jueves. 18.04.2024
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Bashar junto con su esposa y primera dama Asma al-Ásad. (Foto: Wikipedia).

En Siria, la guerra ha pasado de ser un asunto de análisis internacional a convertirse en una especie de saga a modo de serie televisiva de intrigas, pasiones y conflictos familiares. De la guerra civil (incivil) se ha pasado a una especie de guerra privada, a un ajuste de cuentas en el amplio clan gobernante, mientras la inmensa mayoría de la exhausta población se hunde en la miseria y los actores externos hacen cálculos para repartirse los beneficios del naufragio.

Ningún país puede resistir nueve años de guerra devastadora e implacable como la que ha sufrido este país, encajado de oeste a este entre la ribera oriental del Mediterráneo y la Mesopotamia atormentada de estos tiempos, o de norte a sur entre la antigua potencia colonial turca, cuya animosidad es palpable, y la hostilidad existencial y ocupante de Israel. Esta delicada ubicación geoestratégica se complica con un precario equilibrio confesional y étnico, en el que la mayoría fue desplazada hace décadas del poder político y militar en beneficio de una alianza entre minorías, tutelada por un clan familiar. La guerra ha debilitado ese orden, que es ahora abiertamente desafiado por los vecinos y observado más o menos de cerca y con simetría variable por las potencias internacionales.

La familia Assad lo ha sido todo en Siria: con mano de hierro y corazón de hielo. Una familia-estado, menos estruendosa que la de Saddam Hussein en Irak, pero más efectiva: prudente cuando había que serlo e implacable cuando las circunstancias lo han exigido.

En Siria, el líder sigue siendo el mismo. Pese a los cientos de miles de muertos, el exilio de la mitad de su población o la destrucción general, Bashar el Assad sigue en el palacio elevado de Damasco.

De los países árabes en los que las revueltas de 2011 se tornaron en guerras abiertas, Siria es el único en el que no ha habido un cambio personal en la cúspide del Estado. En Libia o Yemen, reina el caos. En Egipto cayó el raïs, pero la casta militar eliminó el islamismo moderado y ejerce sin contemplaciones unja hegemonía que nunca perdió. En Argelia, el sistema ha purgado a sus cabezas más visibles y aguanta a duras penas la presión social. Los dictadores de entonces han sido sustituidos por otros. En Siria, el líder sigue siendo el mismo. Pese a los cientos de miles de muertos, el exilio de la mitad de su población o la destrucción general, Bashar el Assad sigue en el palacio elevado de Damasco.

La supervivencia se explica por el soporte exterior que ha recibido el régimen familiar y sus clanes, singularmente de Rusia e Irán. Pero los enemigos también han sido respaldados por otras potencias, como Estados Unidos, Turquía, Arabia y otras petromonarquías. Assad ha aguantado, aunque su poder esté en manos de ajenos. Su fuerza radica en su dependencia y en su condición de peonaje geoestratégico: para Rusia, es una plataforma en Oriente próximo; para Irán, un puesto adelantado del chiismo en las puertas del enemigo sionista.

La guerra no ha terminado, naturalmente. En Idlib todavía domina una heterogénea coalición rebelde que agrupa a islamistas moderados y radicales y a prooccidentales, unidos solos por la hostilidad al régimen de Damasco (1). En el nordeste, kurdo-sirios y turcos libran un pulso solo atemperado por una renuente vigilancia norteamericana pactada con el Kremlin (2). Pero Assad ha emergido de las cenizas como el gran patrón que aparenta seguir ejerciendo un tutelaje de hierro sobre los destinos de una nación fragmentada y destruida.

DISPUTAS DE SANGRE

Mientras las potencias tratan de ajustar sus intereses para definir un más que probable protectorado internacional sobre Siria, el caudillo local se ha visto amenazado por el estallido de otro tipo de guerra, más estrecha, más próxima: una rebeldía familiar, sustentada en el malestar de la minoría alauí en la que se asienta su poder.

El caso más sonoro ha sido la desafección de uno de sus primos por línea materna, Ramí Makhlouf, hasta ahora quizás el empresario más rico de Siria, dueño de la principal compañía de telefonía móvil y propietario de un emporio industrial y comercial, amasado bajo la protección y los privilegios del régimen. Las desavenencias vienen de lejos y están ancladas en sordas disputas familiares, pero la chispa de la disputa actual fue la decisión gubernamental de imponer tasas fiscales a los astronómicos beneficios de Makhlouf para obtener fondos con los que poner de nuevo en marcha el aparato económico del país. El empresario se revolvió y contraatacó con una virulenta campaña en redes sociales denunciando la arbitrariedad del gobierno. La respuesta oficial fue contundente: arresto domiciliario e incautación de bienes.

