jueves. 28.03.2024
eeuu

Hay quienes ya advirtieron que el modelo que prioriza lo económico por sobre lo humano no va a salvarnos de esta ni de ninguna otra pandemia. “Nuestro estado de bienestar no son costos o cargas, sino bienes preciosos. Y esta clase de bienes y servicios deben estar fuera de las leyes del mercado”, dijo Emmanuel Macron hace una semana atrás, cuando la humanidad comenzaba a comprender -a fuerza de horror- la brutalidad de un sistema que ya no logra ocultar sus debilidades.

Para los gurús del capitalismo salvaje el buen funcionamiento del Estado es el peor negocio para el mercado.  La salud, ese bien preciado del que ahora habla Macron, no ha sido nunca un derecho de todos sino el beneficio de unos pocos; los mismos de siempre, los que babean ante la rentabilidad de todo cuanto los rodea, los que promulgan la meritocracia, el individualismo, la comercialización de lo sagrado.

La pandemia dejó al descubierto los límites de un orden económico y tecnológico que profundiza las desigualdades

Súbditos de esos mismos gurús, temerosos de la noche a la mañana por el colapso sanitario que podría transformarlos en víctimas de un virus letal, elevan el grito al cielo para pedir que sea el Estado quien se haga cargo de la tragedia, para exigir -como en el caso de Argentina- a la misma línea aérea de bandera a la que denostaban (al punto de pedir su privatización), que vaya a rescatarlos a Europa en donde se encuentran varados por la crisis sanitaria.  

El miedo sepulta la hipocresía y dibuja en los rostros de los poderosos una mueca desconocida. Temen que, esta vez, la evidencia del fracaso del modelo que defienden provoque una toma de conciencia global que termine por erradicar de una vez y para siempre esa atrocidad llamada Capitalismo.

El capitalismo margina a la mayor porción de la población mundial. Mientras enriquece a 200 millones de personas, mantiene en la pobreza extrema a 3,16 billones. Al mismo ritmo en el que crece el número de ricos a nivel global, se incrementa la cifra de niños que mueren de hambre. El capitalismo fracasó en lo económico, en lo social y en lo humanitario. El hambre y la pobreza extrema que afecta y mata a millones de seres humanos, parecen ahora cobrar alguna relevancia ante una crisis sanitaria para la cual sobran víctimas y faltan camas, personal y hospitales.

La orden es quedarse en casa. “Es la única vacuna”, aseguran los líderes mundiales en cadena nacional, sin pormenorizar en los cientos de miles de personas sin hogar que deambulan por las calles de las grandes capitales en busca de sustento y pernoctan en las estaciones del Metro o malviven en las villas miserias argentinas, en las favelas brasileñas y en las chabolas españolas. Seres humanos para los cuales la sugerencia del teletrabajo no es sino un insulto más del sistema deshumanizante.

La pandemia dejó al descubierto los límites de un orden económico y tecnológico que profundiza las desigualdades. Mientras que el igualador es el terror que esta vez no hace distinciones y se apodera de ricos y pobres, desconoce diferencias ideológicas y religiosas, y equipara a ciudadanos del Primer Mundo con esos pobres miserables indocumentados que diariamente se ahogan en el Mediterráneo o mueren de inanición sin despertar alarmas, sin campañas de concientización, sin prensa ni símbolos de luto.

Coronacapitalismo