sábado. 20.04.2024
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Hablar del asesinato de Enrique es seguir denunciando esa injusticia pasada pero que sigue presente, la de la impunidad del franquismo por crímenes como éste

En este 50 aniversario del asesinato de Enrique, seguimos recordándolo en este acto. Un acto que es ejemplo de la lucha permanente contra el olvido que hemos de mantener porque, como nos recuerda Reyes Mate, “la forma más perversa de olvido es privar de significación y de actualidad a la injusticia pasada”. Un encuentro que es continuidad de otros anteriores, como el que hace 10 años se organizó desde el Rectorado de la Universidad Complutense de Madrid. Ahora es desde el Ayuntamiento de Madrid  de donde viene esta iniciativa y lo agradecemos enormemente.

Hablar del asesinato de Enrique es seguir denunciando esa injusticia pasada pero que sigue presente, la de la impunidad del franquismo por crímenes como éste, como el que sufrió su compañero Javier Sauquillo y tanta gente que formó parte de los movimientos sociales, que fueron los verdaderos protagonistas de la oposición a la dictadura.

En efecto, Enrique participó, como muchos y muchas que estamos aquí, en un movimiento estudiantil que, a partir sobre todo de 1965, entró en una dinámica ascendente que logró acabar definitivamente con el SEU, ese sindicato oficial que tuvo a Martín Villa a la cabeza. Surgió así el SDEUM, el cual logró contar con el apoyo de una mayoría del estudiantado madrileño, como se demostraba en las elecciones libres que celebrábamos cada año y a cuyos representantes las autoridades académicas no tuvieron más remedio que reconocernos.

De 1965 a enero de 1969 fueron muchas las protestas en las que participamos luchando por las libertades y por otra Universidad, pero también mostrando nuestra solidaridad con los mineros asturianos y los trabajadores que se estaban organizando en Comisiones Obreras. El apoyo a la lucha del pueblo vietnamita frente al imperialismo estadounidense también estuvo presente, al igual que a los pueblos de América latina. No faltaba tampoco una actividad cultural intensa, como los actos y recitales de poemas de García Lorca y Miguel Hernández, Blas de Otero o Gabriel Celaya, animados por Paco Ibáñez, sin olvidar el que hicimos a finales de octubre del 68 en homenaje a León Felipe.

Antes, en mayo de ese mismo año, poco después de que se reabrieran algunos centros, como la Facultad de Políticas y Económicas, nuestra lucha dio un nuevo paso adelante. Allí se celebró el concierto de Raimon el 18 de ese mes, un acto que ha quedado como uno de los más emblemáticos de entonces y en el que quisimos mostrar nuestra solidaridad con la revuelta que se estaba desarrollando en Francia, como se puede comprobar con las pancartas que se exhiben allí.

Fue en ese curso 67-68 cuando pudimos compartir mucho más que la militancia, una nueva amistad, los jóvenes que formábamos parte del FLP, Enrique, Lola, Javier, Manolo, Miguel, yo y tanta gente dispuesta a luchar no sólo por las libertades sino también por “cambiar el mundo de base”.

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Lola González Ruiz, Enrique Ruano y Javier Sauquillo junto a la Casa de la Flores de Madrid. (Archivo de Ed. Tusquets)

A lo largo de esos intensos años no pudieron contra nuestro movimiento ni los expedientes académicos, ni las detenciones, ni la Policía de Orden Universitario creada en enero del 68, ni el juez especial de instrucción, pronto sustituido por el TOP, ni los cierres de Facultades, a los que respondíamos reuniéndonos en Colegios Mayores como el San Juan Evangelista, conocido como “el Johnny”, el Chaminade (masculinos ambos) o el Landirás (femenino); éste último ya desaparecido, pero en el que la actividad cultural crítica fue también creciente.

El golpe fue muy duro: habían asesinado a “uno de los nuestros”

Estábamos construyendo en realidad nuevos espacios autónomos de libertad frente a la dictadura y esto llevó a que a partir de octubre del 68, ya con un decreto contra bandidaje y terrorismo aprobado, se intensificara la represión. Así fueron aumentando las detenciones, con la permanente la obsesión de la Brigada Político-Social por descabezar y desarticular el movimiento y sus organizaciones políticas.

Llegó luego el fatídico 20 de enero de 1969, con el asesinato de Enrique. A mí me pilló la noticia recién llegado a Francia, después de haber escapado tiempo antes de una orden de caza y captura, en donde iba a solicitar el estatuto de refugiado político. El golpe fue muy duro: habían asesinado a “uno de los nuestros”, como recordaba recientemente Manolo Garí, alguien con quien, aun sin haber tenido tiempo de tejer una estrecha amistad en mi caso, compartíamos movimiento, organización, reuniones y, sobre todo, esa aspiración común a transformar el mundo y cambiar la vida.

A los pocos días era proclamado el estado de excepción, demostrándose así el fracaso de la dictadura para contener al movimiento mediante su presunta “liberalización”, como luego hemos podido leer en las Memorias de algunos de los dirigentes franquistas. El ministro de Información de entonces, Manuel Fraga Iribarne, ya lo hizo patente entonces queriendo justificar el crimen cometido contra Enrique y las detenciones masivas posteriores en nombre del temor a una confluencia entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero que pusiera en aprietos al régimen.

Concluyendo ya, de aquellos años nos queda mantener ese deber de memoria. Porque, como escribe Enzo Traverso, tenemos que compartir “el duelo por los compañeros perdidos”, pero también mantener vivo “el recuerdo de los momentos alegres y fraternales de la lucha por la transformación social mediante la acción colectiva”.

Hoy, afortunadamente, existe un movimiento memorialista intergeneracional que, con el apoyo del Comité de Derechos Humanos de la ONU, reclama Memoria, Verdad, Justicia, Reparación y Garantía de No Repetición para Enrique y para todas las víctimas de la dictadura. Y la querella de la CEAQUA está ahí presente. Con ese movimiento y con iniciativas como ésa continuaremos esta lucha permanente contra el olvido.

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