domingo. 12.05.2024

Ni los campos de España son capaces de absorber tanta lluvia ni los españoles de asimilar tantos escándalos. Del Rey abajo, ninguna de las instituciones en las que se sustenta la democracia de la cuarta potencia económica europea se salva de la sospecha, cada vez más certeza, de desarrollarse en un clima de corrupción. Las aguas inundan pueblos, encharcan cosechas y desbordan los pantanos tras rebasar los límites de contención. Nos explican que es posible que superen el cien por cien de su capacidad, en un equilibrio inestable que se rompe con la última gota de aguante. No sé si los sociólogos y politólogos son capaces de prever el nivel de contención de la oleada popular de desafección y hartazgo que amenaza con hace saltar por los aires los muros de defensa del sistema, pero resultaría suicida que aquellos a los que hemos confiado con nuestros votos la gestión de la cosa pública, lo mismo da en el gobierno que en la oposición, no concentraran su trabajo en diseñar un proyecto común, innovador, que hiciera tabla rasa de la práctica degenerada del uso y del abuso de poder que o descubre día a día el titular de un periódico o un auto judicial.

Lamentablemente, sin embargo, los dirigentes políticos parecen más empeñados seguramente porque la actualidad les acosa- en responder a todas y cada una de las imputaciones que se les formulan con frases auto-exculpatorias y referencias a los pecados del rival, que a aplicar la cirugía que se demanda clamorosamente. La imputación de una infanta de España bajo la acusación de “cooperación necesaria” en la comisión de un delito trasciende ya la dialéctica partidaria del “y tú más” que había servido hasta ahora para calentar los ánimos de esas dos Españas que se arrojan a la cara los escándalos que les afectan. Si me sacas las fotos en el yate de un narcotraficante, yo desempolvo las tuyas con un constructor…Si te mofas de un aeropuerto en Castellón yo pongo el foco en Ciudad Real. Bárcenas existe para el común de los ciudadanos, salvo para el que ostenta la máxima responsabilidad en el partido del que fuera tesorero y el Gobierno de la nación. Sin ánimo de hacer un chiste fácil, que no está la cosa para bromas, Rajoy es un ectoplasma, una supuesta sustancia que desprende un médium, sin que ya acertemos a saber si es un ser real que convive con nuestros problemas o la imagen virtual de un político ausente que repite sin convicción la oferta de un futuro mejor para una fecha que se dilata en el horizonte temporal en cada una de sus anodinas comparecencias. La ceguera y el mutismo de Rajoy ante las prácticas corruptas de los sucesivos tesoreros de su partido han sentado doctrina entre sus más fieles, pero cada vez es más fácil detectar el hartazgo en sus propias filas y la complacencia con escritos tan demoledores como el que le dedicara recientemente nada menos que el director de “EL Mundo”. España no puede tener en estos momentos de agobio por el paro y la recesión, en un clima de desmoralización colectiva, un presidente de Gobierno que sea y parezca un mero espectador de la realidad, un médico que recetó al comienzo de la enfermedad un tratamiento equivocado que ha incrementado la fiebre y el dolor colectivo y sigue confiando en la sangría sin advertir que se precisa una transfusión.

Con la Jefatura del Estado sometida a un constante desgaste de prestigio, con un Gobierno incapaz y una ciudadanía harta de hacer sacrificios y despertarse cada mañana con noticias, como las clases gratuitas de golf de la familia Aznar o los negocios sanitarios de Lamela, que avalan su sospecha de que los culpables de la crisis se benefician de ella, no debe quedar otra salida que la confianza en la oposición, en la alternancia de poder. En circunstancias normales resultaría insensato no agotar el mandato electoral, pero no estamos en esa situación, sino en una emergencia. Los españoles, desencantados con la llamada clase política, según demuestran todas las encuestas, no lo están con la democracia. Desean, deseamos, escuchar un proyecto alternativo creíble. Y no hay mejor fórmula que la de la presentación de una moción de censura en sede parlamentaria. Un revulsivo de ilusión como aquel que protagonizara Felipe González, cuando la aritmética en los escaños se vio desbordada por el impacto social. Lo acaban de hacer los socialistas portugueses frente a otra mayoría absoluta. Todo, antes de que ahogados por la lluvia y las pésimas noticias, alguien empiece a añorar “la pertinaz sequía”.

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Una moción de censura