martes. 23.04.2024
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Su antorcha la recogerán otros, y aunque el fuego se extinga, siempre habrá alguien que lo encienda. Como el Che. ¡Hasta siempre, comandante!

Este mes se cumplen 50 años del asesinato de uno de los personajes más famosos, popular imagen del siglo XX, que se convirtió en ideal juvenil, en leyenda revolucionaria y en mito universal. Su icono, una simple foto, recorrió el mundo y todavía sigue presente en vestimentas, calles y mentes. Se llamaba Ernesto Guevara; había nacido (1928) en Rosario (Argentina), y era médico, pero en un viaje por Suramérica, al contemplar tanta pobreza e injusticia, abandonó la jeringuilla para agarrar la metralleta y convertirse en guerrillero. Intensa y apasionante vida de quien era llamado “el Che”, un revolucionario argentino-cubano que a los 39 años, en 1967, fue asesinado un 9 de octubre en La Higuera, Bolivia, en su postrer intento de llevar la revolución a otros países, y conseguir un mundo más justo, sin diferencias sociales, acabando con la explotación del hombre por el hombre. Lo tenía todo, y lo perdió todo, hasta sus íntimos amigos lo traicionaron. La CIA le estaba siguiendo los pasos desde que los revolucionarios, con él y su compadre Fidel Castro a la cabeza, tomaran el poder en Cuba en 1959, derrocando la dictadura del general Fulgencio Batista, impuesta por los norteamericanos que habían convertido la hermosa isla en su prostíbulo. Batista abandonó el país llevándose una fortuna calculada en unos 100 millones de dólares. Aterrizó en la República Dominicana, luego pasó a la isla de Madeira (Portugal), hasta acabar su exilio en España, acogido por su colega, y también golpista, el general Franco. Hasta su muerte en Marbella en 1973, vivió aquí, y sigue enterrado aquí. De él nadie se acuerda, pese al mal que su gobierno, semejante al de nuestro dictador, implantó en la hermosa isla caribeña. Del Che queda todo, su rostro, su ideal, su lucha y su icono divulgado por todo el mundo.

Una foto, titulada Guerrillero Heroico, hecha el 5 de marzo de 1960 por el cubano Alberto Díaz, Korda, en la que aparece nuestro personaje con la mirada fija en lo alto (retocada, había hecho otras tres más en esos dos minutos escasos que el comandante se dejó ver entre sus camaradas), con la sempiterna barba, y la boina negra, recorrió el mundo hasta convertirse en un icono y ser asumida por la mercadotecnia que la popularizó, reproducida incontables veces en todo tipo de soportes y repartida por todo el planeta. Qué joven con inquietudes, no digo ya guerrilleras, o revolucionarias, sino meramente idealistas o aventureras, no colocó en su habitación esa foto con esa cara... Así es el capitalismo y así funciona la sociedad de consumo, capaz de asumir lo rebelde o “contrasistema” para convertirlo en mercadería. Y no es extraño. Pasó con los hippis, y su vestimenta, y ahora con los tatuajes. Se hace con todo aquello que, naciendo como rebeldía, puede encajar directamente en esa política del mercado sin otra ideología que el lucro, y de paso, evitar que siga la idea prístina, edulcorándola para evitar el peligro de la revolución. También se ha hecho con el rostro, desconocido por otra parte, de Jesucristo, con semejantes y coincidentes parámetros.