Es probable que en las medidas fiscales hubiera un componente de ajuste de cuentas, pero Assad necesita desesperadamente dinero para sobrevivir. Más del 80% de la población siria se encuentra en la pobreza. La divisa nacional es papel quemado. La inflación supera los tres dígitos. El sistema productivo está en ruinas (3).

Makhlouf se ha sentido traicionado y ha percibido venganza de la sangre. Es rico gracias a sus lazos familiares con el poder, pero sus beneficios también han servido para financiar a las milicias que han protegido al régimen. Cree que el primus inter pares está debilitado y considera que es el momento de luchar o morir. Se considera en condiciones de atizar la discordia entre los clanes notables alauíes que han puesto mucha sangre para defender al patrón de Damasco y ahora esperan ser retribuidos.

El clan Assad arrastra una larga historia de enemistades familiares, como ocurre en muchas de las élites poligámicas árabes

El clan Assad arrastra una larga historia de enemistades familiares, como ocurre en muchas de las élites poligámicas árabes (en realidad, en todos los sitios). Véanse las purgas del príncipe heredero en Arabia Saudí, por poner sólo el ejemplo más evidente. Por parte paterna, los Assad han sido un hervidero de intrigas y desafíos a cara de perro. Rifaat, el hermano del patriarca Hafez, pretendió sucederlo, pero éste impuso a su hijo Bashar, el oftalmólogo radicado en Occidente, quien parecía ajeno a la áspera realidad de Oriente Medio. Las promesas de apertura y modernización de los primeros años del siglo han acabado ahogadas en sangre. Por parte materna, las aguas turbias han sido más soterradas y ahora afloran con inusitada pestilencia. Otras discordias familiares han salido a la luz en forma de reproches, envidias y recriminaciones, como nos cuenta una periodista de Al Jazzera (4).

EL MALESTAR ALAUÍ Y LA CONEXIÓN RUSA

Si esto no fuera poco, a Bashar, el modernizador engullido por el espíritu tiránico de la familia, se le complican aún más las cosas por la vía conyugal. Su otrora adorable esposa Asma, tan elegante y sofisticada, concita la desconfianza de los alauíes porque es sunní, la confesión mayoritaria del país, pero desplazada de los centros fundamentales de decisión. Las minorías temen que una conspiración sunní aproveche el descontrol actual para revertir el orden de las últimas décadas. Hay rumores de golpe, de maniobras alauíes para cambiar de jefe (5).

En este contexto crítico, este miércoles entra en vigor el nuevo paquete de sanciones norteamericanas contra Siria, bajo la cobertura de la Caesar Act, en honor al fotógrafo militar que desertó con un montón de documentos sobre las torturas practicadas por el régimen (6). La administración Trump quiere un cambio de régimen sin comprometer soldados, es decir, mediante una guerra económica, más cómoda y menos arriesgada que una operación militar.

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Lo que ocurra depende en gran parte de lo que haga el Kremlin, gran protector de los Assad en tanto que instrumentos de su influencia en Siria. En Moscú han empezado a tolerarse críticas públicas del clan gobernante sirio. Los caprichos artísticos de Asma (adquisición de un cuadro millonario de Hockney) han provocado comentarios sardónicos. Se dice que Putin esta harto de la altivez vacía de Assad. Negocia con los turcos a sus espaldas, con Estados Unidos no ha cortado amarras y hasta permite que Israel machaque posiciones iraníes o del Hezbollah libanés. Algunos analistas creen que, si el Kremlin garantiza su presencia en Siria, Assad puede ser prescindible (7). Pero Moscú ha debido aprender la lección de los golpes palaciegos en la Afganistán de finales de los setenta y medirá muy bien su jugada.


NOTAS

(1) “How and Why Idlib defies its jihadi overlords”. MANHAL BAREESH. CARNEGIE, 15 de mayo.
(2) “The scramble for northern Syria”. AARON STEIN. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.
(3) “Syria’s economy collapses even as civil war winds to a close”. BEN HUBBARD. THE NEW YORK TIMES, 15 de junio.
(4) “The war has arrived inside the Assad family”. ANCHAL VOHRA. FOREIGN POLICY, 15 de junio.
(5) “Is Assad about to fall?”. CHARLES LISTER. POLITICO. 11 de junio.
(6) “The Caesar Act comes into force: increasing the Assad regime’s isolation”. DANA STROUL Y KATHERINE BAUER. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR AND MIDDLE EAST, 11 de junio.
(7) “How Trump can end the war in Syria. Russia ambitions”. AYMAN ABDEL NOUR. FOREIGN AFFAIRS, 26 de abril.

Siria: guerra familiar y disputas de sangre