viernes. 19.04.2024
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Habrá que esperar a los resultados definitivos para ver los márgenes de error y aproximación de esas previsiones y hasta qué punto es viable una alianza parlamentaria y gubernamental distinta a la hasta ahora vigente gran coalición

Este domingo, 24 de septiembre, se celebran elecciones federales en Alemania. Merkel y la coalición electoral de derechas (la democristiana CDU/CSU) que encabeza tienen asegurada su victoria. Por cuarta vez consecutiva Merkel será canciller y encabezará el nuevo Gobierno alemán. Y así lleva desde 2005.

Tras una campaña electoral de baja intensidad, la socialdemocracia alemana (SPD) también se asegura su amable y colaborador papel de segundón dispuesto a servir de soporte al liderazgo que en Alemania y en la UE ejercen Merkel y su inamovible y todopoderoso ministro de Finanzas Schäuble. Si Merkel necesita el voto socialdemócrata para construir una mayoría parlamentaria que ofrezca suficiente estabilidad y respaldo a otro Gobierno de gran coalición podrá contar, sin duda, con el SPD.

Aunque tanto democristianos como socialdemócratas obtendrán menos porcentaje de votos que en las anteriores elecciones generales de 2013 (41,5% y 25,7%, respectivamente), las encuestas señalan que rozarán ahora el 60%, con un 36% para la CDU/CSU y otro 22% para el SPD, y una mayoría parlamentaria aún más significativa, dado el sistema electoral mixto, proporcional y mayoritario por el que cada votante elige a un candidato (primer voto) y a una lista del partido que prefiere (segundo voto) por su circunscripción, con un umbral mínimo del 5% para entrar en el Parlamento federal.

Los últimos sondeos de opinión realizados entre el 14 y el 21 de septiembre por los principales institutos demoscópicos alemanes (GMS, Forsa, Allensbach, INSA&YouGov, Emnid, FGW e Infratest dimap) a un total de 11.404 personas encuestadas presentan muy pequeñas diferencias en sus previsiones. En el gráfico se señalan las medias de los porcentajes alcanzados por cada partido en el conjunto de esos sondeos.

cuadro gabriel flores

Habrá que esperar a los resultados definitivos del domingo para ver los márgenes de error y aproximación de esas previsiones y hasta qué punto es viable una alianza parlamentaria y gubernamental distinta a la hasta ahora vigente gran coalición. En todo caso, CDU/CSU seguirá siendo el eje y socio mayoritario que articule la nueva mayoría gubernamental. El acuerdo con los liberales del FDP (con posibilidades de aproximarse al 10% de los votos y doblar los resultados de 2013) podría no ser suficiente y dejaría desguarnecidos demasiados flancos frente a la oposición. Integrar también a Los Verdes (con unas expectativas de mantenerse en el 8%) añadiría incertidumbre y excesiva complejidad en la gestión.

Por otro lado, la renovación de una gran coalición entre democristianos y socialdemócratas favorecería la colaboración entre las dos grandes fuerzas políticas europeas y entre los dos principales países de la eurozona. Cuestión esencial desde el punto de vista del bloque de poder que dirige el rumbo de Europa y las políticas e instituciones europeas. Hay muchos problemas que resolver en Europa y Merkel querrá asegurarse el mayor nivel de compromiso posible del SPD.

Problemas de tanta enjundia para el futuro de la UE y el euro y para la propia continuidad del proyecto de unidad europea como los siguientes:

 - Renovar y fortalecer el acuerdo franco-alemán para sacar a la UE y al euro de la delicada situación económica en la que se encuentran y atajar la desafección de la ciudadanía por una UE que ha dejado de emocionar y proteger a la mayoría.

- Negociar con el Reino Unido su salida de la UE, sin que su abandono aliente el soberanismo antieuropeísta ni suponga costes económicos para ambas partes.

- Facilitar las reformas estructurales emprendidas por Macron en Francia, impulsando un mayor crecimiento de la economía francesa con inversiones europeas que permitan compensar los costes económicos y sociales que generarán a corto plazo las reformas estructurales ya emprendidas o prometidas por el presidente de Francia.

 - Satisfacer las demandas de reforma institucional de la eurozona para que pueda funcionar mejor y desaparezcan los obstáculos que dificultan un mayor crecimiento y alientan la fragmentación y la heterogeneidad entre los Estados miembros y en el interior de cada Estado miembro, contraviniendo el principio comunitario de cohesión.

- Bloquear en los márgenes del escenario político y mantener bajo control tanto a la izquierda radical como a la pujante extrema derecha xenófoba y antieuropeísta.

