jueves. 28.03.2024
castillo

Durante los siglos finales de la Edad Media, los seres humanos que poblaban las tierras dominadas por los cristianos en lo que serás España no vivieron, evidentemente, sólo bajo el foco de la Reconquista, ni mucho menos, sino que tuvieron su propio recorrido vital del que ahora podemos decir sus principales características. Decir que el mundo rural y agropecuario era lo predominante en aquellas centurias medievales es un perogrullada que no podemos evitar emitir para centrar el asunto de la economía de aquellos reinos cristianos peninsulares en los que la ganadería lanar trashumante destacaba sobremanera hasta contar desde el siglo XIII en la Corona de Castilla con una poderosa institución de larga vida, el Honrado Concejo de la Mesta, más conocido por la Mesta, a secas; si bien, aquel predominio del sector primario no empecía el comienzo del desarrollo agudo del comercio y del mundo urbano. En los siglos XII y XIII, el surgimiento de las Cortes (estamentales, en las que participaban la nobleza y el clero, pero también los representantes de los municipios, de las ciudades) en cada una de las principales subdivisiones de las dos principales coronas y en Navarra es lo más novedoso de la política en tierras cristianas, y fue algo que paradójicamente contradecía de alguna manera lo más significativo que se producía por aquel entonces, que era el reforzamiento del poder monárquico paralelo al nacimiento de las estructuras que habrían de dar en la conformación de un Estado, reforzadas por la difusión en el siglo XIII del Derecho romano, para explicar lo cual es útil decir unas palabras sobre el Código de las Siete Partidas (cuyo nombre cierto es Libro del Fuero de las Leyes), que, atribuido al rey castellano Alfonso X el Sabio, es la compilación de legislación bajomedieval más importante conocida.

Para finalizar este breve recorrido por los siglos XI a XIII −aquellos en los que, por cierto, se estaban consolidando las lenguas romances, el castellano, el catalán o el gallego, principalmente, herederos todos del latín legado por los romanos−, en las tierras no dominadas por los musulmanes en lo que ibas a ser o estabas ya siendo, España, topemos con la Iglesia, la católica por supuesto (apostólica y romana), tan dominadora de lo religioso, y aun de lo social, y fundamentadora de lo político durante tantos siglos, una Iglesia católica española vinculada ya de forma absoluta con la cristiandad occidental, como indica que, en los estertores del siglo XI, cuando se estaba de hecho produciendo bajo el papado de Gregorio VII, llegara a los reinos cristianos peninsulares la reforma gregoriana, esto es el reforzamiento de las prerrogativas centralizadas y burocráticas del sumo pontífice en el nuevo Derecho canónico que supondría el nacimiento del papado moderno. De hecho, los monjes cluniacenses, miembros de la orden monacal francesa de Cluny nacida en el siglo X, serían los artífices de la divulgación de la reforma gregoriana entre las gentes de la Península, para lo cual utilizaron un antiguo conocido, el Camino de Santiago. Sí, coincidiendo con la expansión económica europea, es en la centuria XI cuando tiene lugar la consolidación de la ruta de peregrinación compostelana, cuyo desarrollo fue alentado por los monarcas de los territorios por donde pasaba la misma, beneficiados enormemente de las posibilidades económicas que su uso proporcionaba a las arcas regias: uno de los reyes navarros (de Pamplona todavía por aquel entonces que eran los primerísimos años del siglo onceno), Sancho III el Mayor, y uno de los castellano-leoneses, el tan traído y llevado ya Alfonso VI (éste a finales de aquella centuria), fueron sus grandes adalides y buenos cuidadores de la hospitalidad y seguridad de su trasiego. Si bien en los postrimeros siglos medievales el Camino sufrió una merma en su popularidad europea, esta brillante etapa suya transcurrió hasta el siglo XIII, moviendo de un lado a otro religión y economía, siglo éste en el que se consagró la catedral de Santiago de Compostela. Y para finalizar este breve recorrido por lo eclesial, lo religioso, en el siglo XII, te diré que en el contexto reconquistador, nacían en Castilla las órdenes militares hispánicas, la de Alcántara, la de Calatrava y la de Santiago, en tanto que la de Montesa haría lo propio en el XIV, en la Corona de Aragón.

