen sin mirar a quién ni cómo. ¡Y a correr! Algunos años, sobre todo a finales de los 60, pese a la escasa repercusión que tuvieron en España las revueltas de París de 1968, los estudiantes universitarios tomaron conciencia de su papel junto al de los trabajadores, y poco a poco esos pequeños grupos se fueron ampliando y diversificando por distintas zonas de la ciudad que acabaron con tremendas cargas policiales. No tenían repercusión noticiable en los medios, amordazados, pero servían como llamada de atención de que la juventud que no había conocido la guerra y conocía la dictadura y el aislamiento de España, comenzaba a luchar por una nueva sociedad. Amnistía y libertad era su grito de guerra. Se gritaba en conciertos que a trancas y barrancas lograban celebrarse de vez en cuando bajo la atenta mirada de los caballos y sus jinetes prestos a intervenir si alguien, desde cantantes a espectadores, sacaban las patas del fardel. El orden era lo primero, que para eso existía un tribunal que velaba por él, el siniestro Tribunal de Orden Público, el famoso TOP, que a manera de nueva Inquisición se cernía sobre las protestas de una sociedad consciente de que era necesaria su lucha para conseguir sus derechos. Nadie le iba a regalar nada. En la historia la evolución hacia el progreso no existe, si no se provoca. Nunca el poder ha regalado nada.         

La tele, los ‘grises’, circulen y disuélvanse