viernes. 29.03.2024
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Quizás el secreto esté en su asentada tradición para hacerlo de forma compleja, tratando de aunar los intereses de los estados, de las instituciones y de las grandes familias políticas, o mejor aún, porque tales intereses terminan equilibrándose sin imponerse totalmente unos a otros

El acuerdo de la Cumbre del Euro con Grecia y sobre Grecia demuestra, una vez más, que los defectos de la construcción europea terminan siendo sus virtudes. En este caso, su extrema complejidad.

Si tras un referéndum como el del 5 de julio, cuando todos los puentes entre Atenas, Bruselas y el resto de capitales de la moneda única parecían volados, se ha conseguido mantener a Grecia en el euro gracias al acuerdo adoptado tras 17 horas de Cumbre del Euro, es que la Unión tiene todavía capacidad para gestionar las crisis con garantías de éxito.

Como decía, quizás el secreto esté en su asentada tradición para hacerlo de forma compleja, tratando de aunar los intereses de los estados, de las instituciones y de las grandes familias políticas, o mejor aún, porque tales intereses terminan equilibrándose sin imponerse totalmente unos a otros.

El fin de semana ha sido un ejemplo claro de ello: un Primer Ministro de la izquierda radical ha logrado no salir de la moneda única, introducir la discusión sobre los plazos y tipos de la deuda griega y arrancar un plan de inversiones para el crecimiento, al tiempo que otros de sus pares (Merkel –con la permanente sombra de Schäuble sobre sus decisiones- y los de Holanda, Finlandia y los países bálticos, entre otros) han arrancado parámetros sin vuelta de hoja para garantizar la devolución de los futuros montos del tercer rescate.

Y en medio de todos ellos, líderes como los socialistas Hollande, Renzi y Schulz, y democristianos como Juncker, que han jugado un papel de moderación y entendimiento sin el que difícilmente se entendería el éxito conseguido a primera hora de la mañana del 13 de julio.

La UE y el euro son logros que nadie en su sano juicio debería querer romper. Ni apostando a una falsa soberanía nacional, ni creyéndose más democráticamente legitimado que los demás, ni arrogándose la autoridad moral de la austeridad como valor en sí mismo.

Quizás estas semanas sirvan para que todos los actores comunitarios lo entiendan y no se vuelva a tensar la cuerda hasta el nivel de las últimas semanas, porque quien sufre son, primero, los ciudadanos (vía corralito, por ejemplo) y, luego, la imagen de la UE.

Nadie dijo que el camino de la construcción europea fuera fácil. ¡Cómo iba serlo dar forma a la primera democracia supranacional existente en la historia a 28! Habrá muchas más crisis y contradicciones. Pero todas podrán superarse si somos capaces de culminar la unión política, económica y social, dotando a la Unión de mejores procedimientos de toma de decisiones (con el fin de la unanimidad) y mayores medios.

Probablemente sea esa la primera lección de estos días: que la Europa federal es la solución, no el repliegue a conceptos nacionalistas que no llevan a ninguna parte. Con una segunda: que la austeridad por la austeridad sin políticas de crecimiento tampoco.

Para que todo termine bien para los griegos y el resto de los europeos deberán cumplir fielmente lo acordado. Quizás ello conlleve un gobierno o una mayoría parlamentaria de concentración en Atenas. Si es así, será una buena noticia.

Pero también lo sería que los más duros de los gobiernos conservadores entiendan que la inflexibilidad es lo contrario al espíritu europeo, siempre y cuando la confianza y el respeto a lo negociado se mantengan.

Los mejores sueños son los que se hacen realidad. Los que solo son sueños, sueños son. Y la UE es de los primeros. Afortunadamente.

¿Por qué el sueño europeo sigue caminando?