jueves. 28.03.2024
macron

De joven, el flamante presidente francés quería ser dramaturgo. Con esa ambición sedujo a su profesora y terminó convirtiéndola en su esposa. Una historia personal casi insuperable, de esas que definen una biografía, que perfilan un carácter. Luego ha ido ampliando su producción, tanto en el terreno de la realización privada, como en el de la vida pública. Se encuentra ahora en plena ejecución de su obra maestra. Ha concluido con brillantez el primer acto (planteamiento: su ascenso político) y el segundo (nudo: la victoria electoral); le queda ahora el tercero (la realización: el gobierno).

UN ÉXITO A CABALLO DE LOS TIEMPOS

El gran desafío para Macron no estará en el escenario, sino en la platea, en parte en el patio de butacas y sobre todo en el gallinero, es decir, en los espacios alejados de las mejores posiciones de visión, en las fábricas, talleres, oficinas, aulas, ambulatorios, transportes públicos y demás lugares donde la derrota de la extrema derecha será alimento muy escaso para afrontar la dura vida diaria

Macron ganó las recientes elecciones francesas con un mensaje de optimismo, de confianza en las posibilidades del país y de reunificación de las energías nacionales y sociales. Nada original. Nada nuevo, pese a las favorables proyecciones mediáticas, basadas en el endeble argumento de que no pertenecía a los partidos tradicionales de la V República.

En política, hay pulsiones que, siendo muy superficiales, resultan muy eficaces. En tiempos de fatiga, de desconcierto, de escepticismo, la tentación de la novedad es muy poderosa. Macron representa eso: el espejismo de lo nuevo, de lo distinto, de lo positivo.

La victoria de Macron ha hecho que muchos analistas crean conjurado, al menos de momento, el peligro del populismo, del nacionalismo extremista, de la extrema derecha. Es una pretensión engañosa. En Francia, había un voto del miedo manipulado por Marine Le Pen y el Frente Nacional y un voto del miedo al miedo, sobre el que ha cabalgado con habilidad el candidato vencedor.

El nuevo tiempo en Francia no será muy distinto del viejo, pero tendrá un envoltorio distinto. Los problemas de un país no los cambia casi nunca unas elecciones, ni siquiera a veces una revolución (o varias, en cadena). La historia ofrece numerosos ejemplos de uno y de lo otro. En la política actual, tan importante es lo que pasa como lo que se representa. Macron es el resultado provisional de una fabulosa representación. Inacabada.

LOS PRIMEROS PASOS   

Macron-presidente tardará en diferenciarse del Macron-candidato. Parecerse lo más posible a lo que se dice ser es un activo carísimo en política, y más ahora cuando la confianza ciudadana anda tan escasa. Los primeros pasos en el Eliseo han sido muy calculados.

1) Visita a Alemania para unir su suerte a la de la dirigente política más estable de Europa: Angela Merkel. Macron dice recuperar un eje franco-alemán que, en realidad, nunca ha estado seriamente en cuestión. Hollande prometió liberarse de la austeridad, pero no quiso o no puedo hacerlo, y desde luego nunca se planteó impugnar la alianza estratégica con Alemania. Macron no inventa nada, ni siquiera reescribe esta parte del guion. Más bien, acentuará la tramoya. Inflará la agenda, con el consentimiento de Merkel, que puede servirse del joven líder francés para apuntalar sus ya sólidas perspectivas electorales en septiembre, como se ha visto con el batacazo socialdemócrata en la Renania del frenado Shultz. Macron y Merkel se encontrarán muy a gusto en el terreno compartido de la ambigüedad.

2) Nombra a un segunda fila de la derecha como primer ministro. Es difícil que pueda haber sorprendido la designación de Edouard Philippe. Su nombre circulaba hace días en las quinielas políticas. No ha pasado por alto que este político es uno de los veintiún parlamentarios que no ha cumplido estrictamente con las reglas de transparencia sobre patrimonio e intereses. Algo poco coherente con la regeneración que Macron proclama.

La selección del inquilino de Matignon no ha podido ser más cuidadosa. Macron ha elegido a un personaje secundario, sin ambiciones a corto plazo. Un político que interpreta bien el estilo macronista: dice que a veces es de derechas y a veces de izquierdas (sic).

Philippe, hasta ahora alcalde de Le Havre, una ciudad atlántica en la desembocadura del Sena, es un fiel de Juppé, el líder del sector moderado, más centrista de la derecha. Juppé fue derrotado por Fillon en las primarias con un programa contrario sin ambages al discurso nacional-populista que había ido calando en su partido desde los tiempos de Sarkozy.

La intención de Macron parece clara: elige a un dirigente de la derecha tibia para agudizar las contradicciones de Los Republicanos, afilar aún más el debate de las legislativas y cobrar ventaja en la más que probable batalla de la cohabitación. Macron ya despedazó al Partido Socialista. No es probable que haga lo propio con la derecha. Pero puede neutralizarla o dificultar sobremanera su labor de oposición. En eso parece estar. La composición del gobierno es corolario de lo anterior.

3) La conclusión de las listas electorales con la que competir con garantías en las legislativas de junio también lleva esa marca de ambición con formas suaves que caracteriza a Macron. El político externo a su formación que con más claridad apoyó su candidatura presidencial, François Bayrou, líder del centrista MODEM (Movimiento demócrata) ha empezado a probar los peligros de la engañosa suavidad de su socio político. Después de pactar con él o con sus colaboradores una reserva de puestos en las listas de las legislativas, se vio cogido de corto, en artimañas propias de la vieja política de siempre. Al final, tras poner el grito en ese cielo que Macron ocupa ahora casi en exclusiva, consiguió recuperar algunas posiciones en la batalla política. Pero la confianza puede haber quedado comprometida.

EL GRAN DESAFÍO

El gran desafío para Macron no estará en el escenario, sino en la platea, en parte en el patio de butacas (los poderes económicos que le reclamarán la involución social) y sobre todo en el gallinero, es decir, en los espacios alejados de las mejores posiciones de visión, en las fábricas, talleres, oficinas, aulas, ambulatorios, transportes públicos y demás lugares donde la derrota de la extrema derecha será alimento muy escaso para afrontar la dura vida diaria.

Para navegar en este horizonte de conflicto, Macron reescribirá el guion de identificar extrema derecha y extrema izquierda. Con la etiqueta de los extremos coincidentes intentará neutralizar la contestación, deslegitimarla, hacerla sospechosa. Le ha servido en la campaña, pero será mucho más difícil conseguirlo desde el Eliseo.

Macron puede maniobrar sobre el escenario dar continuidad a los actos anteriores. Pero igual que el acto tercero de una obra teatral exige máximo poder de convicción y una superior tensión dramática, gobernar es siempre más exigente que hacer campaña. Su anterior experiencia de gobierno al frente de Economía resultó decepcionante, pero consiguió que su responsabilidad se disolviera en la de su patrón Hollande. Ahora no tiene ese recurso. Macron ya no es un outsider. El poder lo ha colocado bajos los focos, en el lugar central, sin pausas ni escapes. Ningún otro tropiezo minimizará los que él pueda cometer sobre las tablas. La ambigüedad tiene los días contados. El optimismo está amortizado con la victoria. Ahora comienza el verdadero drama de gobernar. El acto decisivo. 

Macron: El acto decisivo de su gran obra teatral