viernes. 19.04.2024
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Hace un mes, el 26M, celebrábamos las elecciones al Parlamento Europeo (PE). Pasaron sin pena ni gloria, como siempre. En España sigue siendo mayoritaria la idea de que las elecciones europeas son algo ajeno en las que no se sabe muy bien qué nos jugamos. No se acaba de entender que lo que pasa en la Unión Europea (UE), lo que deciden las instituciones europeas, las políticas, reglas y normas jurídicas comunitarias, son materia de política nacional en todos y cada uno de los Estados miembros

Las últimas elecciones europeas se han producido en un momento crucial para Europa y el proyecto de unidad europea, con tres escenarios posibles: uno, mantener la parálisis de los últimos años y un afán reformista de mínimos que no ha evitado el deterioro y la fragmentación que se han producido; dos, relanzar el proyecto de unidad europea, reafirmando sus rasgos sociales y democráticos y los principios de solidaridad y cohesión que los sustentan; y tres, permitir que las concepciones sobre Europa de las extremas derechas se sigan extendiendo y cambien las prioridades, orientación y sustancia del proyecto de unidad europea. 

Que acabe prevaleciendo una u otra vía dependerá no sólo de la capacidad de la ciudadanía y las principales fuerzas políticas para impulsar acuerdos y desarrollar las reformas institucionales y los cambios de política económica que son necesarios para que la UE funcione y reparta de forma más justa que en la última década los costes y beneficios de compartir un mercado único y el euro. También va a depender de la capacidad de afrontar la batalla cultural que plantea la extrema derecha xenófoba y neosoberanista con el objetivo de desandar el camino de la unidad europea y reducir la UE a un cascarón institucional vacío de contenidos que no sean la protección de una identidad europea homogénea, reelaborada a partir de una ideología nacionalista excluyente y unas concepciones reaccionarias y ultraconservadoras. 

La quiebra del duopolio formado por populares y socialdemócratas y el ascenso de liberales y verdes abren un nuevo tiempo de alianzas y debilitan la hegemonía de la derecha alemana en la política europea

Intentar comprender los orígenes, contenidos y posibles repercusiones de esa batalla cultural es el objetivo de este artículo. 

1. El nuevo mapa político del Parlamento Europeo

Al observar la distribución de escaños, aún provisional, entre los diferentes grupos políticos europeos que resulta de las pasadas elecciones europeas, lo primero que se observa es el aumento de la fragmentación. La crisis de representación política también ha alcanzado al Parlamento Europeo y los dos grandes partidos europeos (la derecha liberal-conservadora del PPE y la izquierda socialdemócrata de S&D) pierden entre ambos 66 asientos y no alcanzan, por primera vez desde 1979, la mayoría (376 escaños sobre un total de 751). El otro gran derrotado es Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL), que pierde 11 de los 52 asientos que tenía, lo que coloca a sus componentes en una posición marginal: es el grupo más pequeño, con menor capacidad para establecer alianzas y tan poco homogéneo como la mayoría, con grandes diferencias internas entre europeístas críticos, euroescépticos y eurofóbicos.

En sentido contrario, los liberales de Renovar Europa (RE), nuevo nombre de Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ADLE), y Verdes/Alianza Libre de Europa han resultado los principales beneficiarios de la crisis económica y de representación política sufrida por Europa. La suma de los escaños de ambos grupos supera los del PPE, tras aumentar en un 50% sus escaños de la pasada legislatura. Su avance electoral junto a la mayor fragmentación del Parlamento Europeo los ha convertido, especialmente al grupo liberal que impulsa el presidente francés Macron, en referencia obligada y socio insustituible de cualquier iniciativa parlamentaria.

