martes. 16.04.2024
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Foto: Presidencia Italia

Por Conchi González | Italia estrena nuevo Gobierno, el tercero en menos de tres años desde las elecciones generales italianas de marzo de 2018. Y es que, en estos últimos años, hablar de política italiana es como abrir una botella de su vino lambrusco: explosiva cuando la descorchas, efervescente en cuanto está abierta.

La primera botella de ese efervescente lambrusco la abrieron en mayo de 2018 cuando, sin nadie que ganara por mayoría absoluta, acabaron formando al primer gobierno Conte, de coalición entre el populista Movimiento 5 Stelle de Luigi di Maio (fue el más votado, con el 32,68% de los votos) y la ultraderechista Lega de Matteo Salvini (tercero más votado, con el 17,35%, pero con más diputados que el segundo más votado que fue el Partido Democrático -PD- de Matteo Renzi, de centro-izquierda, con un 18,76%).

Así que los de Salvini estaban pletóricos al haber arrebatado el trono de la derecha italiana a la Forza Italia de Berlusconi, que sólo obtuvo un 14% de los votos. La Lega subía como la espuma del lambrusco y Salvini olvidó rápido su promesa electoral de no pactar con los grillini (como llaman a los seguidores de 5 Stelle, por el apellido de su cofundador Beppe Grillo). Pero como los egos de Di Maio y Salvini no cabían en una misma habitación, tuvieron que llamar para presidir esa coalición a un independiente, un desconocido profesor de Derecho llamado Giuseppe Conte. Entonces nadie daba ni una lira por él, pero dos años después le recordaremos en Bruselas, plantándose frente a los tacañones Estados del Norte en plena crisis sanitaria, liderando con España y Portugal una nueva forma de entender la construcción europea desde el Sur.


Italia: el turno tecnócrata, otra vez


La segunda botella de lambrusco la abrió Salvini en agosto de 2019, el día que se vino arriba al verse liderando las encuestas de intención de voto con un 34% - 37%, según las fuentes. Salvini había sabido amortizar su cargo de Ministro del Interior con sus populistas cierres de puertos italianos a los barcos de refugiados y convirtiendo a Europa en el eterno culpable de los males del país. Y, con la excusa de que su socio 5 Stelle le estaba bloqueando votaciones en el Parlamento, Salvini vio su momento y pidió que le dieran “plenos poderes” para desbloquear la situación. El fantasma de Mussolini voló de nuevo sobre Roma con aquellas palabras y propició que enemigos naturales como 5 Stelle y el PD de Renzi se unieran contra Salvini. A éste el tiro le salió por la culata, ya que Conte se le adelantó y presentó su dimisión, forzando así a formar un nuevo gobierno en vez de la moción de censura con adelanto electoral que buscaba Salvini. Se creó así el segundo gobierno, llamado Conte II, formado por 5 Stelle, el PD de Renzi y una coalición de izquierda llamada Libres e Iguales.  A ellos se les unió días después un pequeño partido llamado Italia Viva, que Renzi había creado a su medida, cuando su ego dio portazo a su entonces partido PD, al que arrebató dos de sus nueve Ministerios en el nuevo gobierno. El mismo Renzi que siendo Primer Ministro, al convocar un referéndum para reformar la Constitución en 2016, prometió que dejaría la política si perdía el referéndum, y lo perdió.

Esa misma efervescencia del lambrusco volvió en este año, cuando Renzi abrió la tercera botella, dando lugar a la creación del tercer gobierno, dirigido esta vez por un independiente llamado Mario Draghi, ex directivo de tantas instituciones (Banco Central Europeo, Banco Mundial, Banco de Italia, Tesoro italiano…) que dificulta resumir un currículo en el que todos confían y al que esperan como un Mesías en plena crisis sanitaria y económica del Covid. Resulta que a finales de enero de este año, Renzi se sentía con poco protagonismo dentro del gobierno, a pesar de que su partido Italia Viva no llegaba al 3% en intención de voto en las encuestas. Pero como el ego extiende cheques que nuestro bolsillo no puede pagar, Renzi retiró su apoyo a Conte y salió del gobierno, en plena pandemia, con la excusa de no estar de acuerdo en la gestión del Fondo de Recuperación Europeo para Italia. Entonces Conte presentó su dimisión y se encomendó a Mario Draghi formar nuevo gobierno, evitando nuevas elecciones en plena crisis Covid. Y, en pocos días, Draghi cumplió su misión, por algo le llaman “super Mario”, como el héroe del videojuego.

