viernes. 29.03.2024
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Manifestación en la Plaza de Colón de Madrid. 10.02.2020 (Imagen de archivo)

Hubo un tiempo en que este país vivía todas las semanas “el partido de fútbol del siglo”. Ahora vivimos hechos históricos cada dos o tres días. En medio de la pandemia de coronavirus, el Reino Unido sale finalmente de Europa, mientras Escocia ya apunta su independencia proeuropeista y lo de Gibraltar es un lío; Donald Trump alienta un autogolpe de Estado y vivimos en directo el asalto de sus seguidores al Capitolio en el momento en que el Congreso estadounidense iba a confirmar a Biden como el próximo presidente de los Estados Unidos. Por estos lares, a España, fundamentalmente a Madrid, que no son la misma cosa, se le mete hasta la Puerta del Sol la borrasca Filomena (borrasca, no tsunami, por favor). Y cerramos el círculo con la presidenta regional -Isabel Díaz Ayuso- pidiendo a sus vecinos y a sus vilipendiadas asociaciones vecinales que nos quitemos la nieve nosotros mismos.

No es este último un asunto baladí. El PP se presenta como el partido anti impuestos, pero a la hora de la verdad…, pide voluntariado e individualismo para todo. El paradigma es Ayuso: voluntarios para hacer las PCR, voluntarios para ir al hospital trampantojo Isabel Zendal o ahora que nos quitemos la nieve nosotros mismos, mientras nos dice el alcalde Almeida, también del PP, que no salgamos a la calle. Los países nórdicos son los que más impuestos pagan y también tienen trabajadores hasta para retirar la nieve de los tejados, que el asunto entraña riesgos.

La pelea contra los impuestos tomó relevancia en EEUU gracias al “tea party” de los tiempos Ronald Reagan, que fueron derivando en Bush padre e hijo. Este último, una marioneta de su vicepresidente, Dick Chaney, y socio de José María Aznar en sus aventuras bélicas. Paralelamente, ese neoliberalismo lo movía en el Reino Unido Margaret Tatcher, “la dama de hierro”. En Europa no cuajaba y en España se le dio un parón gracias a la huelga del 14-D de 1988. Esa fiscalidad insolidaria era la médula espinal del ultraliberalismo que se puso en práctica en la Chile del dictador Augusto Pinochet, en los tiempos en los que Estados Unidos materializaban golpes de Estado fuera de sus fronteras. El asunto ha degenerado de tal forma que los golpes de Estado se intentan llevar a cabo dentro del propio país, tal como hemos visto recientemente.

El segundo arreón neoliberal mundial vino con la crisis del 2007, hija de los grandes pelotazos bursátiles y burbujas inmobiliarias, con los recortes en servicios públicos y privatizaciones. Hoy nadie cree que ante las dificultades la solución sea menos Estado, ni Ángela Merkel, otrora abanderada del “austericidio” lo piensa. Los últimos rescoldos son Donald Trump, los neofascismos de Bolsonaro en Brasil, de Hungría o Polonia o Vox en España. Un partido claramente fascista y trumpista que marca la agenda del PP de Pablo Casado y Díaz Ayuso. También en lugares clave como Madrid, Ciudadanos, que vino a ser de centro, anda a rebufo de Vox en Comunidad y capital.

Así las cosas, Donald Trump, referente de Abascal, jefe de Vox, de Pablo Casado y su competidora castiza, Díaz Ayuso y del dimitido Albert Rivera, de Ciudadanos, se ha superado a sí mismo y parece que sorprendía al mundo instigando una especie de autogolpe de Estado, animando a sus seguidores a tomar el Capitolio. Esto, animar contra un resultado electoral, ya lo materializó en su día Abascal cuando a través de twitter hizo un llamamiento “ante el repugnante fraude electoral de Sánchez”. Desde entonces, la derecha y la ultraderecha española lanzan su mantra de “gobierno ilegitimo”, como el trumpismo viene haciendo desde antes de que Biden y los demócratas ganaran las elecciones.

No hace falta una tesis doctoral para demostrar que, en España, Donald Trump es Santiago Abascal y que el PP y Ciudadanos han caído en sus redes por no tener más estrategia que el cortoplacismo. En Madrid, de hecho, el trumpismo gobierna directamente la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital.

La cuestión es si la debacle de Trump, que con el autogolpe de Estado ha acelerado su aislamiento, logrará que la derecha del PP y Ciudadanos abandonen a su referente o sigan en la misma línea. No podemos perder de vista que según un sondeo el 45 por ciento de los votantes de Trump (unos 30 millones de electores) consideran aceptable el asalto al Capitolio. Es decir, la base sigue ahí, aunque la mayoría del Partido Republicano parece que se ha desmarcado del loco.

Desgobernar desde las redes sociales

El abandono viene incluso de sus mayores aliados: Twitter, fundamentalmente, y Facebook. Aunque parezca mentira estas redes tienen más poder que el presidente de los EEUU y que cualquier organismo y le han cerrado indefinidamente sus cuentas en las redes sociales. ¡A buenas horas! Alguien tiene que repensar el funcionamiento y existencia de estas redes que son las creadoras de los monstruos. Según The New York Times, de los 11.000 primeros tuits lanzados por Trump, 1.700 versaron sobre teorías de la conspiración e información falsa. Nadie hizo nada. El número de seguidores de Trump alcanzó los 88 millones.

