jueves. 28.03.2024
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Estos días ha empezado a Doha (Qatar) la conferencia de paz intra-afgana, entre el Gobierno afgano y los talibanes, bajo el patrocinio de los EEUU y Qatar, para conseguir un acuerdo político que permita la paz al país.

De momento ya sabemos quién saldrá perdiendo en este posible acuerdo, el 50% de la población afgana constituido por la población femenina.

La actual situación en Afganistán no es nada positiva para las mujeres, que incluso en el espacio donde manda el Gobierno afgano, están situadas en una condición de inferioridad respete los hombres y con unos derechos muy limitados bajo los principios de la aplicación de la ley islámica. En las conversaciones de paz de Doha los talibanes ya han planteado que un posible acuerdo solo puede pasar por un futuro político islámico. Esto solo significa un futuro con una aplicación todavía más rigorista del islam. Lo cual comportaría sin duda una pérdida todavía mayor de los mínimos derechos que las mujeres todavía puedan tener.

La situación de las mujeres en Afganistán no siempre ha estado así. Durante buena parte de la mitad del siglo XX, bajo la monarquía hubo intentos de liberalizar el país y consecuentemente la situación de las mujeres. A pesar de ello la resistencia conservadora obstaculizó la normalización de su situación. Hay que tener en cuenta que Afganistán ha estado siempre en un estado muy complejo con una fuerte influencia tribal, de las autoridades religiosas islámicas y del poder de los terratenientes, en gran parte cultivadores de opio, todos ellos de carácter muy conservador especialmente en las zonas rurales.

Dicen que el progreso de un país se puede mesurar por la situación en que se encuentran las mujeres. En este sentido en Afganistán el momento más avanzado socialmente vino de la mano de la proclamación en 1973 de la República Democrática de Afganistán llevada a cabo por el Partido Democrático Popular de Afganistán con el apoyo del ejercido, con muchos de sus cuadros formados en la URSS, y los trabajadores industriales de las ciudades. La República redactó una Constitución donde se establecía un estado laico y la igualdad entre hombres y mujeres. Se potenció la industrialización, con el apoyo de los países de la Europa del Este, así como importantes campañas sanitarias y de alfabetización que incluía la instrucción de las mujeres en aulas mixtas.

También se prohibió el uso del “burka” y se animó a las mujeres a dejar de llevar el velo. Se puede decir que la segunda mitad de los años 70 fueron como una llegada de la primavera para las mujeres con una revolución de los derechos sociales que especialmente en Kabul comportó una situación excepcional en su historia. El año 1978 se estableció legalmente la igualdad de derechos entre las mujeres y los hombres.

Asimismo se promovió la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, y especialmente en sectores como la sanidad, la educación y el funcionariado su presencia fue muy importante, el 40% de los médicos eran mujeres y así como más de 22.000 maestras y su presencia fue muy intensa en las campañas de alfabetización promovidas en las zonas rurales.

Especialmente valiosa fue la constitución del Consejo de las Mujeres Afganas que tuvo una gran influencia en la sociedad y en el gobierno. Sin duda el periodo de la República Democrática ha sido aquel en el que Afganistán ha tenido más mujeres profesionales.

En paralelo, el proceso de modernización incluyó un programa social con una profunda Reforma Agraria que trató de expropiar tierras en los terratenientes y darlas a los campesinos.

Todos estos programas de cambio provocaron la enemistad y la reacción de las clases sociales tradicionales que hasta entonces habían tenido el poder y que eran contrarias tanto a las reformas sociales como las económicas. Estos sectores conservadores como los terratenientes y el clero tradicional islámico, con gran poder en las zonas rurales veían un ataque a su hegemonía. Ahí nace la oposición en la República Democrática, se trata de una lucha entre la tradición y la reforma y que muy gráficamente opone la extensa y remota sociedad rural afgana con el mayor cosmopolitismo de las ciudades, en especial de Kabul.

Afganistán siempre ha sido un país con fuertes turbulencias y difícil de gobernar y más difícil de conquistar como muy bien lo sufrieron potencias como la Gran Bretaña en tiempo del imperio donde siempre fracasó en el intento de conquistar Afganistán.

Los poderes rurales conservadores impulsaron el movimiento del “muyahidines” que provocaron una importante guerra de desgaste al Gobierno y al ejército, especialmente a partir del momento en que los Estados Unidos se dedican a financiar con dinero y armamento el movimiento insurgente, mientras desde los sectores más conservadores de los países musulmanes se impulsa una gran corriente de voluntarios que van a hacer la “guerra santa” en tierras afganas. De estos voluntarios surgirá Osama Bin Laden y Al Qaeda, a los que en aquel momento el Presidente Reagan califica como “luchadores por la libertad”.

El resto es suficiente conocido, la invasión por parte de las tropas soviéticas, la victoria del “muyahidines”, la posterior derrota de estos por los “talibanes”, el régimen de terror extremo de estos. La regresión total del país en todos los campos económicos y sociales, especialmente regresivos en cuanto a los derechos de las mujeres y a su consideración como seres supeditados a los hombres. En definitiva un largo y tenebroso túnel en todos los sentidos. Por último la intervención de los Estados Unidos y de Occidente en una guerra inacabable contra los talibanes a los que no pueden ganar. Y finalmente la decisión de Trump de salir como sea de Afganistán para salvar la cara, aunque sea al precio de dejar el país en poder de un movimiento tenebroso que aplicará un rigorismo islámico fanático que volverá al país a situaciones previas al siglo XX. Un movimiento que nunca hay que olvidar fue financiado e impulsado por los Estados Unidos en el marco de la “guerra fría” y que tiene en todo un pueblo y especialmente las mujeres afganas a sus víctimas.

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