sábado. 20.04.2024
mateo
Salvini y Conte.

Italia nunca deja indiferente a nadie, y menos en verano. Capaz de ofrecer una historia de amor en la campiña como en Call me by your name o un divorcio a la italiana en el Senado como el de Salvini, Di Maio y Conte. Sin embargo, este divorcio a tres, ha tenido un giro de guión que Matteo Salvini no ha sido capaz de prever. Vuelve la política italiana en su máximo esplendor, la de los pentapartitos, los pactos rocambolescos y los dos, tres, y hasta seis ejecutivos en una misma legislatura. El nuevo pacto entre el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y el Partido Democrático (PD), parecía imposible hace tan solo unas semanas teniendo en cuenta el nivel de beligerancia y de violencia verbal que había predominado entre ambas formaciones; pero la política italiana es así, y el M5S ha aprendido rápido la lección. El poder es el poder, y a veces para mantenerse en él hace falta meterse en la cama con el que hace dos días era tu enemigo acérrimo.

En estas semanas frenéticas han emergido dos figuras políticas con las que casi nadie contaba. En primer lugar, el premier Conte, ese perfecto desconocido, al que parecía que le habían endiñado un marrón al colocarlo a lidiar entre dos gallos, ha resultado ser mucho más que una mera marioneta de sus dos vicepresidentes. Y ha resultado que le gusta jugar a la política más de lo que muchos pensaban (y no se le da nada mal). La otra figura es Luigi Di Maio. El que pareciera un líder insípido y a merced de los designios de Salvini ha sabido salvar el pellejo evitando unas elecciones que probablemente le hubieran quitado la mitad de los escaños que consiguió en 2018, y además, se ha permitido el lujo de darle una buena estocada al líder lombardo, filtrando una oferta in extremis de la Lega (que esta niega rotundamente) que le colocaba como primer ministro a cambio de mantener el gobierno que ellos mismos habían querido dilapidar. 

Salvini se ha hecho fuerte durante este escaso año y medio desde su labor de ministro de Interior, un escaparate perfecto para seguir alimentando el mito de la invasión y de los inmigrantes y las ONGS que los rescatan como los culpables de todos los males del país

Año y medio ha durado el romance primaveral entre Di Maio y Salvini, que contra todo pronóstico se ha saldado con este último como gran perdedor. Todo parecía sonreírle al líder de la Lega, con una presencia mediática constante y una acción de gobierno que le proyectaba a nivel internacional, y le reforzaba a nivel interno socavando a su socio de gobierno. Con un 34,3% de apoyo en las elecciones europeas, todo salía según lo previsto, y a Salvini solo le faltaba dar el paso final: encontrar el momento preciso para forzar unas nuevas elecciones que le catapultaran hasta el Palazzo Chigi.

Sin embargo, en política hay veces que los planes se tuercen, los cálculos fallan, y estar en el momento adecuado en el lugar adecuado, aunque suene poco científico adquiere una relevancia fundamental. Salvini, que había hecho gala de un manejo de tiempos impecable se precipitó, y eligió el momento equivocado en el que intentar tumbar el gobierno del que él mismo formaba parte. El que quiso presentarse como Cesar ha terminado a ojos de gran parte de la ciudadanía como Nerón, un megalómano capaz de hacer arder todo con tal de imponer sus propósitos. 

Pero no nos precipitemos, pues aún no debemos dar por muerto a Matteo Salvini. Es cierto que el lombardo ha jugado mal sus cartas y ha perdido una batalla importante, pero queda mucha guerra por delante. Salvini se ha hecho fuerte durante este escaso año y medio desde su labor de ministro de Interior, un escaparate perfecto para seguir alimentando el mito de la invasión y de los inmigrantes y las ONGS que los rescatan como los culpables de todos los males del país. Un chivo expiatorio, los inmigrantes, muy rentable electoralmente, si tenemos en cuenta que el pasado 26 de mayo la Lega fue primera fuerza política en las elecciones europeas con más de un 30% de votos.  