JESUCRISTO Y EL CHE SE PARECEN

A propósito de este comentario, permítanme que cuente una anécdota que me ocurrió hace un tiempo, cuando mi hija pequeña contaba seis o siete años, edad en la que los niños hablan con la verdad, sin prejuicios ni tapujos, espontáneamente. Estaba de paso en Aldea del Fresno, después de pasar la mañana entre animales salvajes. Conocía al cura de esa parroquia y llevaba sin verlo más de veinte años. Me habían dicho que en la iglesia había un Cristo pintado de cara a la cruz, es decir, dando la espalda a la gente, y sentí curiosidad por verlo. El párroco, F. A. M, cuyo nombre omito entero por si se ofende, nos recibió en su casa interrumpiendo su preparación para una “catequesis”. Mi hija pequeña me preguntó en voz baja qué enfermedad era esa, mientras el cura manipulaba el ordenador; al mirarla yo en advertencia de silencio, calló, y se dispuso a observar la pantalla que le mostraba el cura, en la que se veía un rostro con barba y melena enmarañada, un dibujo por el que preguntó a mi pequeña si sabía quién era. Cuál no sería la sorpresa, cuando al instante, sin dudarlo, segura de su acertada respuesta, mi hija respondió: “Claro que sí, el Che. Yo tengo un dibujo hecho por mí en la puerta de mi armario mejor que ese, que le falta la gorra”. Mi antiguo amigo de la infancia, cura del pueblo, la miró, me miró, nos miró, y con gesto estupefacto, sólo dijo: “No hija, es Jesucristo... ¡¿Pero qué les enseñas Ramón?!”.

Ciertamente los iconos dan pie a manejarlos, representarlos e interpretarlos como uno quiera, y mejor le convenga. Eso pasa con todos los grandes y controvertidos personajes de la historia, de los que, según los casos y circunstancias, uno resalta sus virtudes o sus defectos, sus heroicidades o sus vilezas. Y es curioso y paradójico, que luego se hable más de los malos (Hitler, Nerón...)  que de los buenos (Ghandi, Pasteur...).

Lo mismo sucede con el Che, personaje controvertido, que sigue provocando discusiones y controversias, ensalzado o denigrado según la fuente y según el punto de mira. Hay que reconocer, sin embargo, y queda fuera de toda controversia, que fue un hombre excepcional, no importa el ángulo desde el que se enfoque y se juzguen sus ideas y sus obras, teniendo presente que en la historia, al estudiar o criticar a un personaje, hay que analizar también su época y sus circunstancias, no puede juzgarse desde el prejuicio del presente. Sea como fuere, lo cierto es que trascendió a su generación, hasta llegar a nuestros días como un referente de capacidad de lucha, de sacrificio, y renuncia al bienestar de una profesión acomodada. Rebelde contra un sistema injusto, que, desgraciadamente, hoy perdura, el Che es símbolo del coraje, de la severidad en el compromiso, y de la ternura con los compañeros a los que curaba cuando eran heridos en las emboscadas del ejército. Quizá acabó con su muerte el último romántico juvenil. Como dijo el escritor José Lezama Lima “De él se esperaban todas las saetas de la posibilidad, y ahora se esperan todos los prodigios en la ensoñación”.

El mejor biógrafo del guerrillero, Jon Lee Anderson, ha criticado a quienes tratan de denigrarlo diciendo que no era ni el buen hombre, ni el buen guerrillero, ni el revolucionario ejemplar, que nos han pintado, sino un asesino frío, como han afirmado otros, entre ellos el periodista y escritor cubano exiliado en Francia, Jacobo Machover, autor de "La cara oculta del Che".

Anderson afirma, por el contrario, que por más que hayan tratado de ensuciar su figura, “no han logrado denigrarlo, y yo puedo afirmar con mayor fundamento que la mayoría de sus detractores, que era un hombre honesto, y que murió como un héroe, peleando. Quienes hablan así, están influenciados por sus mayores enemigos, tan declarados como los agentes de la CIA para justificar su trabajo tratando de apresarlo durante varios años. Pero incluso alguno de estos mismos espías, y algunos soldados del ejército oficial boliviano, le admiraban como guerrillero y como hombre de ideales, aunque a su juicio estuviera equivocado”.

Los detractores dicen que fracasó en su revolución, incluso en Cuba, y en el Congo, y en Bolivia, su último intento de extender la revolución en Suramérica. Otros dicen que la lucha revolucionaria contra Batista en la Habana fue una bagatela, que costó vidas inocentes, y que el Che formó parte del asesinato de 39 personas colaboradores de la dictadura.