Con las elecciones generales italianas de 2022 en el horizonte, sólo el tiempo nos dirá si este “super Mario” finaliza su partida sin un game over

En tiempo record, super Mario logra juntar a los antiguos socios de Conte (los anti-euro de 5 Stelle, el  centro-izquierda de PD, Italia Viva de Renzi y Libres e Iguales) con la derecha de Berlusconi y la extrema derecha euroescéptica de Salvini, en un gobierno de unidad nacional europeísta, ecologista y defensor de la paridad de géneros. Esto es, la cuadratura del círculo. Pero, la situación sin precedentes que atraviesa Italia lo requiere. O, quizás, también lo requiera el jugoso Fondo de 209.000 millones de euros (sobre un fondo total de 750.000 millones) que la Unión Europea ha aprobado para Italia. Nadie quiere quedar fuera de la foto de la recuperación económica del país, ni siquiera Salvini, que ha pasado de su mantra “Bruselas nos roba” a decir un “prefiero estar en la misma habitación en la que se reparte el dinero europeo para nuestros hijos que quedarme fuera”, omitiendo que su grupo en el Parlamento europeo puso la zancadilla a la aprobación de ese dinero. Todos quieren salir en la foto, menos la señora Meloni del partido de extremísima derecha Fratelli d’Italia, al cual ha visto subir como el lambrusco en las encuestas hasta el 16,5%, desde aquel 4,35% de 2018. A la Meloni le interesa no entrar en la coalición y seguir arañando votos por la derecha a Salvini y Berlusconi.


Italia: una muestra más del laboratorio político


Por su parte, los 5 Stelle también han maquillado su antiguo deseo de salir del euro pues saben que necesitan esos fondos europeos para financiar proyectos de desarrollo en el Sur de Italia, su feudo electoral. Y es que, en menos de tres años, los 5 Stelle han perdido más de la mitad de votantes, quedando cuartos en las últimas encuestas con un 15,8 % (frente al 32,68 % de 2018) mientras que  Salvini ronda el 24%, seguido del PD con un 19%. Resulta que el globo populista indignado de los 5 Stelle se ha ido desinflando, lidiando con la paradoja de ser un partido antisistema que entra en el sistema. Pero además de esa crisis de identidad, los votos se escapan por las grietas internas de una corriente crítica encabezada por Alessandro di Battista, que reclama un retorno a sus orígenes, volver a las plazas, salir del gobierno y pasar a la oposición. Frente a ellos, como se vio en el último Congreso del partido en diciembre de 2020, la corriente mayoritaria sigue a su líder, Luigi di Maio, a favor de seguir en el gobierno y hacer política desde las instituciones, llegando a acuerdos de programa con rivales como el PD. Y digo Di Maio, porque él sigue liderando el partido en la sombra, aunque el líder oficial desde enero de 2020 es Vito Crimi. La crisis interna es tal que en el Parlamento Europeo ha provocado la escisión de cuatro de sus eurodiputados en diciembre de 2020, y luego Beppe Grillo (su cofundador, al que sucedió Di Maio) ha tenido que volver a escena negociando con Draghi y llamando a su partido a la unidad. Tras esto, sus bases aprobaron el acuerdo de gobierno Draghi, mediante el voto en su plataforma digital llamada Rousseau. No obstante, cuando ya todo se daba por hecho y sólo faltaba el trámite de la aprobación parlamentaria del nuevo gobierno Draghi, algunos diputados de 5 Stelle se volvieron atrás (unos treinta, que están pendientes de expulsión del partido) y hubo voces a favor de volver a repetir la votación de sus bases pero, finalmente, el nuevo gobierno fue aprobado por una amplia mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Draghi ya puede respirar tranquilo, o al menos coger aliento para lo que sigue, hacer un difícil encaje de bolillos con sus socios de 5 Stelle (pasan de nueve a cuatro Ministerios), el PD (pasa de siete a tres Ministerios, perdiendo el de Economía pero arrebatando el de Trabajo a 5 Stelle), Forza Italia de Berlusconi (con tres Ministerios, de más peso territorial que político, como el Ministerio para el Sur o el de Asuntos Regionales) y la Lega de Salvini (que gana tres Ministros: Discapacidad, y los estratégicos Turismo y Desarrollo Económico). Por su parte, Italia Viva finalmente se queda con una de sus dos Ministras (la de Igualdad), por lo que a Renzi habría que traducirle nuestro ‘para ese viaje no hacían falta alforjas’.

Además, Draghi ha revalidado al anterior Ministro de Salud, Roberto Speranza (de Libres e Iguales) avalando su gestión de la crisis sanitaria. Y tratando de contentar a quienes pedían un gobierno de tecnócratas, ha encomendado las demás carteras a un equipo de ocho técnicos independientes (cuatro más que el anterior gobierno), incluida la de Interior (cuya Ministra repite cargo) y los nuevos de Infraestructuras, Universidad, Educación y el de Economía, para el que ha fichado al Director General del Banco de Italia, Daniele Franco. Además, tras reunirse con grupos ecologistas, Draghi decidió que el Ministerio de Medio Ambiente pase a ser de Transición Ecológica, dirigido por un técnico de prestigio como el físico Roberto Cingolani, sobre el cual pivotará uno de los pilares del Fondo de recuperación europea para Italia. El otro pilar será la Innovación, a cuyo frente estará un ex consejero de Vodafone, Franco Colao.

Con las elecciones generales italianas de 2022 en el horizonte, sólo el tiempo nos dirá si este “super Mario” finaliza su partida sin un game over, o si finalmente se cumplen las palabras de Beppe Grillo tras reunirse con Draghi, citando a Platón con aquel ‘no conozco la clave del éxito pero sí la del fracaso: intentar contentar a todos’.

De política y lambruscos