sábado. 20.04.2024

miedoDespués del 1-Octubre, el miedo que algunos sentían se ha centuplicado. Y posiblemente siga creciendo hasta niveles insospechados. La votación con ínfulas de referendo, sin ninguna garantía pero impulsada con mucha energía y organización, se ha beneficiado del acto publicitario de unos policías interviniendo en colegios que debían estar cerrados, y reprimiendo a quienes se negaban a entregar las urnas. Sí, esas urnas con aspecto de Tupperware tan bien escondidas hasta la hora cero.  

El bochorno de una acción violenta ha servido más a los promovedores del Independentismo que el desafío del referendo en sí. La actuación de las autoridades se ha ganado más opositores que la violencia de un President de la Generalitat que expone su población a los efectos de un acto ilegal. El duelo entre Puigdemont y Rajoy es como un enfrentamiento de aquellos que se pueden ver en el Far West, donde cada uno de los oponentes calcula su fuerza y rapidez, pero con mucha gente interpuesta. 

El sistema político español ha permitido la confusión. El inmovilismo es sistémico y en este contexto se mueve con soltura un independentismo catalán avasallador

Una buena parte de esa gente está bien organizada. Ve este duelo con ilusión, y augura con ello el fin de una represión que ejemplifican con la intervención policial. La otra parte -no menos importante- ve este proceso de independencia con temor. Estos últimos ciudadanos padecen otro tipo de represión: el miedo y un silenciamiento sutil impuesto en su propia comunidad. Ellos son la gran víctima de este duelo con final improbable. Ya no creen en el diálogo que algunos políticos o comentaristas siguen pregonando incansablemente. Temen por lo peor, una concatenación de hechos que nunca han deseado, pero no se atreven a expresarlo. Las calles y las circunstancias les impiden hacerlo. El mutismo se ha convertido en el mejor compañero. A falta de hacer parte de una de las numerosas maquinarias proselitistas que obran con notable organización en la ciudad condal, el silencio les garantiza lo único que tienen: un puesto, un ingreso o una cierta tranquilidad.  

“No hemos podido dormir mi mujer y yo”, cuenta Víctor*, un habitante de Barcelona que ha sido sorprendido en pleno viaje al extranjero por el retumbe comunicativo del 1-Octubre. Ya hace años que Víctor veía el aumento peligroso del nacionalismo, se indignaba por la propaganda nacional a cuenta de la Generalitat, y cada vez chocaba más con compañeros del trabajo. Ahora lo tiene claro: “Si Puigdemont ha llegado hasta aquí, no es para dialogar”, reflexiona.

El hombre de 50 años ve con pesimismo los acontecimientos. Las tres décadas de política nacionalista que empezaron con Jordi Pujol han ido formando un clientelismo muy determinado y permitido el desarrollo de plataformas cívicas extremadamente activas en el campo político. Del mismo modo han desarrollado medios de comunicación afines, han tomado control de ciertos sindicatos, subvencionado Ongs, penetrado las universidades y así es como ciertas asociaciones terminan teniendo un papel preponderante en la insurrección (como la Omnium Cultural o la ANC).

silence

Ante todo esto, aquellos que nunca se han involucrado en actividades patrocinadas por la Generalitat, y que no tenían como leitmotiv la defensa de un idioma, no tienen hoy adonde acudir, ni como encontrarse. El miedo les ha pillado desunidos, atomizados, frente a una maquinaria decidida, imparable, y alentada desde el poder.

- Hace tiempo que se veía venir, pero nadie hizo nada -lamenta Víctor resignado-.

Ser docente no es fácil. Pero ser docente y no compartir las ideas que hoy pregona Puigdemont desde la Generalitat es más difícil todavía. Montse* y Francesc* hacen parte de esos profesores que no tienen aspiraciones independentistas. 

Tras el 1-Octubre conversan en una terraza frente al hospital Sant Pau en un tono bajito, temerosos de que alguien les oiga o los delate. La calle se ha vuelto un espacio frío y traicionero. Hay que cuidarse.

- Yo no sé dónde va a terminar todo esto - dice Montse.
- Ellos saben muy bien - responde  Francesc.
- Vamos a terminar como apátridas.

El día del 1-Octubre tuvieron que acudir a la cita organizada por todos los profesores. Mostrar algo de reticencia hubiera supuesto para ellos ser tachados de insolidarios, o incluso “fascistas”, estigmas que circulan con mucha facilidad en estos tiempos. En la terraza, la fluidez de la conversación se ve muy afectada. El paso de un peatón impone un silencio. Sin embargo, alcanzan a expresar lo que sienten con frases a medias y palabras neutras.

Ellos esperan que el orden se restablezca. “Nadie hace nada”, se indigna suavemente Francesc después de un trago de cerveza. “Esto tampoco lo entiendo -repone Montse-. La izquierda sólo quiere ver caer a Rajoy, y la derecha no consigue ponerse de acuerdo con nadie”. 

El sistema político español ha permitido la confusión. El inmovilismo es sistémico y en este contexto se mueve con soltura un independentismo catalán avasallador. Ante este contexto, Francesc expresa lo que menos quiere:

- Nos tendremos que ir…

Teresa tiene su hijo de 6 años en un colegio de la Pobla de Segur. El muchacho lleva pocas semanas yendo a clases y, cuando Teresa se entera de que a su hijo le enseñan a cantar el himno catalán, se preocupa por la posibilidad de un adoctrinamiento temprano. 

Ella siempre quiso una educación armoniosa y multicultural para sus hijos, pero las imágenes de manifestantes con niños en hombros en medio de muchedumbres agitadas le hace cuestionar el sistema educativo.

Con el hijo trata de mantener un diálogo abierto:

- Está muy bien que sepas el himno catalán, hijo, pero quiero que sepas que nosotros no queremos entrar en esta óptica de que el catalán es mejor que otro. ¿Me entiendes? El niño se queda absorto. El tema es demasiado complejo para su edad. Entonces la madre le presenta las cosas desde otra perspectiva.
- Nosotros hablamos también español, alemán, inglés en casa. A nosotros no nos interesa el conflicto que pueda existir entre catalán y español…  El joven muchacho parece entender un poco más y trata de responder:
- Entonces, ¿el español es lo bueno?
- Tampoco. No es una guerra de buenos y malos, mi hijo. ¡No! Cada idioma tiene su valor y no hay que poner uno por encima del otro.  

La madre le cambia de tema. Sabe que no hay que insistir con estos asuntos para que no se conviertan en una obsesión, pero en su cabeza ya tiene planeado hablar con el profesor para entender cuál es el programa que persigue en su clase.


*Los nombres de los protagonistas de esta crónica han sido cambiados para mantener el anonimato de las personas involucradas.

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