Está claro, puntualiza Jon Lee Anderson, que son personas que no entienden cómo tanta gente en todo el mundo le admira... “Y es que por más que hayan publicado y publiquen en su contra, no han logrado matarlo, ni ellos, ni la CIA, ni el soldado que le disparó en la cabaña a bocajarro... El Che vivirá para siempre”.

HÉROE DE PELICULA

El Che pasó fugazmente por España tres veces. De su estancia no queda otro rastro que una vientena de fotos que le hizo paseando por Madrid un joven fotógrafo de 18 años, casi inexperto entonces, llamado César Lucas, que luego sería famoso trabajando para el País y el semanario Interviú, con las fotos atrevidas de artistas casi desnudas (desde Marisol, el primer boom de curiosidad y de ventas, a Lola Flores), a las que trataba de poner algo de glamour... En su recorrido por algunos lugares de la capital, el Che no se preocupaba de posar, se mostraba natural, con su traje caqui, su boina y su puro (a pesar de que sufría de asma, que algún disgusto le causó en sus retiradas por la selva), mientras el fotógrafo le plasmaba visitando algunos monumentos como el arco de Triunfo de Moncloa, la Facultad de Medicina, y la Chata, la plaza de toros de Carabanchel. El régimen no permitía hablar de un revolucionario comunista que acababa de dar un golpe de estado meses antes, y ahora formaba parte del nuevo gobierno cubano. Su visita no tuvo repercusión en los medios de entonces, amordazados por la censura. Acompañaba al fotógrafo solo un periodista, además de policías de la secreta, de paisano y de incógnito, que le seguían, según me confesó el periodista que le recibió, Antonio D. Olano: “Claro que nos seguían. Tenían miedo de que se reuniera con alguna cédula clandestina del Partido Comunista, y armase aquí otra revolución”. Si Olano estaba orgulloso de algo era de dos cosas, según me comentó en el tiempo que le traté los años 74 y 75 y luego en el 92: Orgulloso de ser el único periodista español que le entrevistó en Sierra Maestra y le acompañó hasta La Habana; orgulloso de haberlo acompañado también por Madrid donde se dejó fotografiar con total campechanía, sin pose alguna, con  su uniforme de guerrillero y la típica boina, “tal cual llegó y salió de hotel. Nos fuimos al día siguiente de compras, pese a ser domingo; era un día sagrado para todo el mundo, incluidos los grandes almacenes, que cerraban, pero nos abrieron Galerías Preciados porque quería hacer unas compras... Yo podía haber hecho un gran reportaje, y haberlo publicado en Pueblo, donde trabajaba, pero en aquellos tiempos, esas cosas que olían a rojo no se podían publicar... Eso sí, luego escribí una obra de destape, con todas las garantías inmorales para que se prohibiera, y no la prohibieron; se estrenó a bombo y platillo en un teatro de Madrid, y con éxito, se titulaba “Madrid, pecado mortal”. (Quien esto escribe, fue invitado al estreno). Ya se sabe -me siguió contando-, una cosa es una cosa, política y moral... aunque todavía la moral estuviera vigilada, se consentía ese destape y atrevimiento, pero si se trataba de política sospechosa, no se podía permitir. Ni soñando. Lo mismo pasó con las fotos. No se publicaron”. Cuatro carretes en blanco y negro, para 42  fotos de las que se conservan 22, que forman parte de la historia. Y nueva contradicción, sus derechos de autor no pertenecen a quien las hizo. No cobró un duro por ellas. Así es la historia también.   

Otra de esas contradicciones fue, por un lado, este ninguneo al Che por el gobierno español, cuando era representante de un gobierno, y, por otro, la acogida al dictador Batista por otro “dictador peor que yo”, como calificó a Franco. España no dio importancia al revolucionario cuando estuvo en Madrid, y pasó desapercibido en los medios, pero siempre hay alguien que es testigo de la historia y tarde o temprano saca a relucir la verdad, como las fotos que hizo César Lucas, entre nervios, sin ser consciente de su importancia. Ahí queda el testimonio gráfico, aunque los derechos de propiedad no le pertenezcan, como suele suceder, unos listos se enriquecen con el trabajo y la creatividad de otros. Y más en este tipo de obras.

