viernes. 29.03.2024
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@Montagut5 | En este mes de febrero se cumplen 155 años del final de la servidumbre en Rusia, hecho capital por dos motivos. En primer lugar, se trata de un momento clave en la Historia de la condición humana, casi contemporáneo al de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Pero, además, es un hecho que marca la Historia de Rusia, ya que afectó a la mayoría de su población.

La condición de los campesinos rusos y de gran parte de Europa oriental experimentó a partir de finales del siglo XVI un empeoramiento evidente. Mientras en Occidente la servidumbre fue decayendo con la llegada de la Edad Moderna, en la otra parte del continente los campesinos cayeron en la dependencia, como un medio para fijar a la población a la tierra. Boris Godunov necesitaba el apoyo de la nobleza por lo que aprobó un decreto a comienzos de la última década del siglo que prohibía el movimiento de los campesinos. A partir de entonces se sucedieron distintas disposiciones que fueron aumentando las prestaciones de trabajo. El Código Legal de 1649 institucionalizó la servidumbre, suprimiendo toda prescripción en relación al derecho de búsqueda de los campesinos fugitivos. El campesino ruso pasó a estar vinculado a la tierra y privado de casi todos los derechos, aunque todavía no podía ser comprado ni vendido. Los campesinos podían pertenecer a la Corona, a la Iglesia o a la nobleza. Estaban obligados a pagar una parte de su cosecha a sus señores y realizar prestaciones personales sin más restricciones que las que imponían dichos señores.

Bien es cierto que el establecimiento de la servidumbre generó resistencias. Por un lado, hubo numerosas huidas de campesinos hacia Siberia y Ucrania. Pero, además, se dieron revueltas y levantamientos.

La situación de los campesinos empeoró en el siglo XVIII. En tiempos de Catalina II se distribuyó a miles de siervos del Estado entre los favoritos de la zarina, y se extendió la condición servil a los campesinos de algunas regiones y áreas que hasta el momento se habían visto libres, como es el caso de Ucrania. Pero, además, los siervos perdieron los pocos derechos que tenían, como el de quejarse directamente al zar de los abusos y excesos de sus señores. Y, sobre todo, los siervos podían ser vendidos como si fueran reses de ganado.

A principios del siglo XIX el panorama social de Rusia se definía por una clara polaridad: una minoría nobiliaria frente a una gran masa campesina, y la mayoría de la misma era de condición servil. Existían diversos tipos de servidumbre: siervos domésticos, siervos sometidos a la corvea o trabajo no remunerado, siervos sometidos al pago de una renta, etc.. Pero, además de su mala situación económica, los siervos no sabían leer ni escribir y vivían en una posición de indignidad. Podían recibir castigos corporales y si eran llamados al servicio militar tenían que servir media vida. Si el poder de la nobleza en Occidente se había basado, sobre todo, en la posesión de la tierra y en una larga serie de privilegios, el de la rusa se medía en las “almas”, es decir, en los siervos que poseían, casi más que en la cantidad de tierra.

Pero a mediados del siglo se produjo un hecho que sacudió a Rusia. Se trató de un conflicto bélico que puso al descubierto las anquilosadas estructuras de un Imperio inmenso, pero con grietas evidentes. La derrota en la guerra de Crimea (1853-1856) puso de manifiesto que el gigante ruso no se sustentaba en sólidos cimientos. Su inferioridad militar estaba provocada por una nula industrialización, sin ferrocarriles y con muchos siervos que se negaron a combatir como soldados. En Rusia se comenzó a cuestionar este modelo social desde varios frentes, siendo el literario uno de los más activos. En este sentido, ya un decenio antes Gógol había publicado la que es una de las cumbres de la fascinante literatura rusa, Almas Muertas (1842), donde hacía una crítica intensa a la institución de la servidumbre.

Alejandro II fue consciente que tenía que impulsar la industrialización y, previamente, la emancipación de los siervos. Ese fue el momento en el que al zar y gran parte de la nobleza pensaron que era conveniente emancipar a los siervos, habida cuenta de los motines que se habían producido en plena guerra. Se temía una explosión social de dimensiones colosales.

El 19 de febrero de 1861 se dio un ukase o decreto que abolía la servidumbre y emancipaba a los siervos. Podrían moverse libremente, disfrutar de su casa y de un lote de tierra equivalente al que tradicionalmente trabajaban. Pero durante dos años debían pagar corveas y censos, además de compensar al dueño de la tierra. Para ello, el gobierno otorgaría préstamos. En realidad, la tierra pasaba a ser propiedad de la comunidad campesina o mir, que se convirtió en la responsable legal de que los campesinos pagasen a los antiguos amos el importe de su redención.

La emancipación no solucionó los problemas de los campesinos por el alto precio que tuvieron que pagar como indemnización. En muchas comunidades de campesinos reinaba un claro descontento hacia el zar y la nobleza, y fue el caldo de cultivo para que los narodniks o populistas defendieran que los campesinos debían ser los protagonistas de la revolución que terminara con el zarismo e impusiera un sistema donde la propiedad de la tierra fuera colectiva.

Desde el punto de vista económico, la liberación de los siervos no trajo consigo una modernización del campo, ya que no se introdujo la mecanización, necesaria para dar el salto de una revolución agrícola. La productividad del campo ruso siguió siendo bajísima.

La abolición de la servidumbre en Rusia