viernes. 19.04.2024
francia
Foto: www.redes.org.uy

Uno de los grandes eslóganes de mayo del 68 clamaba que la barricada “cierra la calle pero abre el camino”

Tenía 21 años y era estudiante de botánica y militante ecologista. Rémi Fraisse estaba en el lugar equivocado cuando una granada arrojada por la Gendarmería acabó con su vida de ciudadano corriente que compartía el pequeño combate de varias decenas de jóvenes contra el proyecto de represa de Sivens, a unos 40 kilómetros de Toulouse.  Esta iniciativa del departamento del Tarn -al sur de Francia- y de la Conferencia Hidrográfica del Garona conlleva la destrucción de 13 hectáreas de humedales y pone en peligro un centenar de especies protegidas.

Esta presa, que se convertiría en una reserva de agua de 1,5 millones de metros cúbicos de agua, beneficiaría a apenas 40 explotaciones agrícolas. La acción de los militantes ecologistas y altermundialistas en la zona no se ha limitado a simples manifestaciones sino que en las últimas semanas habían acampado y ocupado el terreno previsto para la construcción de la represa.

Sivens tiene un antecedente si cabe más mediático, aunque sin pérdidas humanas. El proyecto de aeropuerto de Notre Dame des Landes, en el extrarradio de Nantes, pretendía crear un gran aeródromo internacional en el oeste de Francia para reemplazar al aeropuerto de Nantes-Atlantique. Más allá de las 2000 hectáreas de terreno agrícola que serían expropiadas y de las 230 hectáreas de bosque y humedales devastadas, este nuevo aeropuerto quedaba en entredicho por la presencia de alternativas menos nocivas para el medioambiente así como por el elevado coste del proyecto en un contexto económico de austeridad dominante y, sobre todo, por la dudosa necesidad de construir una infraestructura de esta magnitud en una región poco poblada y con un tráfico aeroportuario reducido. La presencia de varios centenares de militantes altermundialistas y ecologistas en lo que llamaron Zone à défendre (“zona a defender”) o ZAD llevaron a una ocupación duradera y pacífica que logró paralizar el proyecto, impulsado personalmente por el ex primer ministro Jean-Marc Ayrault (antiguo alcalde de Nantes) y con la multinacional Vinci, principal actor de las obras, como brazo ejecutor.

Ambos casos ponen de manifiesto que la resistencia surge cuando los debates públicos organizados en torno a determinados grandes proyectos desoyen de manera sistemática el “impacto medioambiental” que subrayan las organizaciones ecologistas. La alianza entre consejos regionales, departamentos y empresas privadas en un contexto de democracia representativa regida por partenariats public-privé (colaboraciones entre entidades públicas y empresas privadas) de dudosa transparencia bloquean cualquier objeción o propuesta alternativa. Y el camino de la ocupación del terreno o del enfrentamiento con las autoridades se abre de forma irremediable.

Francia no es el único país que ha visto nacer grandes movilizaciones en torno a grandes proyectos con un impacto ecológico notable. En 2011, los habitantes de Haining, en China, habían forzado por medio de graves disturbios el cierre de una empresa de paneles solares que había contaminado con productos químicos un río próximo, lo que habría llevado a un aumento exponencial en el número de muertes por cáncer en la región. Similar al caso de Sivens, aunque con mayor repercusión, fue la suspensión del proyecto HidroAysén en la Patagonia chilena, que preveía la construcción de cinco centrales hidroeléctricas. La contestación ciudadana en todo el país llevó a la suspensión del proyecto. En Europa, el gran proyecto inmobiliario promovido por el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan en 2013 para transformar el parque Taksim-Gezi de Estambul en un gran centro comercial encendió la mecha de unas protestas insólitas en un país más acostumbrado a los golpes de Estado que a las revueltas ciudadanas.

Uno de los grandes eslóganes de mayo del 68 clamaba que la barricada “cierra la calle pero abre el camino”. Casi cincuenta años más tarde, los principios soixante-huitards se han transformado en una toma de consciencia de las consecuencias ecológicas de determinados proyectos, en una abnegación inquebrantable dispuesta a contrariar al autismo político. En el camino hacia una sociedad responsable desde el punto de vista medioambiental, las barricadas verdes parecen la única solución para ofrecer una dimensión diferente a la lógica electoralista de los poderes públicos.  

La resistencia se viste de verde