martes. 16.04.2024
covid

Leyendo un artículo de una maestra de columnistas nos hemos dado cuenta de que el nuevo coronavirus sigue en realidad siendo un gran desconocido. No queremos decir que no sepamos nada de su estructura, ni que no hayamos descifrado su código genético, ni que no sepamos cómo pasó de su reservorio animal al humano, que sí que son cuestiones que se han investigado a fondo, sino que no sabemos prácticamente nada sobre cómo va a actuar, estamos en la segunda ola que al parecer nadie vio venir y no sabemos para cuándo la tercera, tampoco sabemos por cuánto tiempo se genera la inmunidad, y así podríamos seguir con una larga lista de dudas. Sabíamos que habría una segunda ola pero no que se adelantase tanto. Lo mismo nos pasó con la gripe española.

Hemos visto también con preocupación que la panacea de los nuevos tratamientos y de la inmediatez de las vacunas se alejan, y que de nuevo tendremos que extremar las medidas personales de distanciamiento y al tiempo el reforzamiento de la salud pública, la atención primaria y la protección social de los más vulnerables.

La llegada de la covid19 nos cogió ahora también prácticamente por sorpresa. Estábamos pendientes de los grandes temas: los efectos de las nuevas tecnologías sobre el empleo y la crisis climática, y la crisis política de los nuevos nacionalismos y populismos autoritarios; y de repente nos envolvió la pandemia y nos introdujo en una crisis sanitaria social de gran envergadura que, además, sorprendió a nuestra sanidad pública y a nuestro débil estado del bienestar, crónicamente esquilmados por las derechas y las políticas neoliberales.

De modo que no sabemos cómo vamos a salir de esta crisis; no somos buenos adivinando el futuro y no controlamos casi nada de lo que nos sucede. Por elevación, esto echa tierra sobre el reciente (presuntuoso) comunicado de las asociaciones científicas (con la significativa ausencia de la sociedad de epidemiología) en el que se hacía un peligroso canto de la antipolítica, tan de moda en estos tiempos de populismo: "Ustedes mandan pero no saben", comenzaban las sociedades su manifiesto, con un titular que solo puede servir para añadir más crispación a la vida política, y para que la polarización sea más evidente. No dudamos de la buena voluntad de los científicos y de lo atinado de pedir un papel determinante a la evidencia científica en las decisiones, así como a la evaluación de las medidas y su efectividad, pero no solo. Es necesario equilibrar muchos factores e intereses en un contexto de riesgo e incertidumbre como el actual en particular, y eso es cosa a decidir por los gobiernos y a evaluar por los respectivos parlamentos. Es verdad que los científicos y los técnicos son imprescindibles, pero ellos no deciden.

Una enseñanza que ya deberíamos haber aprendido a estas alturas de pandemia, es que cuando se sustituye el debate por el barullo es más difícil entenderse, y a algunos, además, les gusta embarrar el campo. En ese río revuelto, no nos puede extrañar que pesquen los oportunistas, como Trump, Orban y Bolsonaro. También la extrema derecha en nuestro país. A la luz están sus consecuencias.

Pero aunque no sepamos gran cosa, a estas alturas de la pandemia, con ocho meses a cuestas con el coronavirus, sí podemos entrever otra serie de cuestiones. Por ejemplo, que hay una serie de conflictos que se han agudizado al calor de la misma. Uno de ellos es la competencia geoestratégica entre USA (en pleno periodo electoral y en declive) y China, que amenaza con polarizar la geopolítica mundial de los próximos años.

Entre los dos grandes, con Rusia de tercero en discordia y utilizando sus peores artes, nos encontramos los europeos, en una situación de clara desventaja, no solo tecnológica, pero con un modelo de derechos humanos, políticos y un contrato social muy nítidos para ofrecer al mundo. Un modelo y unos valores que se encargan de sabotear los troyanos del populismo que por desgracia están dentro de la UE. (La Comisión Europea ya ha tenido que denegar ayudas a diferentes ayuntamientos de Polonia por haberse declarado zonas libres de gais y lesbianas). Podríamos destacar en algunos apuntes comparativos el modelo europeo sobre el de los EEUU, entre los que destacan, muy a favor de Europa, el respeto a la ciencia de la salud pública, la equidad en el acceso a la sanidad o la iniciativa pública frente a la crisis. Europa ha puesto en marcha, además, el fondo de reconstrucción; un plan Marshall con sus propios medios, que debería constituirse en una metáfora de una globalización ordenada en torno a la prioridad social y ambiental.

Por encima del telón de fondo de la pandemia, la nueva situación de "guerra fría" tecnológica y comercial que libran los dos grandes añade una tensión considerable. Y esto ocurre, además, en un momento en que Estados Unidos, debido al trumpismo y a su horrible gestión de la pandemia, pierde prestigio y liderazgo en todo el mundo hasta el punto que desde Europa dudamos que los americanos puedan seguir representando en la política europea el papel que han desempeñado desde la segunda guerra mundial. Por eso, entre otras razones, son tan importantes las elecciones USA del 3 de noviembre. Porque incluso aunque con Biden continúe la competencia con China, la rivalidad entre ambas tiene más posibilidades de seguir unas pautas más racionales.

Estas son unas elecciones en las que, como se sabe, ganar el voto popular no garantiza el triunfo, como pudo comprobar Hillary Clinton en su derrota contra Trump. El actual presidente perdió por más de tres millones de votos. Con las encuestas en la mano el triunfo se lo llevaría Biden, pero hay que recordar que Hillary también aventajaba a Trump en las encuestas hace cuatro años (aunque esta era mucho más impopular que Biden).

Por si algo faltaba, Trump, cuyas consecuencias de su mandato se debatirán durante mucho tiempo, es un personaje que tensiona el ambiente hasta extremos impensables para una democracia. Con él y el nativismo que le apoya hemos visto unos EEUU divididos, con deudas pendientes de siglos como el racismo y al borde del conflicto civil. Incluso muchos ya se preguntan si se irá pacíficamente en caso de que pierda. Y esto no se dice sin fundamento. La duda recurrente sobre su comportamiento, si pierde, está basada en dos principios deshonrosos: que todos creen que Trump puede hacer algo así; y que él mismo actúa para que eso se crea más que posible.

Por último, tampoco sabemos, como no podía ser de otra manera, cómo afectará la pandemia y la reciente actitud de Trump -otra vez prepotente e irresponsable- ante su contagio al próximo resultado electoral. Como tampoco sabemos cómo repercutirá la de la presidenta de la comunidad de Madrid en la evolución de esta segunda ola y en la estabilidad de su gobierno. Parece que en ambos casos no precisamente que para bien. Y es que el nuevo coronavirus es el gran desconocido.


Firman este artículo: Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri. Médicos.

El virus, ese gran desconocido