1Fuente: Parlamento Europeo. Los datos del Parlamento saliente (2014-2019) corresponden al pasado mes de abril de 2019 y los de los parlamentarios recientemente elegidos para el periodo 2019-2024, a su adscripción provisional a 27 de junio. Además de los 7 no inscritos, otros 6 nuevos europarlamentarios siguen pendientes de inscribirse en alguno de los grupos existentes 

La quiebra del duopolio formado por populares y socialdemócratas y el ascenso de liberales y verdes abren un nuevo tiempo de alianzas y debilitan la hegemonía de la derecha alemana en la política europea. Se abren nuevos espacios para impulsar las reformas institucionales que requieren la UE y el euro, pero aumentan las dificultades de una imprescindible negociación a tres o cuatro bandas en medio de una pugna ideológica que ya se ha convertido en una dura batalla cultural entre las fuerzas europeístas y las neosoberanistas. 

Las derechas neosoberanistas, mezcla de derechas conservadoras antieuropeístas, derechas ultraconservadoras y extremas derechas xenófobas, merecen párrafo aparte. Sus diferencias han dado al traste, por ahora, con la operación que pretendían Salvini y Le Pen de agrupar a sus componentes en un solo grupo político que permitiera concentrar una fuerza determinante para marcar con el peso de sus escaños el curso a seguir por la UE. No lo consiguieron, lo que da una primera idea de las distancias y contradicciones entre sus potenciales componentes, y siguen divididos en tres grupos parlamentarios que ocupan la 5ª, 6ª y 7ª posición (ID, CRE y ELDD, respectivamente); sin embargo, su peso relativo es engañoso, porque siguen avanzando (en conjunto aumentan sus escaños en un 15%), suman ya 178 escaños, casi tantos como la derecha del PPE, y se han convertido en una fuerza temible en su oposición al proyecto de unidad europea. Veamos algunas características de estos grupos.   

Hay que mencionar que parte de la derecha más ultramontana y antieuropeísta pertenece al PPE; el más claro ejemplo es la Unión Cívica Húngara (FIDESZ), que representa un nacionalismo extremo con el presidente Orbán al frente

Al frente de Identidad y Democracia (ID), tras sustituir su anterior nombre de Europa de las Naciones y las Libertades (ENL), están Salvini y Le Pen, que lideran un creciente polo de atracción de la extrema derecha donde recalan entre otros, además de los buques insignia italiano (Lega Nord) y francés (Rassemblement National), el AfD alemán, el FPÖ austriaco o el Blaams Belang, partidario de la independencia de Flandes y de un nacionalismo étnico antieuropeísta que promueve abiertamente la xenofobia, el racismo y la homofobia.  

En el grupo Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) están Ley y Justicia (PiS), un partido nacionalista, ultraconservador, ultracatólico y crítico con la democracia liberal que gobierna en Polonia, el Partido Conservador del Reino Unido, hasta que se haga efectivo el Brexit, o la euroescéptica Alianza Neoflamenca (N-VA), el partido vencedor de las elecciones europeas en Bélgica, con un 13,7%, que mantiene buenas relaciones con Puigdemont. En este grupo político europeo se cobijará VOX, lo que hace prácticamente imposible que pueda acoger a los dos eurodiputados catalanes independentistas de Junts. 

A la Europa de la Libertad y la Democracia Directa (ELDD) pertenecen el desnortado Movimiento 5 Estrellas (M5S), aliado gubernamental de Salvini, y durante unos meses, hasta que se produzca la salida efectiva del Reino Unido de la UE, el demagógico y xenófobo Partido del Brexit, creado hace apenas medio año por Farage, amigo y aliado de Trump, que fue el gran ganador (con un 31,7%) de las recientes elecciones europeas en el RU.

Estos tres grupos tienen diferencias y contradicciones notables, pero unirán sus fuerzas y votos siempre que se trate de obstaculizar cualquier iniciativa de avance de la unidad política europea o cualquier mínima reforma institucional que derive en mayores competencias de las instituciones comunitarias o en el más mínimo avance en materia de armonización fiscal, laboral o salarial. Hay que tener en cuenta, además, que el ascenso de la extrema derecha y la derecha ultraconservadora tiene un efecto rebote muy importante en las derechas europeístas o euroescépticas que se agrupan en el PPE, a las que están marcando la agenda e influyendo en buena parte de sus preocupaciones, que son también las de su base social y electoral, muy permeable a buscar enemigos fuera (la inmigración, los islamistas, otras culturas o ideologías que pretenden disolver las esencias patrias y europeas) y a ver antagonismos entre el mantenimiento de la soberanía nacional y la cesión de competencias a instancias comunitarias. 

