jueves. 18.04.2024
europa
Foto: Parlamento Europeo

El avance de fuerzas políticas xenófobas y la extensión del odio al inmigrante entre una parte significativa de la ciudadanía europea, son signos inquietantes de la fragilidad de los cimientos éticos y los valores democráticos sobre los que se sustenta hoy la unidad europea

La Unión Europea (UE) y el euro son proyectos reversibles. El Brexit muestra que el avance del proyecto de unidad europea no está exento de potenciales retrocesos y de los correspondientes costes. Ese carácter revocable del proceso de unidad europeo ya se hizo evidente en 2015, cuando el todopoderoso ministro de Finanzas alemán Schäuble le enseñó la puerta de salida de la eurozona y la UE a su homólogo Varoufakis, en el caso de que el Gobierno griego hubiera mantenido su intención, con o sin el respaldo de un referéndum, de incumplir las condiciones para un tercer rescate que suponía aceptar la brutal y destructiva senda de consolidación fiscal y austeridad marcada por las instituciones comunitarias.

Schäuble consideraba que la salida de Grecia haría más fuerte a Europa y daría un ejemplo claro de que las políticas de austeridad y devaluación salarial no eran una opción entre otras posibles para los países del Sur de la eurozona: la única alternativa a la austeridad que Schäuble estaba dispuesto a admitir era que Grecia abandonara la UE y emprendiera una aventura cargada de riesgos. El pueblo griego no estaba dispuesto a correr tales riesgos y lo demostró en las elecciones de septiembre de 2015 al revalidar la mayoría de Syriza y dar la espalda a la escisión que protagonizó Unidad Popular, cuyas propuestas de romper con el euro y la UE consiguieron un exiguo porcentaje del 2,86% o 155.242 votos que no permitieron su entrada en el Parlamento.

Syriza puso en cuestión las políticas de austeridad impuestas a Grecia e impugnó la continuidad de las transformaciones neoliberales que se pretendían con esas políticas, pero perdió esa batalla. Y tras perderla atendió los nuevos requerimientos y objetivos que marcó la mayoría social griega tras la derrota. No puede calificarse de traición. Es, sencillamente, una derrota. La salida del euro y la UE no era respaldada por la mayoría de la ciudadanía griega ni por la mayoría del electorado de izquierdas. La mayoría social y, con ella, Syriza no aceptaron embarcarse en la aventura de salir de la UE y optaron por no prolongar una confrontación en la que era evidente la enorme diferencia de fuerzas.     

Pero volvamos al presente. El avance de fuerzas políticas xenófobas y, en paralelo, la extensión del odio al inmigrante entre una parte significativa, aunque aún lejos de ser mayoritaria, de la ciudadanía europea, son signos inquietantes de la fragilidad de los cimientos éticos y los valores democráticos sobre los que se sustenta hoy la unidad europea. Y algo similar ocurre con la deriva autoritaria de algunos gobiernos (los de Hungría y Polonia son los casos más llamativos, pero es una metástasis que se observa más allá de estos dos países) que no dudan en cuestionar el imperio de la ley y la separación de poderes o toman decisiones que manifiestan su escaso respeto por los derechos humanos de las minorías con identidades étnicas, nacionales, religiosas o sexuales que las autoridades no consideran parte de los rasgos nacionales que son merecedores de la protección del Estado. Las tendencias son preocupantes y muestran signos de retroceso y riesgos de desmembramiento del proyecto europeo.

brexit

1. No da igual que el euro y la UE desaparezcan

Defender el euro y la unidad europea significa hoy capacidad de ofrecer a la ciudadanía propuestas viables que permitan mejoras reales en el bienestar de la mayoría social, la protección de los sectores más desfavorecidos o en riesgo de exclusión social

A menudo se da por descontado que la democracia es un valor intrínsecamente unido al proyecto de unidad europea, pero la realidad nos muestra el deterioro de los sistemas democráticos realmente existentes y la poca estima que tienen a la democracia fuerzas políticas y líderes en ascenso que la confunden con un simple mecanismo electoral que facilita la concentración del poder en manos de los partidos que ganan las elecciones. 

A esas dos lacras de la xenofobia y el autoritarismo que recorren Europa hay que sumar el avance de las concepciones que identifican la soberanía nacional con un ejercicio absoluto de autoridad que no admite restricciones ni condicionamientos de ningún tipo en el territorio delimitado por el Estado. Consideran que cualquier cesión democrática de capacidad de decisión a instancias supraestatales o mundiales como un atentado contra la soberanía nacional. Y por esta vía llegan a confundir la soberanía nacional con un repliegue identitario y con un proteccionismo en el que el reforzamiento de las fronteras nacionales, con el objetivo de impedir la entrada de inmigrantes, refugiados e importaciones, proporcionaría mayor capacidad de decisión frente a los mercados y las fuerzas de la globalización. Confusión interesada e hipótesis más que dudosa.  

Esa deriva política, ideológica y social que sufre Europa favorece las propuestas de reforzar los muros y fronteras nacionales y facilita la minusvaloración de las posibilidades que ofrece la unidad europea para defender identidades nacionales abiertas e inclusivas, compatibles con una nueva identidad europea emergente, y preservar mejor los intereses nacionales de los Estados miembros desde una plataforma común, europea, que proporcione una posición más influyente en la consecución de una globalización regulada, multilateral y democrática que permita a las economías más frágiles calibrar los ritmos, las reservas y la profundidad de su inserción en la globalización.