También en Alemania, aunque de forma mucho más limitada que en Francia, la extrema derecha que se agrupa en Alternativa para Alemania (AfD) y la izquierda resistencialista que representa Die Linke consolidarán espacios electorales significativos. Die Linke lleva estancada en un porcentaje de alrededor del 10% desde 2005, pero en el caso de AfD alcanzará un porcentaje similar tras doblar el alcanzado en 2013 (4,8%), que dejó a la extrema derecha fuera del Bundestag por no llegar al 5%. Por ahora, esa consolidación electoral de los espacios políticos extremos, lejos de ser un peligro para los planes y políticas de Merkel, refuerza la centralidad política y el centro político que ocupan Merkel y la CDU/CSU a pesar de su desgaste y pérdida de votos a favor del neoliberalismo del FPD y del soberanismo xenófobo y antieuropeo de AfD.

Por su parte, la socialdemocracia alemana lleva años renunciando a construir una alternativa de cambio. Por un lado, el SPD parece tener demasiado miedo a las tensiones y la incertidumbre que supondría embarcarse en la tarea de disputar la hegemonía a la derecha democristiana y aspirar a construir una alternativa progresista que intente arrebatar el respaldo de la mayoría social que desde hace demasiados años mantiene la derecha. No se vive tan mal siendo parte del Gobierno de Merkel y, cuando tocan elecciones cada 2 o 3 años, ponerse el traje de faena y sacar a relucir durante unas pocas semanas los principios ideológicos contra las desigualdades sociales o a favor de la igualdad de oportunidades, unos salarios mínimos más elevados o una reforma fiscal que disminuya la presión fiscal sobre los hogares más modestos. Por otro lado, la mayoría social alemana está satisfecha con su actual situación, es optimista sobre el futuro de su país, se sitúa en el centro del espectro político y confía en Merkel. Y el SPD no quiere distanciarse de la sociedad ni, mucho menos, enfrentarse al imaginario asumido por la mayoría social alemana sobre las causas de los problemas económicos que sufren la UE y, especialmente, los países del sur de la eurozona, a los que acusan de seguir intentando vivir por encima de sus posibilidades y querer pagar con dinero alemán los excesos, el despilfarro y la corrupción que marcaron su trayectoria en los años previos al estallido de la crisis global en 2007-2008. Según esa interesada visión de la crisis, los países del sur de la eurozona necesitan disciplinarse con una cura de austeridad hasta que adquieran las virtudes de laboriosidad, ahorro y austeridad en los gastos que adornan al pueblo alemán.

Die Linke, con una implantación muy superior en el Este (antigua RDA) que en el Oeste (antigua RFA), también parece conformada a su suerte. Seguir siendo una fuerza política con un peso significativo social, sindical y electoral que se contenta con mantenerse indefinidamente en la resistencia, como un referente de la esforzada minoría que lucha y denuncia a la derecha, el fascismo y la xenofobia emergentes, las traiciones de la socialdemocracia y el capitalismo explotador. Su fuerte no son el diálogo y el acuerdo para impedir que la derecha siga utilizando las instituciones a favor de las grandes empresas y los sectores sociales con mayores rentas y patrimonios y para tratar de ponerlas al servicio de la mayoría social y utilizarlas como herramienta de protección de la minoría social desprotegida, empobrecida y en claro riesgo de exclusión social. Su fuerte son los principios, la denuncia y la agitación y a ellos se mantiene atada.  

Aunque la situación económica de Alemania es envidiable, con mínimas tasas de desempleo, altos niveles de renta y ahorro, muy fuerte superávit exterior, un peso industrial todavía muy notable, una especialización productiva en bienes y servicios de alta gama, unas equilibradas cuentas públicas… y un largo etcétera que justifican la satisfacción de la mayoría social alemana, hay también numerosos interrogantes y nubarrones de naturaleza política, económica y ecológica que ofrecen un amplio campo de acción a las organizaciones progresistas y de izquierdas en la disputa con la derecha por la hegemonía.

En Alemania también hay amplios sectores sociales que sufren algunos de los graves problemas que padecen, con mayor magnitud e incidencia social, los países del sur de la eurozona: aumento de las desigualdades; mucho empleo inseguro y mal remunerado; insuficiente inversión en educación, infraestructuras o tecnología digital; tasas de pobreza relativa en aumento, al igual que el número de trabajadores y pensionistas pobres. Y algunos factores específicos que generan crispación y miedos que son explotados por una extrema derecha que centra su propaganda en la cuestión migratoria, alienta la islamofobia y subraya las dificultades para sostener las pensiones de una población envejecida. Su denuncia de la cesión de soberanía al BCE y de las políticas de expansión monetaria que éste lleva a cabo resulta muy convincente para una población que ahorra cada vez más para asegurarse una jubilación confortable, objetivo al que no contribuye en nada las bajas tasas de interés ahora vigentes.

El caso es que las izquierdas alemanas, por unas cosas u otras, no ofrecen una alternativa creíble y viable a la derecha liderada por Merkel y a sus políticas de derechas. Y lo peor es que no parecen preocupadas por esa carencia. La mayoría social alemana, tampoco.   

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