Hay que mencionar, por último, que parte de la derecha más ultramontana y antieuropeísta pertenece al PPE; el más claro ejemplo es la Unión Cívica Húngara (FIDESZ), que representa un nacionalismo extremo con el presidente Orbán al frente, un ideólogo del chauvinismo xenófobo y la democracia iliberal que irradia su influencia a buena parte de los países del Este que formaron parte del bloque soviético.

Un apunte final para entender la heterogeneidad de unos grupos políticos europeos que se nutren, en muchos casos, de partidos políticos nacionales que no se identifican con ninguna familia política reconocible y buscan, con su adscripción a un grupo europeo, financiación y proyección pública, ya que para formar un grupo se necesitan como mínimo 25 escaños de al menos 7 Estados miembros. Así, en el grupo liberal (RE) se incluyen los 7 escaños conseguidos por Cs y el parlamentario del PNV que era el cabeza de lista de la Coalición por una Europa Solidaria (CEUS), integrada también por fuerzas regionalistas canarias, gallegas y otras. En Verdes/ALE recalarán un parlamentario elegido en la lista de UP y los dos de ERC que ocupaban los primeros puestos en la lista de Ahora Repúblicas (encabezada por Junqueras, pendiente aún de obtener su acreditación oficial como eurodiputado). Los otros 5 parlamentarios de UP y el de EH Bildu (tercer puesto en la lista de Ahora Repúblicas) se integrarán en el grupo de Izquierda Unitaria. Por último, Puigdemont y Comín, elegidos en la lista de Lliures per Europa (Junts) siguen pendientes de buscar acomodo en algún grupo, a la espera de superar los obstáculos judiciales que les impiden obtener sus actas de europarlamentarios.

2. La extrema derecha contra una Europa abierta y plural

En la agenda de los grupos neosoberanistas destaca, como prioridad absoluta, la deconstrucción política de la UE en beneficio de la capacidad de decisión de los Estados miembros. Tratan de convertir a Europa en una suma de Estados que, tras recuperar las competencias cedidas a instituciones europeas, aceptan guarecerse bajo el paraguas común de una autoridad europea, con atribuciones más de carácter moral y cultural que políticas, que tendría la misión de proteger una concepción muy conservadora, inalterable y excluyente de una identidad europea ajena a las múltiples raíces y a las diversas y mestizas formas de ser y sentirse europeos de la ciudadanía real. 

En el terreno económico, la imprecisa pretensión del neosoberanismo es mantener un mercado único liberado de reglas, en el que prime la competencia laboral y fiscal entre unos Estados miembros con una mayor capacidad de decisión económica nacional y un nivel mínimo de armonización fiscal y laboral, lo justo para que pueda funcionar en beneficio de los grandes grupos económicos nacionales y europeos, cuyo visto bueno y financiación son claves para llevar a cabo su proyecto de una Europa más protectora de identidades que de las personas.  