Imágenes fijas en blanco y negro, como era España, de un personaje histórico, a las que siguen otras en movimiento, que dan fe del paso por la tierra de un hombre comprometido con la libertad y la justicia. Un héroe de película que, al contrario que en el cine, no tuvo un final feliz.

La primera película, al año del asesinato, se realizó en Italia. Encarnó su figura el actor español Paco Rabal, cuya ideología iba pareja con la del Che. Era el año 1968. Seis años más tarde, Paco Rabal, con el que compartí algunas noches de juergas, cenas, y espectáculos por Madrid -mientras terminaba el montaje de su “Mujer de arena”, sobre poemas de Alberti-, me confesó que uno de los papeles, con los que se había sentido más a gusto e identificado, había sido el del Che. (Luego vendrían otras grandes interpretaciones de este gran actor y buen amigo que en aquellos tiempos se veía obligado a trabajar más fuera de España que en su propio país, hasta que murió el dictador, y su buena labor en el celuloide se puso de manifiesto en variados y difíciles papeles, cuya interpretaciones fueron premiadas, como el de Azarías en “Los Santos Inocentes”).

En 2004 otros españoles encarnaron al Che y sus correrías juveniles en moto, en otra película muy popular: “Diarios en moto”, basada en los diarios del Che joven por el cono sur y su conversión al compromiso social, al contemplar tanta miseria y tanto ser indefenso, a los que ofrecía sus conocimientos de medicina. Otra de las aficiones de este guerrillero, además de curar cuando se le necesitaba, era escribir. Esos diarios recreados en la película y otros escritos han quedado como testimonios de sus ideales y sus acciones, y echando mano de ellos, a la libre interpretación, a veces cicatera, se han despachado quienes sobre él han querido escribir, tanto a favor como en contra.

Y para terminar citaré otra película, de las últimas, en las que Benicio del Toro, su protagonista, parece un Che revivo, su vivo retrato. Dividida en dos partes, la primera se centra en sus primeros años, y la revolución cubana: “Che, el Argentino”, y la segunda, “Guerrilla”, de mayor acción pero menos profunda, en su periplo por Bolivia. Ambas merece la pena verlas por su ambientación, historicidad y puesta en escena, donde resalta, como he apuntado, el gran parecido del actor con Che Guevara. 

Para terminar: Cabría preguntarse si por esa foto ¿el Che traspasó las fronteras de Cuba, erigiéndose en mito e icono de la rebeldía, o lo era antes de la famosa foto? ¿Hubiera llegado a donde ha llegado, a estar presente en ideologías y paredes, si su rostro, entre guerrillero y romántico, no hubiera sido inmortalizado por Korda? Sin lugar a dudas, esa foto pone bien patente  y real el dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”. Y añado más: una imagen puede resumir una historia cuyo momento cumbre cubre la instantánea. Que se lo digan a Robert Capa y su miliciano abatido por una bala... nuestra guerra civil.  

No sólo permanece su figura y su legado en el papel y en el celuloide, también sobre él se han escrito canciones, algunas de notable éxito, que se pueden escuchar en las voces y composiciones de Víctor Jara, Quilapayún, Caetano Veloso, Carlos Puebla, Joan Báez, Silvio Rodríguez, Daniel Viglietti, Violeta Parra, Judith Reyes, Ana Belén, Mercedes Sosa, etc., junto a las intervenciones que quedan en video, y otros documentales con extractos de sus discursos, donde su voz clama en el desierto contra el poder establecido y la injusticia rampante. Su imagen permanece viva porque vivos siguen sus ideales. La utopía. El sueño de un mundo más justo, más humano. Su antorcha la recogerán otros, y aunque el fuego se extinga, siempre habrá alguien que lo encienda. Como el Che.

¡Hasta siempre, comandante!

El Che: imágenes de un mito