martes. 16.04.2024
china
Xi Jinping pasa revista a las fuerzas armadas en Día Nacional.

Las celebraciones del 70º aniversario de la República Popular (fastos y parada militar por todo lo alto) se han visto sacudidas por la jornada más violenta de las protestas en la especial provincia de Hong Kong. Una circunstancia muy destacada en medios y analistas occidentales, que no parece haber alterado los cálculos de Pekín.

La cúspide del poder se atiene al axioma central del Partido Comunista neocapitalista de Estadio: China se alzó con Mao, se hizo rica con Deng y se convertirá en todopoderosa con Xi

La revuelta cumple ya más de cien días y no parece que vaya a remitir a corto plazo. La jornada del 1 de octubre registró un pico sobresaliente por la dureza de la represión. Por primera vez se registró un herido por disparo de bala (un joven de 18 años) y más de un centenar de manifestantes fueron detenidos. Batalla campal en el centro de la ciudad y una exhibición de fuerza más contundente de lo acostumbrado (1). En los límites de la provincia, se triplicó la movilización militar con respecto a semanas anteriores, de momento para intimidar.

¿Significa esto que las autoridades centrales temen un desbordamiento de la situación y se están planteando finalmente una intervención directa? ¿Ha causado especial irritación el aparente desafío al régimen precisamente en su tan señalado aniversario? Hay especulaciones para todos los gustos.

CONTENCIÓN CALCULADA

No obstante, el análisis más convincente, a mi juicio, es el de Andrew Nathan, de la Universidad de Columbia (2), para quien Pekín seguirá ejerciendo una estrategia de contención (restreint), por varias razones: apoyo de las élites al régimen, bases económicas de la revuelta, penetración de los aparatos de seguridad en el entramado social y complicidad de sindicatos y crimen organizado.

Este cóctel un tanto extravagante de aliados brinda a Pekín la confianza suficiente para no dejarse arrastrar por la “tentación de Tiananmen”; es decir, por el aplastamiento de la revuelta sin contemplaciones, cueste lo que cueste.

Contrariamente a los que algunos analistas han señalado sobre la preocupación de Pekín por una previsible condena internacional y su eventual secuela de represalias, los gerifaltes del sistema parecen compartir una confianza básica en su capacidad para controlar razonablemente la evolución de los acontecimientos.

Los dirigentes de Pekín estiman que la revuelta forma parte del pulso que, según ellos, ha entablado el capitalismo internacional para frenar el ascenso de China hacia la cúspide de la supremacía planetaria

Hong-KOng

Tampoco consideran los líderes comunistas que Hong Kong tenga peso suficiente para desestabilizar el proyecto de engrandecimiento de China. La provincia ya no es el buque insignia del poderío económico del país. Cuando el territorio dejó de pertenecer a Gran Bretaña, su PIB suponía casi la quinta parte del total de China; hoy apenas llega al 3%. Las exportaciones procedentes de Hong Kong no llegan al 12% del conjunto de la República Popular. Ni siquiera el apreciado potencial financiero de la provincia parece jugar un papel preponderante en los cálculos de los jerarcas comunistas.

Por supuesto, este juego de hipótesis podría modificarse si ocurriera algo de enorme gravedad. Pero los dirigentes de Pekín estiman que la revuelta forma parte del pulso que, según ellos, ha entablado el capitalismo internacional para frenar el ascenso de China hacia la cúspide de la supremacía planetaria. Como ocurre con la insensata guerra comercial lanzada por el atribulado Trump, la mejor manera de hacer frente a estos desafíos es mostrar paciencia y determinación, no precipitarse en soluciones dramáticas que sólo harían el juego a los enemigos del país.

¿UN NUEVO MAOISMO?

Otra de las principales sinólogas occidentales, Elisabeth Economy, directora de Asia en el Consejo de Relaciones Exteriores de Washington, arguye que China vive un “momento neomaoista” (3). Lo cual no significa que estemos ante una involución, un regreso al pasado. Se trata más bien de la utilización de viejos métodos con propósitos actuales. Algunas tácticas de control represivo de las etapas fundacional y desarrollista se emplean de nuevo pero dotadas de mayor amplitud y eficacia debido a los avances tecnológicos (penetración del partido en las esferas privadas de la economía, video-vigilancia masiva, reconocimiento facial de los posibles disidentes, presión sobre las minorías religiosas, etc).