¿Cómo se ha producido ese avance de las derechas y extremas derechas nacionalistas opuestas al proyecto de unidad europea que se puso en marcha hace seis décadas? Su gran oportunidad aparece con los negativos impactos de la estrategia de austeridad impuesta por la UE a partir de 2010, sus malos resultados, una segunda recesión entre 2011 y 2013 y sus negativos impactos en forma de desempleo, precariedad y desigualdad y, por último, la parálisis con la que líderes e instituciones de la UE han mostrado su incapacidad para reformar las políticas y reglas que no funcionan o funcionan mal y para reformar y completar las instituciones comunitarias. La crisis migratoria y humanitaria de 2015 y los grandes desplazamientos migratorios (reales y ficticios), junto a la relativa extensión de sociedades multiétnicas en las grandes ciudades europeas, alimentaron la construcción ideológica de una amenaza existencial que, adecuadamente explotada por la extrema derecha xenófoba, ha fecundado una nueva idea de Europa que se presenta como alternativa al proyecto de unidad europea aún vigente. Pero el gran salto adelante del neosoberanismo se produjo, paradójicamente, con una rectificación clave en su discurso, obligada por la incertidumbre, las dificultades y los costes económicos que el Reino Unido encontró a la hora de negociar su salida efectiva de la UE, a los que se añadieron la crispación y división social y regional provocadas por el Brexit. Hasta ese momento, buena parte de las fuerzas de la extrema derecha reclamaban la convocatoria de referéndums para que la ciudadanía pudiera expresar, como en el RU, su voluntad de separarse de la UE y recuperar la soberanía nacional. Tras comprobar las dificultades y los costes de todo tipo que puede ocasionar la ruptura de los vínculos con la UE, las derechas neosoberanistas dieron un giro a su estrategia y adoptaron otro objetivo común, más flexible y menos aventurero. Ya no se trata de oponerse a la UE o escapar de ella; ahora tienen una alternativa en positivo que permite compatibilizar la recuperación de la soberanía nacional con una nueva misión para la UE. Ese viraje permitió a los neosoberanistas disipar las incertidumbres que suponía la aventura de una ruptura con la UE, estrechar lazos entre sí y ampliar su base electoral, extendiendo su área de influencia a otras corrientes nacionalistas y euroescépticas de derechas.  

¿En qué consiste esa nueva idea o alternativa al proyecto de unidad europea? Frente a la idea hegemónica hasta ahora de una Europa democrática, plural y abierta, la extrema derecha neosoberanista ha construido una nueva idea de Europa como civilización en peligro, amenazada por otras civilizaciones, en primer lugar el Islam, y por el fenómeno que presentan como su principal vehículo de asalto a Europa, la inmigración. Una civilización europea que necesita protección para conservar unas características étnicas, religiosas y culturales que desean y pretenden homogéneas. Sobre esta base ideológica identitaria se sostiene la nueva misión de la UE. De hecho, plantean una batalla cultural que tiene por objetivo preservar una Europa blanca y cristiana que rechace el multiculturalismo, considere incuestionable e insustituible la soberanía nacional y proteja a la familia tradicional frente al feminismo y a lo que denominan ideología de género (y todas sus derivadas que cuestionan los privilegios masculinos). Quieren que la UE desande el camino recorrido en los últimos 60 años hacia una organización política supranacional y se convierta en un concierto de Estados-naciones que cooperan para proteger una identidad cultural común. Lejos de aspirar a desarrollar fórmulas de unidad política derivadas del desarrollo de intereses económicos comunes y del aumento de las vinculaciones productivas, comerciales y financieras, la unidad europea giraría en torno a una autoridad europea con un gran poder de coacción que sirva de garantía a una identidad cultural, étnica y religiosa homogénea y excluyente.  

3. Un futuro incierto y muy reñido para Europa    

Como resultado de las recientes elecciones europeas cabe esperar que el eje de división entre izquierda y derecha se desdibuje en la medida que han ganado peso en los programas de los grupos políticos europeos los temas transversales (cambio climático, políticas migratorias o identidad europea) y se ha fortalecido un eje principal de confrontación entre las fuerzas que pretenden una Europa abierta y plural y las que pretenden una Europa cerrada y excluyente, tanto hacia dentro, imponiendo una identidad europea homogénea, como hacia fuera, alzando muros físicos y mentales contra la inmigración y las culturas, etnias o religiones que se consideran extrañas a Europa. 

Están en juego, en la compleja y excitada relación entre los principales bloques y fuerzas políticas, las posibilidades de dialogar y alcanzar acuerdos que permitan resolver los muchos y graves problemas políticos, económicos, sociales y territoriales que están a la espera de soluciones desde hace años

La importancia de la pugna en torno al eje izquierda-derecha seguirá vigente al interior de los Estados miembros, pese a la mayor fragmentación política y a la debilidad y menor eficacia de sindicatos y partidos políticos de izquierda, renovando contenidos y expresiones al calor de la creciente importancia que adquieren la defensa o el cuestionamiento de los bienes públicos, la precariedad laboral y las desigualdades en la distribución de la renta y las cargas fiscales entre los diferentes grupos sociales.