Y para completar la Edad Media… la Baja Edad Media. Ya estamos aquí. No es que las tensiones sociales sean algo anómalo en tu historia, pero en estas centurias están a la orden del día y son la consecuencia de la crisis de las economías europeas y de algo que iba aparejado a ello, la expansión del régimen señorial, aquel que se había instalado ya en siglos anteriores tras el corto período del feudalismo peninsular, el régimen que sirvió en todo Occidente como principal eje de la sociedad estamental en aquel larguísimo período que habrá de ser llamado Antiguo Régimen, un régimen, el señorial, en el que quienes estaban al mando eran, claro, los señores, siempre nobles o eclesiásticos, quienes ejercían una supremacía y una dependencia personal sobre los campesinos derivada de sus derechos de propiedad, generalmente inventados, e incluso una autoridad jurisdiccional.

Comencemos por el siglo XIV, una época en la que por cierto ya no es tan raro que se hable de España para referirse al conjunto de los reinos peninsulares y de españoles para referirse a los habitantes de lo que hoy eres, España. Mal siglo el XIV, que si pestes, no sólo la afamada Negra de mediados, que si malos tiempos para algunos cultivos, que si guerras civiles en los reinos… Guerras como la que en la Corona de Castilla acabaría por llevar al trono a una nueva dinastía, la Trastámara, en 1369. La otra Corona, la de Aragón, que añadiría a sus territorios los del reino de Mallorca en esta centuria, miró decididamente hacia el Mediterráneo y en él se adentró, dominando Sicilia e incorporando otra isla, la de Cerdeña: eran los tiempos, el siglo, de los más famosos soldados de fortuna del medievo peninsular, los almogávares, símbolos imperecederos de la catalanidad remota.

Ya estamos en el siglo XV, el último que los historiadores le concedemos a la Edad Media. Bilbao, Santander, Medina del Campo y Sevilla. La Corona de Castilla, donde la monarquía ve cómo se fortalece su poder, descuella en el sur de Europa tras décadas de crisis económica y esas ciudades escenifican ese despegue precapitalista: las del norte por ser sede de un comercio de exportación sobre todo de las lanas producidas en el interior peninsular para venderlas en la región flamenca, al norte del reino de Francia; la localidad vallisoletana por su feria de alcance internacional, un privilegiado centro de contratación lanera −las lanas, siempre las lanas de la Castilla medieval− y un importante mercado de capitales que se beneficiaba de su extraordinaria localización pues comunicaba fácilmente Toledo, Portugal y Burgos; y la ciudad andaluza y su entorno deslumbrando al emporio de los negociantes genoveses que en ella laboran de lo lindo. Peor suerte corrió la Corona de Aragón −donde en el año 1412 comenzará también a reinar la misma dinastía que en Castilla, la Trastámara−, pues el comercio mediterráneo del que principalmente se surtía entró en una profunda crisis, y eso que los monarcas aragoneses habían estado a punto de incorporar Nápoles a sus tierras, agravada por la propia situación socio-política de Cataluña.

Los más graves conflictos sociales, derivados de aquellas tensiones de que hablamos hace un momento, ambos violentos movimientos antiseñoriales, vencidos y reprimidos tras la intervención regia en el primer caso, tuvieron lugar, ambos en este siglo XV, uno en la corona castellana y otro en la aragonesa: las Guerras Irmandiñas, que se produjeron en la castellana Galicia, y la Guerra de los Remensas en Cataluña.

De dos de aquellos reinos tuyos aún no he dicho nada. Navarra y Granada, cristiano el uno, musulmán, un reducto, el otro. Si el reino de Navarra ponía fin, o eso parecía, en el siglo XIV, a la dependencia que mantenía respecto de Francia al llegar al trono la Casa de Évreux, en el reino Nazarí de Granada las intrigas palaciegas soportaban a duras penas la todavía no decidida presión castellana sobre sus tierras.

Próxima entrega: primera parte de 5.4  Tu Edad Moderna

5.3 Tu Edad Media (tercera parte)