Si esa inclinación soberanista y proteccionista cargada de xenofobia progresa, no es descartable que llegue un momento en el que la pervivencia de la UE y la eurozona suponga más costes y riesgos que ventajas y oportunidades para los países del Sur de la eurozona; especialmente, si persiste la parálisis actual o no se llevan a cabo las reformas estructurales e institucionales de cierto calado que se necesitan para que la eurozona funcione mejor y no acabe naufragando por sus propias inconsistencias.

Aún estamos lejos de una situación en la que los costes de mantenerse en la eurozona y la UE sean insoportables o superen a las ventajas, pero llegados a ese punto crítico la negociación para un desmantelamiento consensuado del euro sería esencial. Mientras no se llegue a ese umbral, hay que defender el euro y la unidad europea. Y esa defensa no es posible desde la pasividad o el inmovilismo ni con proclamas generales de más Europa que no sirven para nada o, peor aún, no tienen ningún contenido económico o político prácticos y, por ello, exacerban los sentimientos nacionalistas de carácter exclusivista que creen que la salvación está en recuperar la completa soberanía nacional y volver a un imposible y empobrecedor proteccionismo. Defender el euro y la unidad europea significa hoy capacidad de ofrecer a la ciudadanía propuestas viables que permitan mejoras reales en el bienestar de la mayoría social, la protección de los sectores más desfavorecidos o en riesgo de exclusión social y la superación de las políticas económicas actuales que se inscriben en una estrategia conservadora de austeridad y devaluación salarial que aboga por recortar bienes públicos y reducir costes laborales y fiscales como única fórmula para recuperar la competitividad e incrementar la competencia entre las economías de los Estados miembros.

No da igual que la eurozona se deteriore o desaparezca, arrastrando en su caída a la UE. La unidad europea es, sigue siendo pese a sus insuficiencias y a la senda menguante que siguen los bienes públicos, la protección social y las transferencias a pensionistas y personas desempleadas, un islote de bienestar frente a los riesgos, incertidumbres y crisis de muy diverso tipo que amenazan la paz, la estabilidad y la prosperidad mundiales. Y podría serlo mucho más si se realizaran las reformas adecuadas.

2. La salida del euro no es una alternativa progresista ni realista

La mayoría de la ciudadanía de los países de la eurozona está a favor de una unión económica y financiera con una sola moneda, el euro

La confirmación de la posible implosión o desmantelamiento desordenado de la eurozona sería una catástrofe, especialmente para los países del Sur de la eurozona. La teórica alternativa de salida unilateral del euro que defienden la extrema derecha xenófoba y, con otros objetivos y razones, una parte minoritaria de la izquierda es impracticable por múltiples motivos. Mencionaré muy brevemente los que me parecen de mayor importancia:

Primero, el euro ha propiciado una integración muy intensa de las economías de la eurozona en un mercado único y largas cadenas de valor en procesos de producción y comercialización compartidos que de romperse (o deteriorarse) con la salida del euro ocasionarían una importante desorganización que llevaría años o décadas superar.

Segundo, la recuperación de una moneda nacional y la soberanía monetaria sería en gran parte irreal, ya que la nueva moneda de un país de potencia y tamaño medios, como la mayoría de los Estados miembros de la UE, sería un objetivo fácil de batir por los grandes especuladores en los mercados de divisas.

Tercero, la gran mayoría de los países de la eurozona mantienen altos niveles de deuda externa bruta nominada en euros, que en España suponen para el conjunto de los agentes económicos públicos y privados alrededor del 230% del PIB. Porcentaje que se multiplicaría, en el caso de crear una nueva moneda nacional devaluada, y que acarrearía la imposibilidad de obtener nueva financiación en los mercados internacionales y cumplir con los pagos comprometidos.

Cuarto, la dependencia externa energética y tecnológica no tiene solución a corto y medio plazo y se traduce en una mínima elasticidad demanda-precio de las importaciones que son imprescindibles para mantener la actividad económica. El encarecimiento de esas importaciones provocaría inflación importada, empobrecimiento inmediato de la mayoría social, reducción del producto y el empleo y mayores dificultades para impulsar la modernización productiva.

Quinto, la salida de la UE aumentaría la incertidumbre y los riesgos económicos y sociopolíticos, con la consiguiente salida de capitales, aumento de los desequilibrios por cuenta corriente y mayores dificultades para obtener la imprescindible financiación externa para atender el pago de la deuda externa o intentar renovarla a tasas de interés asumibles.

Y sexto y último, pero quizás la razón más importante para rechazar la propuesta de salida del euro, la mayoría de la ciudadanía de los países de la eurozona está “a favor de una unión económica y financiera con una sola moneda, el euro”. Según el último Eurobarómetro-89 de marzo de 2018, un 74% de la población encuestada se pronuncia a favor del euro frente a un 20% que se manifiesta en contra; en España, los porcentajes son aún más favorables al euro, un 76% frente a un 19%. Y eso, a pesar de las divisiones y la parálisis mostradas por las instituciones comunitarias en los dos últimos años y del avance de las fuerzas derechistas xenófobas favorables a un mayor proteccionismo incompatible con el proyecto de unidad europeo, el mercado único y el euro.

Confrontados a un debate en el que se expliciten las razones antes mencionadas y los enormes riesgos que supondría la salida unilateral del euro y la UE, no creo que haya dudas razonables sobre el pronunciamiento de la gran mayoría de la ciudadanía europea a favor del proyecto de unidad europea, el euro y unas reformas estructurales e institucionales que permitan mejorar el funcionamiento de la eurozona, recuperar los principios comunitarios de solidaridad, cooperación y cohesión y concretar esos valores en políticas comunitarias que devuelvan a la UE la capacidad de proteger e ilusionar a la ciudadanía europea.

¿Es la salida del euro una alternativa real?