viernes. 29.03.2024
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El Estado necesitaba una administración más moderna y descentralizada en parte, y menos dependiente de la estructura caciquil

@Montagut5 | Desaparecido Cánovas del Castillo, y en una situación histórica distinta en el recién reinado de Alfonso XIII, el Partido Conservador tuvo que adaptar su pensamiento y discurso en un momento en el que presionaban las ideas democráticas, el movimiento obrero y se estaba desarrollando una clara renovación ideológica de la Iglesia con el desarrollo de la doctrina social que había impulsado León XIII. Las formulaciones clásicas del liberalismo modero y remozado por el padre de la Restauración borbónica necesitaban atender a los nuevos problemas y situaciones, pero sin tocar, en realidad los pilares del sistema, establecidos en la Constitución de 1876, que nunca se reformó.

En esta tarea reformadora habría dos planteamientos distintos, protagonizados por los dos principales líderes conservadores, en plena crisis de los dos partidos dinásticos (conservador y liberal). Estamos hablando de Antonio Maura y de Eduardo Dato, y de sus seguidores, los mauristas y los idóneos, respectivamente. Cada sector atendió de forma prioritaria a uno de las cuestiones novedosas del momento. Mientras el primero planteó una reforma de tipo político para que el régimen no se viera desbordado desde abajo, el segundo, con el mismo objetivo, se inclinó más por la reforma social.

Antonio Maura representaría, como hemos indicado, una respuesta eminentemente política basada en una lectura conservadora del regeneracionismo. Maura era consciente de que el sistema político estaba envejecido y corría el riesgo de ser derribado por la presión política y social ajena al funcionamiento del mismo. Convenía acometer obras de reestructuración y racionalización, una “revolución desde arriba”, para evitar la de abajo. El Estado necesitaba una administración más moderna y descentralizada en parte, y menos dependiente de la estructura caciquil. Por eso planteó una reforma municipal, y consiguió sacar una reforma electoral. Pero no se contentaba con una modernización administrativa, sino que pretendía cambiar también la propia estructura del Partido Conservador, basada en el modelo decimonónico de cuadros y élites sin una organización evidente. Ahora se necesitaba que las clases conservadoras españolas se movilizasen, y el caciquismo ya no servía, era obsoleto. En ese momento estaba cambiando el modelo de partido después del surgimiento de las formaciones obreras, y del nacimiento de los de signo nacionalista, como sería el caso de la Lliga Regionalista, un partido con una estructura movilizadora evidente, como lo demostraría su éxito electoral en la Cataluña de los primeros decenios del siglo XX. Las clases conservadoras debían emplear la democracia para servir de guía a las clases populares porque estaban destinadas tradicionalmente a ser las clases rectoras del país. Esta movilización conservadora, por lo tanto, debía evitar que el edificio político construido por la Constitución de 1876, que consagraba la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes, fuera derribado por las fuerzas democráticas, no simplemente reformado en un sentido más liberalizador como hubiera pretendido la izquierda liberal de un Canalejas en su intento de ensanchar las bases reales del sistema.

En este sentido, debemos entender el surgimiento del maurismo a partir de 1913, y en plena crisis general desencadenada en 1917. Los jóvenes mauristas se movilizaron intensamente. Se creó una estructura con órgano de prensa, locales, asociaciones vinculadas al mundo obrero, y presentación de candidaturas en las elecciones, enfrentándose, además, al resto del Partido Conservador. El maurismo defendió la opción germanófila en la Gran Guerra, se acercó al tradicionalismo y a las nuevas opciones de signo autoritario que iban surgiendo en la Europa de la posguerra. Fue el caldo de cultivo donde se formaron los jóvenes que luego tendrían un gran protagonismo en la derecha y la extrema derecha radicales en la Segunda República.

Eduardo Dato recogió en España parte de la doctrina social de la Iglesia, que había sido establecida por León XIII en la encíclica Rerum Novarum. Dato era consciente que España estaba viviendo una intensa transformación económica con evidentes consecuencias sociales. Por eso intentó plantear una política reformista que pudiera conectar con el socialismo más proclive al reformismo que el anarcosindicalismo revolucionario. Dato no pretendió nunca alterar ningún principio básico del capitalismo ni de las relaciones sociales de producción sobre las que se sustentaba, pero también sabía que el poder político no podía seguir sin intervenir, según había establecido el liberalismo económico clásico. Había que procurar fomentar la paz social. A lo largo de su intensa carrera política como ministro y presidente del Consejo de Ministros tuvo varias iniciativas. La más importante fue la creación del Ministerio de Trabajo por un Real Decreto de 8 de mayo de 1920. En el Ministerio se integrarían el Instituto de Reformas Sociales y el Instituto Nacional de Previsión. También se incluyeron en el nuevo departamento la Dirección General de Comercio, Industria y Trabajo, el Consejo de Emigración, el Patronato de Ingenieros y Obreros Pensionados para el Extranjero, y la Inspección de Trabajo. Nuestro protagonista desarrolló la legislación sobre el trabajo infantil y femenino, así como sobre los riesgos en el trabajo con la Ley de Accidentes Laborales. Se preocupó por intentar frenar los alquileres abusivos y creó las Juntas de Fomento y Casas Baratas. En enero de 1921 aprobó un Decreto para la aplicación del Seguro Obligatorio. En las Cortes se crearía una Comisión Permanente de Trabajo y Legislación Social.

Pero este reformismo tenía un claro límite, que no era otro que la huelga, expresión de la lucha de clases. En este sentido, estuvo clara su postura cuando estalló la huelga general revolucionaria de 1917, y que no fue otra que la represión pura y dura, recurriendo al ejército.

Cambios en el conservadurismo español en los inicios del XX