viernes. 19.04.2024
bolsona

@jgonzalezok | El 75% de los brasileños consideran que el sistema democrático es el más adecuado, según una reciente encuesta de Datafolha. Es la cifra más alta en la serie histórica de esta encuestadora, que empezó en 1989. El pico más bajo se registró en 1992, en plena crisis de gobierno de Fernando Collor de Mello, cuando solo el 42% apoyaban la democracia. El resultado de ahora es consecuencia de la ofensiva del gobierno de Bolsonaro contra instituciones como el Congreso y la Justicia. En diciembre pasado, la anterior medición reflejaba un apoyo del 62%, 13 puntos porcentuales menos, manteniéndose similar la cifra de los que apoyan la dictadura, 10% ahora, 12% en diciembre.

Aunque en la última encuesta hay un 32% de personas que consideran óptimo o bueno el desempeño de Bolsonaro en el gobierno, los porcentajes de aquellos que apoyan la dictadura son los que componen el núcleo duro de apoyo al mandatario. Es decir, una minoría, como es palpable también en las manifestaciones a favor del gobernante. Pero es una minoría intensa, que se alimenta de los blogueros que trabajan intensamente produciendo fake news para atacar a las instituciones, a los opositores políticos y a los medios.

Elegido presidente en octubre de 2018 -46,3% de votos en la primera vuelta, 55,13% en el segundo turno-, Bolsonaro se benefició del voto rechazo al PT, desgastado por quince años de gobierno y golpeado por los escándalos de corrupción. Pero no sorprendió a nadie con su desempeño al llegar a la presidencia. Su pasado era conocido, incluyendo su defensa de la dictadura militar (1964-1985), incluyendo homenajes a torturadores. Su agenda política, marcada por el más rancio conservadurismo, apoyado en los militares antidemocráticos y los evangélicos, también era conocida. Pero no se esperaba que, una vez en la presidencia, apoyase explícitamente manifestaciones golpistas, amenazara con no cumplir resoluciones de la justicia o alentara a la población a armarse para enfrentar a gobernadores adversarios.

El clima político que se ha creado en Brasil por el accionar de Bolsonaro y sus seguidores radicalizados, está en el origen de un movimiento en defensa de la democracia que incluye a medios de comunicación, intelectuales, artistas, partidos políticos, movimientos sociales y ciudadanos en general.

Muchos desearían que Brasil reviva algo parecido a la campaña de las “Directas ya”, que en el final de la dictadura (1984-1985) exigía en las calles que el gobierno militar permitiese la elección del futuro presidente mediante el voto directo de los ciudadanos. A pesar de que el general Figueiredo -último jerarca del gobierno militar- calificó este movimiento de “subversivo”, la movilización de millones de personas marcó el final del período militar. Pero la situación es claramente diferente: en aquél momento se vivía la euforia por la lucha contra una democracia. Ahora es una democracia que lucha contra el autoritarismo y los intentos de los que predican la ruptura democrática. Y el nivel de unidad de las distintas fuerzas políticas está lejos de alcanzarse.

El punto culminante de la campaña por las “Directas Ya” se logró en enero de 1984, cuando un millón y medio de personas se concentraron en São Paulo para dar el puntapié final a la dictadura. En el escenario había políticos de distintas tendencias. Algunos fallecidos, como Tancredo Neves y Mário Covas; otros vivos, como los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva. Pero ese espíritu unitario no se ha conseguido ahora. Lula no quiere saber nada de aparecer con su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, en una postura que no entienden algunos de sus compañeros del PT.

Pero los principales medios masivos de difusión sí han tomado partido activamente a favor de la democracia. Folha de S. Paulo lanzó el domingo, 28 de junio, una campaña en defensa de la democracia, explicando en un suplemento especial lo que fue la dictadura. El diario incluso cambió su lema de portada: en vez de “Un periódico al servicio de Brasil”, colocó el de “Un periódico al servicio de la democracia”. El otro gran diario de la capital económica del país, O Estado de S. Paulo, no se cansa de hablar de los “camisas pardas” bolsonaristas. Y el grupo Globo, que incluye al canal de televisión más visto de Brasil -con una audiencia superior a la suma de sus competidoras-, se situó también en primera fila del combate a los avances autoritarios del presidente.