Tiananmen

Portada del periódico The Times que recoge la revuelta de Tiananmén en 1989.

En realidad, no es que China haya vivido un periodo de liberalización desde que se abriera al mundo hace cuarenta años, con el giro estratégico de Deng Xiao Ping. El carácter represivo ha sido permanente, con momentos álgidos como el de la matanza de Tiananmen. El periodo posterior se caracterizó por una cierta relajación de los mecanismos de control, pero sin dejar paso a una apertura política. La energía se concentró en fomentar el desarrollo económico y en limitar los negativos efectos perniciosos en el terreno social.

Con la llegada de Xi Jinping al poder, en 2013, China entró en una nueva etapa de su despliegue como potencia. El nuevo líder se desprendió de los ropajes burocráticos de sus predecesores. Durante el pasado lustro ha ido actuando en una doble vía de afianzamiento de su poder: eliminación de los rivales potenciales presentes y futuro mediante el mecanismo del control de la corrupción y construcción de un hiperliderazgo al frente del Partido y del Estado.

UN LÍDER SUPREMO

Xi Jinping ha erigido un nuevo culto a la personalidad, similar al que Mao disfrutó en su día y tanto o más del que tuvo nunca Deng. Por sus estrechos vínculos con el aparato militar y su férreo control del PCCH, Xi no es ya el “primus interpares” como Jiang o Hu, sino el indiscutible número uno de China. Sus postulados, en absoluto originales, han adquirido la categoría de “pensamiento”, una especie de etiqueta de autoridad, de autenticidad revolucionaria que le otorga altura constitucional.

Nunca había proyectado la República Popular un despliegue militar y económico allende su fronteras tan ambicioso como en los últimos seis años

Esta estrategia de poder interno le ha permitido aventurarse en el gran designio de su mandato: convertir a China en la primera superpotencia mundial a mitad de siglo. Nunca había proyectado la República Popular un despliegue militar y económico allende su fronteras tan ambicioso como en los últimos seis años: tanto en su esfera “natural” de influencia como en áreas remotas del sempiterno mundo en desarrollo e incluso en Europa. Ni siquiera Estados Unidos queda fuera de su alcance, en forma de desafío comercial. Las habituales armas de manipulación monetaria, dumping social y piratería intelectual han alcanzado niveles máximos.

En todo ese proyecto de dominación, Hong Kong resulta un accidente de recorrido, un incidente menor que conviene tratar con paciencia confuciana. El momento no está exento de riesgos, como tampoco es de despreciar la lenta evolución de Taiwan hacia una confrontación con el continente, como argüye Richard Mc Gregor, del Instituto Lowy de Sidney (4). Nada está descartado, naturalmente, si de preservar el proyecto se trata. Mano dura, sí, con el manual de Libro Rojo actualizado, pero con una resonancia moral milenaria. La cúspide del poder se atiene al axioma central del Partido Comunista neocapitalista de Estadio: China se alzó con Mao, se hizo rica con Deng y se convertirá en todopoderosa con Xi.


NOTAS

(1) “Hong Kong protests. City reels from ‘one of its most violent days’”. BBC, 1 de octubre; “Hong Kong does its best to spoil China’s big anniversary”. THE ECONOMIST, 1 de octubre.
(2) “How China sees the Hong Kong crisis”. ANDREW J. NATHAN. FOREIGN AFFAIRS, 30 de septiembre.
(3) “China’s Neomaoist moment”. ELISABETH C. ECONOMY. FOREIGN AFFAIRS, 1 de octubre.
(4) “Xi Jingping, is the life and the soul of the Party. RICHARD MCGREGOR. FOREIGN POLICY, 1 de octubre.

China: 100 días de protestas, 2.500 años de paciencia