En Facebook, por su parte, en poco tiempo se ha logrado crear un grupo de 320.000 seguidores conformado por amigos del “tea party,” forofos de Trump y miembros de organizaciones neofascistas como QAnon. El nombre del grupo: “detengamos el robo” con consignas como: “la revolución llegará a Washington” o “el 6 de enero llevaremos la luz a Washington”.

Mientras crecía el poder de estas redes sociales, los medios de comunicación serios eran vilipendiados. La magnífica película “Vice”, sobre el vicepresidente Dick Cheney evidencia los antecedentes de tanto desmán. Entre ellos, recuerda como en 1987, el presidente Ronald Reagan derogó el “principio de imparcialidad”, que exigía a los medios que presentaran distintos puntos de vista y se atuvieran a unos criterios de responsabilidad periodística. Algo que, en aquel tiempo, soy testigo, se enseñaba en la Facultad de Periodismo de la UCM de Madrid. Pocos años después empezó a emitir la cadena Fox News, ya sin criterios. Se empezó a poder decir lo que fuera sin argumentar, sin demostrar nada. Y las redes sociales agrandaron este efecto de “noticias falsas”. La mentira tomaba el poder o, como sin pudor calificaba la portavoz de Trump, “las verdades alternativas”.

Es cierto que la ultraderecha norteamericana tiene orígenes diferentes a la española, pero evidentemente han convergido en la estrategia para alcanzar sus espurios objetivos.

En EEUU, la ultraderecha lleva en su ADN el racismo, que pervive desde su guerra civil. La historia ha demostrado que la victoria del Norte fue, en cierta forma, una victoria pírrica. En España, más allá del caciquismo y el poder de la Iglesia, la derecha lleva en su ADN el franquismo. A día de hoy, por ejemplo, en el PP son incapaces de denunciar claramente el régimen del dictador.

Tanto en EEUU como en España, la última crisis económica ha hecho que haya una masa humana empobrecida y descontenta con el sistema liberal. La ausencia de una educación de calidad, basada en la conciencia crítica; la desaparición del periodismo de calidad, basado en la veracidad; la presencia de las redes sociales desbordando odio, ira, conspiraciones y bulos han hecho el resto.

Madrid cría cuervos

En un artículo que escribí hace varias semanas en “Infolibre”, junto a Manuel de la Rocha, histórico líder socialista y José Quintana, exalcalde de Fuenlabrada, desgranábamos que Díaz Ayuso es el trasunto madrileño de Donald Trump. Y es que la Comunidad de Madrid tiene larga experiencia como laboratorio ultra y neoliberal. Esperanza Aguirre, que llegó al poder gracias al “tamayazo", impidió un gobierno de izquierdas que proponía un programa eminentemente social y se convirtió en alumna aventajada de aquella derecha dura norteamericana de Ronald Reagan y británica de Margaret Tatcher. Aquella derecha que resurgió con el “tea Party” y tenía al economista Milton Friedman como guía económico, tal como hizo el Chile de Pinochet.

Los neoliberales hispanos comenzaron una lenta pero permanente etapa de privatizaciones de servicios públicos. Al tiempo, las corruptelas se convertían en una auténtica organización criminal de corrupción; se intentaba liquidar el movimiento sindical y clausuraba cualquier atisbo de institución colaborativa, desde el Consejo Económico y Social, al Consejo de la Juventud, pasando por el hoy añorado Instituto de Salud.

Como Trump, Ayuso inflama los ánimos de las clases más desfavorecidas mientras alardea de esos chicarrones blancos, patriotas y envueltos en banderas. Algo que también estamos viendo en Madrid con esas chuscas declaraciones de Ayuso a modo de disco rayado: “Madrid está dentro de España, Madrid es España dentro de España, Madrid está dentro de España…”

Son muchos los ejemplos del trumpismo de Ayuso, de la derecha española que está en manos de Abascal. No olvidemos la moción de censura de Vox, que parecía un discurso del todavía presidente norteamericano en el que hablaba incluso del “virus chino”.

En ese paralelismo, España también padece el odio, la ira y las mentiras de las redes sociales, después de la desaparición de la prensa de calidad. Este declive comenzó con el denominado “sindicato del crimen” en tiempos de acabar con Felipe González y ya no puede ir más allá cuando leemos determinadas crónicas o escuchamos determinadas emisoras. Hasta Juan José Millás se inventa argumentos sin pudor en la Cadena Ser y en “El País” que nadie rebate. Pero el verdadero motor se encuentra en esos provocadores profesionales, carnaza de twitter que tan bien se han aprendido las lecciones ultras de EEUU.

En España, Pablo Casado, el PP, ante su ruina electoral busca masa votante y como los republicanos de EEUU están criando un cuervo…, que les sacará los ojos.

Cría Trumps y te sacarán los ojos