Es muy pronto para adelantar cómo pueden influir en las dinámicas políticas estatales y comunitarias la nueva situación del Parlamento Europeo y los nuevos datos en el peso electoral de los distintos grupos políticos europeos y su relación de fuerzas en la futura acción política y en la marcha de las reformas institucionales y de política económica pendientes. Ni siquiera es posible adelantar una hipótesis plausible sobre qué escenarios tienen más probabilidades de fraguar a medio plazo en los grandes debates y reformas por hacer o sobre los niveles de pugna y acuerdo que pueden alcanzar. Hasta ahora hemos asistido a los primeros escarceos y disputas entre los tres principales grupos europeos a propósito del nombramiento del nuevo presidente de la Comisión Europa, que se negocia dentro de un paquete que incluye los rasgos de los aspirantes a las presidencias del resto de instituciones europeas, Parlamento Europeo, Consejo Europeo, Banco Central Europeo y alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

El próximo domingo, 30 de junio, una nueva cumbre europea extraordinaria volverá a mostrar la capacidad o incapacidad de los líderes europeos para forjar acuerdos aceptables para la nueva mayoría en la tarea de encontrar al sustituto de Juncker como presidente de la Comisión Europea. Sánchez, gracias a los buenos resultados del PSOE en las elecciones europeas, ha participado en el núcleo de las negociaciones previas (y en el fracaso del Consejo Europeo de la semana anterior), junto a Macron y Merkel. Necesitan alcanzar un pronto acuerdo para que no se prolonguen en demasía el debate y la decisión final. Estamos observando el baile inaugural de una batalla cultural, además de política y económica, que nos permitirá presenciar muchos cambios de pareja. Habrá que ir viendo.   

¿Cómo influirá la nueva situación europea en la política española? Están en juego, en la compleja y excitada relación entre los principales bloques y fuerzas políticas, las posibilidades de dialogar y alcanzar acuerdos que permitan resolver los muchos y graves problemas políticos, económicos, sociales y territoriales que están a la espera de soluciones desde hace años.

Muchos analistas y articulistas apuntan una influencia favorable a un acercamiento entre PSOE y Cs, en paralelo al acercamiento entre Macron y Sánchez para convertir la confrontación con las extremas derechas neosoberanistas en el eje político por excelencia de su alianza en defensa de la UE y el euro, al tiempo que impulsan conjuntamente el desarrollo de las reformas institucionales y los cambios de política económica que favorezcan a sus respectivas economías, favoreciendo que una política presupuestaria más expansiva refuerce y, en parte, sustituya a una política monetaria con muy poco margen en la tarea de impulsar el crecimiento. Se trataría de una alianza a largo plazo orientada a dificultar el bloqueo a las reformas que vienen practicando Alemania y los países del norte de la eurozona y a desarrollar medidas contracíclicas (por ejemplo, presupuesto de la eurozona o seguro de desempleo europeo) que promuevan la estabilidad financiera, la modernización productiva y la lucha contra futuras crisis económicas y financieras. 

En mi opinión, esas expectativas de alianza entre PSOE y Cs son, por ahora, excesivas. Por otro lado, no se pueden trasladar de forma simplista las relaciones entre grupos políticos y líderes europeos a los ámbitos estatales. Son espacios interconectados, pero con suficiente autonomía como para que se puedan trasplantar de forma automática los acuerdos alcanzados en políticas y reformas europeas al terreno de la acción política en los Estados miembros.  Y eso vale para todos los grupos y bloques políticos. Hay que darle más tiempo a la marcha de las relaciones y recopilar más datos, las conclusiones precipitadas sirven de poco y pueden dificultar ver los procesos reales.   

La batalla cultural de la extrema derecha contra Europa