Los medios son uno de los objetivos favoritos del mandatario brasileño, que no se privó nunca de atacarlos y tratar de desprestigiarlos. A fines de mayo, los principales medios decidieron no cubrir más la salida del presidente a la salida del Palacio de la Alvorada, su residencia oficial, momento en que suele tener un pequeño grupo de seguidores que acosan a la prensa. No solo Bolsonaro no impide estas agresiones, sino que echa leña al fuego. Y llegó a amenazar a la cadena Globo con no renovarle la licencia en 2022, lo que lo igualaría con Hugo Chávez, cuando hizo lo mismo 2007 con la cadena RCTV (Radio Caracas Televisión). Bolsonaro acusó a Globo en diversas oportunidades de practicar un periodismo “canalla”, “podrido”, “repugnante” e “inmoral”.

Ni siquiera los caricaturistas se libran de la furia bolsonarista. El dibujante Renato Aroeira, que representó a Bolsonaro con un bote de pintura interviniendo el símbolo de la Cruz Roja para convertirlo en la cruz gamada del nazismo, fue acusado de calumnia y difamación apelando a una vieja ley de la dictadura. Y la misma acusación recibió el veterano y respetado periodista Ricardo Noblat, que compartió el dibujo en su blog de la revista Veja. Aroeira recibió el apoyo de la mayor parte de sus pares, que reinterpretaron su dibujo y los publicaron en medios de todo Brasil.

Para João Cezar de Castro Rocha, uno de los principales críticos literarios del país, que acaba de escribir un libro sobre el discurso del bolsonarismo, la guerra cultural que lleva adelante el mandatario y su grupo “es más grave y amenazadora que la dictadura”. Este relato se basa en tres pilares: una traducción insensata de la doctrina de la seguridad nacional para tiempos democráticos, una adhesión a las teorías conspirativas que propone el libro “Orvil” y un seguimiento de los conceptos del gurú de la ultraderecha, Olavo de Carvalho, residente en los Estados Unidos.

El libro “Orvil” (Livro al revés, en portugués), es un texto hasta hace poco de circulación muy reducida, que fue la respuesta militar al “Brasil Nunca Más”, el informe que demostró los crímenes de la dictadura. En la introducción de “Orvil” se afirma que la historia republicana brasileña, desde 1922, sería una tentativa constante de los comunistas para tomar el poder, establecer una dictadura del proletariado y convertir a Brasil en una China tropical.

En cuanto a la prédica de Olavo de Carvalho, de Castro Rocha cree que le aporta al bolsonarismo el lenguaje y la retórica del odio que le sirve en su guerra cultural, en la que los objetivos son las instituciones ligadas a la cultura, la ciencia, la educación, el medio ambiente, los derechos humanos y la ciudadanía.

La ofensiva bolsonarista contra las instituciones democráticas ya había sido denunciada en febrero de este año por artistas e intelectuales de Brasil y de otros países del mundo, con nombres como los de Sting, Chico Buarque, Willem Dafoe o Caetano Veloso. Los nombramientos de Bolsonaro al frente de organismos como el ministerio de Educación o la secretaría de Cultura, ponen de manifiesto el enfoque ideológico ultraconservador. Los casos abundan, pero valga un ejemplo. En enero de este año, el entonces secretario de Cultura, Roberto Alvim, promocionó el premio nacional de las Artes parafraseando un conocido discurso del jerarca nazi Joseph Goebbels, con música de la ópera Lohengrin, de Wagner, sonando de fondo. No tuvo más remedio que presentar su dimisión. 

El Brasil que resiste a Bolsonaro