jueves. 28.03.2024
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El monarca ha pasado a la historia en sus páginas negras por la explotación sin piedad de los habitantes del Congo

El rey de los belgas, Leopoldo II, fue uno de los principales dueños de una porción del continente africano, conocida como el Congo, aunque luego terminara siendo colonia de Bélgica. Era una extensión de terreno, en la cuenca del río Congo, que superaba ochenta veces el país donde reinaba. El monarca ha pasado a la historia en sus páginas negras por la explotación sin piedad de los habitantes del Congo.

El explorador Stanley reconoció la zona en nombre de Leopoldo, hizo tratos con los poderes locales, muchos de ellos destacados esclavistas, y así nació el Estado Libre del Congo, aunque de libre tenía muy poco o nada. Se repartieron las riquezas naturales entre una serie de empresas y compañías privadas sin control alguno. El Congo era muy rico en minerales, maderas preciosas, marfil, y, sobre todo, del codiciado caucho, necesario para la naciente y pujante industria del automóvil.

Decía el monarca a la altura de 1897 lo siguiente:

“La tarea que los agentes del Estado han de cumplir en el Congo es noble y elevada. Está bajo su incumbencia la civilización del África Ecuatorial.

Cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando contra costumbres, de miles de años de antigüedad, su deber es modificar gradualmente esas costumbres. Han de poner a la población bajo nuestras leyes, la más urgente de las cuales es, sin duda, la del trabajo.

En los países no civilizados, es necesario, creo yo, una firme autoridad para acostumbrar a los nativos a las prácticas de la que son totalmente contrarias a sus hábitos. Para ello es necesario ser al mismo tiempo, firme y paternal.”

Pero la realidad demostró que se fue más firme que paternal. Para sacar las materias primas se obligó a los nativos a trabajar en unas condiciones terribles. Los castigos físicos eran constantes para quiénes no obedecían, y se podía llegar a la mutilación de manos y pies. Había que cumplir una serie de objetivos y se podía castigar si no se alcanzaban. El terror era el método para producir y tener dominada a la población. Joseph Conrad nos ha dejado el testimonio literario de esta brutalidad en una de sus principales obras, El corazón de las tinieblas.

Esta situación llegó a la opinión pública occidental gracias a la multitud de pruebas que se amontonaban, mientras Leopoldo, que nunca visitó el Congo, negaba la brutalidad y el terror que se practicaba para que pudiera lucrarse. En el trabajo de aportar testimonios y pruebas de lo que se estaba haciendo en la zona destacaron Edmund Morel y W.H. Sheppard. Las evidencias fueron tales que hubo que formar una comisión de investigación. Se calcula que se redujo la población congoleña en un 20%, aunque algunos investigadores elevan muchísimo esta cifra.

Las conclusiones de la investigación hicieron que el Parlamento belga, ante el escándalo mayúsculo que se produjo, decidiera hacerse cargo del Congo.

El infierno en el Congo de Leopoldo II