No hay que olvidar, a pesar de que estos días se hable de derrota histórica, que el precedente electoral más inmediato que tenemos es el de un país entregado a los brazos de la Lega de Matteo Salvini, a la cual incluso le podrían llegar los números para gobernar con Berlusconi y los que están aún más a su derecha, en el caso de unas hipotéticas elecciones. En los últimos años, el aumento del apoyo social a la ultraderecha en Italia ha sido exponencial. Una ultraderecha que ha dominado la agenda política a su antojo y que ha centrado el debate público en torno a la cuestión migratoria mientras aprobaba bajadas de impuestos para los más ricos, decretos de “seguridad” que pisoteaban derechos fundamentales y daba bandazos geopolíticos sin precedentes en las últimas décadas. 

Este es un punto que debemos tener muy en cuenta, pues va a ser uno de los campos de batalla durante los próximos meses; ¿quién consigue marcar el ritmo y dominar la escena pública? En el último año y medio, la figura de Salvini ha sido omnipresente. El líder de la Lega, siempre se ha movido en las redes sociales como pez en el agua, pero ahora ha perdido la plataforma que le permitía saltar de plató en plató y copar el debate público: el Ministerio del Interior. Este es un punto que el nuevo ejecutivo no debe desdeñar si no quiere que la derrota de Salvini este final de agosto sea un espejismo. Si Conte, 5S y PD no consiguen neutralizar mediáticamente a Salvini, el futuro electoral de ambas formaciones pinta muy negro, pues en pocas semanas, su derrota, el Russiagate y su intento a la desesperada de hacer “política de poltronas” ofreciendo a Di Maio investirle como primer ministro, habrán caído en el olvido, y volveremos a hablar del Open Arms, del cierre de puertos, y de la invasión migratoria. 

No todo está perdido para Salvini, ni todo está hecho para el PD y el M5S -que no dejan de ser dos fuerzas políticas en declive-, ni mucho menos para el pueblo italiano. Italia tiene pendiente enormes desafíos por delante, en primer lugar, la aprobación de los presupuestos este otoño, presupuestos que deberán surgir del acuerdo entre dos formaciones antagónicas hasta antes de ayer. Además, Italia, se juega quien quiere ser en el tablero internacional, y no me refiero solo a dentro de la Unión Europea. No han sido pocos los analistas que han señalado que el desenlace de la crisis de gobierno tiene una dimensión geopolítica, que trasciende el mero juego de sillas interno. El tweet de Donald Trump, elogiando a “GuiseppiConte, tras la cumbre de Biarritz, ha sido la escenificación del cambio de las preferencias del presidente americano, las cuales ya se rumoreaban, pero que hasta la fecha no habían sido expresadas de manera tan explícita. El aventurerismo internacional y la altisonancia mediática de Salvini, le han servido para estrechar lazos con el gurú Steve Bannon, pero no con el presidente Trump, que a la hora de la verdad ha preferido la sobriedad de su amigo “Guiseppi” que la excentricidad de su admirador Salvini, que a pesar de sus afinidades ideológicas no deja de ser una bomba de relojería, envuelto en escándalos de financiación rusa*. 

De primer país del G7 en integrar la nueva Ruta de la Seda impulsada por China, a recibir guiños de Trump, la nueva Italia de Conte, además de gobernar un país que camina inexorablemente hacia la recesión, deberá decidir si se integra en el nuevo eje eurasiático o si consolida su posición en el atlántico. No es cosa menor lo que le viene por delante a “Guiseppi” y compañía, que deberán sumar fuerzas y evitar ponerse la zancadilla si no quieren que el lobo Salvini vuelva con más fuerza que antes. 


*Para más sobre el RussiaGate léase: Forti, S. (17 de julio de 2019). 'La trama rusa (y neonazi) de Salvini'. Contexto (CTXT).

Tocado, pero no hundido