viernes. 19.04.2024
agricultura

La ciencia agronómica se desarrolló, indudablemente, durante el siglo XVIII, especialmente en Inglaterra. En este sentido, destacaría la figura de Jethro Tull con sus obras y experimentos en Norfolk. Se le considera el padre de la moderna intensificación de cultivos. A partir de Tull, una lista de agrónomos, naturalistas y botánicos descubrirá, inventará y difundirá una larga serie de adelantos claves para dar el salto a una nueva agricultura: aperos, herramientas, máquinas, polinizaciones, genética vegetal y animal, inseminación artificial, nuevos cultivos y especies, sistematización y clasificación vegetales, fisiología vegetal, nutrición, etc. También se asistirá al desarrollo de la dimensión institucional científica y educativa de la nueva agronomía a través de la fundación de sociedades y consejos de agricultura que fomentarán las investigaciones, los experimentos y los centros educativos. Todo este proceso está considerado como la revolución agrícola.

Pero juntos a estos aspectos científicos, técnicos y pedagógicos, las nuevas escuelas económicas del siglo XVIII, la fisiocracia, primero y, posteriormente, el liberalismo económico, defendieron profundos cambios en las estructuras económicas, y que debían permitir la aplicación de los avances de la nueva ciencia agronómica. Los fisiócratas pusieron a la agricultura en el origen de la riqueza económica de un país porque la naturaleza y su trabajo producían lo que las otras actividades solamente transformaban y comercializaban, al contrario de lo establecido por las distintas corrientes del mercantilismo. Pero, además, los fisiócratas defendían el libre ejercicio de la agricultura superando las trabas que pesaban sobre la misma en el Antiguo Régimen. El liberalismo económico establecería de forma más sistemática, superando la teoría de la riqueza de la fisiocracia, una verdadera revolución económica basada en la iniciativa, la no intervención del estado y la consagración del mercado como órgano asignador de recursos y regulador de la actividad económica, frente a la economía reglamentista y sustentada por una estructura de la propiedad basada en la vinculación y no en el libre ejercicio y disposición de la misma. Se defendía, pues, una revolución agraria.

Así pues, revolución agrícola y revolución agraria comienzan en el siglo XVIII en Inglaterra y en estrecha relación. Los cambios estructurales de la segunda posibilitarían los cambios técnicos de la nueva ciencia agronómica y, por ende, el desarrollo de la producción, además de las conexiones con los procesos de la Revolución Industrial.

La minoría ilustrada española se planteó la necesidad de abordar los problemas de la agricultura porque, indudablemente, era el principal sector económico del país. Una cuestión muy importante es conocer si los ilustrados españoles establecieron claramente, o no, la conexión entre ambas revoluciones. Todos fueron defensores de la revolución agrícola, de la necesidad de difundir la nueva agronomía como un saber útil, de combatir las rutinas, las prácticas obsoletas o poco productivas. Existe todo un corpus de libros, escritos, informes y relatos de los ilustrados españoles sobre la situación de la agricultura española y de la necesidad de hacer profundos cambios técnicos en la misma. La enseñanza sería uno de los medios más importantes para la difusión de los avances e innovaciones científicas y técnicas. Pero ya no es tan clara la unanimidad a la hora de abordar los cambios estructurales en la agricultura española ni sobre la vinculación de la revolución técnica o agrícola con esas transformaciones. En la Ilustración española, en general, encontramos una defensa de la liberalización económica, ya fuese de la tierra, que estaba, en gran proporción vinculada, ya fuera a través de la supresión de trabas como la tasa del trigo o los privilegios mesteños. Pero también encontramos diferencias entre los ilustrados españoles en puntos fundamentales como el de la intervención del Estado. Para algunos, como Campomanes, el Estado debía tener una participación activa en los cambios que debían abordarse. Como apunta, Vicent Llombart, Campomanes sería un genuino representante del despotismo ilustrado, del fortalecimiento del estado para garantizar la libertad económica. En el otro extremo, estaría Jovellanos, mucho más cercano a los presupuestos del liberalismo económico. Precisamente, Jovellanos sería el autor español que de forma más acabada defendió un programa de transformaciones económicas o agrarias, además de las agrícolas en estrecha vinculación, en su Informe sobre la Ley Agraria. Aún así, ni tan siquiera Jovellanos llegó a las últimas consecuencias en relación con la revolución agraria, como lo demostraría en el caso del mayorazgo. Es evidente que el liberalismo económico tenía que ser contrario a este privilegio sobre la propiedad de la tierra al apartar del libre mercado de la tierra una importante proporción de propiedades. Pero Jovellanos no se atrevió a defender la derogación definitiva del mayorazgo, ya que pensaba que, con oportunas reformas, la amortización civil podía servir como un medio para seguir sosteniendo a la nobleza, un grupo social que, eso sí, debía demostrar su preeminencia social no en función del mantenimiento de privilegios ganados en el pasado si no en criterios de utilidad al servicio del estado y de la sociedad.

Otro aspecto a tener en cuenta en relación con el programa ilustrado era su relación con la Monarquía Absoluta. Mientras muchos ilustrados consideraban que el Estado podría ser el mayor y mejor instrumento para realizar los cambios, como hemos visto con Campomanes, y la Monarquía considerase que algunos de estos cambios eran beneficiosos para desarrollar la economía y, por ello, engrandecerse, la vinculación entre ambos fue fluida. Pero cuando estalló el huracán revolucionario en Francia la relación se marchitó. La principal obra de Jovellanos se publicó en este período y sufrió los embates de la Inquisición. La vía ilustrada más avanzada terminó por entrar en una vía muerta de la Historia. En todo caso, es evidente que la puerta abierta por la crítica ilustrada terminaría por ser letal para las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales del Antiguo Régimen. La generación liberal reconducirá el programa ilustrado, depurando las contradicciones, y, sobre todo, empleará un nuevo método político para llevarlo a cabo y que no será otro que el revolucionario. Otra cuestión diferente serían las consecuencias sociales de estos cambios.


Bibliografía:

COLLINS, E.J.T., “Ciencia, educación y difusión de la cultura agrícola en Inglaterra desde la fundación de la Royal Society hasta la Gran Guerra (1600-1914)”, en Noticiario de Historia Agraria, nº 8, (1994), págs. 15-41.

LLOMBART, V., Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid, 1992, págs. 347-348.

MAROTO, J.V., Historia de la agronomía, Madrid, 1998, págs.. 230-239.

MONTAGUT CONTRERAS, E., “La enseñanza de la agricultura en España en la crisis del Antiguo Régimen”, en Torre de los Lujanes, nª 40, (1999), págs. 197 y ss.

Revolución agrícola y revolución agraria en la España ilustrada