miércoles. 24.04.2024

1087682403_850215_0000000000_sumario_normalMuchos de los sujetos que se adentran en redes de radicalización y posterior integración en estructura terrorista, provienen del ambiente delincuencial. En lo que respecta a la célula del 11-M, muchos de ellos provenían de ámbitos delincuenciales; otros muchos, podían tener trabajos precarios, combinándolos también con actividades delincuenciales. No obstante, el caso mas paradigmático puede que ser el de Jamal Ahmidan cuyo perfil socio comportamental es recogido de manera extensa junto al del Serhane “el tunecino“ por el estupendo libro de la editorial Debate, Conexión Madrid de Ignacio Orovio y Justin Webster. Hoy a nadie extraña este tipo de perfiles pero en el año 2004 y posteriores aun se cuestionaba la autoría del 11M por parte de los terroristas inmolados en Leganés.

El padre de Jamal, Ahmidam, como otros tantos ciudadanos marroquíes emigró a Holanda, país en el que pasó algunos años para después volver a su Marruecos natal donde abrió varios establecimientos tras trabajar duro y ahorrar dinero. Descrito como un hombre muy religioso, duro y exigente, educó a sus hijos en la importancia de ir “por el camino recto”, para merecer así el respeto del resto de la comunidad, incidiendo además, en la necesidad de que sus hijos estudiasen para obtener así ventaja sobre el resto. Cuando aún iba a la escuela, su padre le reprochó una vez que no le ayudara en la tienda, que se levantara tarde de la cama y no rezar. Jamal se rebeló y le dijo que no le necesitaba, y que podía hacer sus propios negocios. En esa época fue cuando empezó a comprar y vender droga.

Jamal llegó a España en 1991, tras fugarse de Marruecos por estar acusado de asesinato, hecho del que fue absuelto años después

Jamal llegó a España en 1991, tras fugarse de Marruecos por estar acusado de asesinato, hecho del que fue absuelto años después. Conoció a su esposa en los ambientes delincuenciales de Madrid. En 1992, tanto ella como él, fumaban heroína habitualmente, y se dedicaban al robo. Al evitar Jamal que su mujer se inyectase heroína de manera habitual, y al internarla sus padres en un centro, éste gozó siempre de la estima de la familia de ella, a quien consideraban como “educado, respetuosos y cariñoso”. Jamal se dedicaba también al menudeo de drogas y, dada sus capacidades organizativas y comerciales, tal y como contó su mujer, “todo el que subía de Marruecos acababa trabajando para él. El que salía de la cárcel acababa trabajando para él “. Su capacidad adquisitiva llegó a tales niveles que era capaz de gastarse un millón de pesetas en una noche. Al consumo de heroína, se le sumaba el de cocaína, pastillas, reinoles y tranquimazines. El tráfico de estupefacientes exigía cierto uso de la violencia, que Jamal combinaba con el uso lúdico de la misma.

En todo veía racismo, desplantes o desafíos. Cualquier excusa era buena para sacar el cuchillo. Acciones de una violencia y visceralidad extrema que rozaban lo paranoide, donde su mujer veía “acciones suicidas”, y donde Jamal tensaba las situaciones al extremo, “importándole menos el riego de morir o ser herido que el de ser humillado”. Tras acuchillar a un hombre en el estómago, irse a dormir, salir de casa y atacar a unos guardias del metro y, dado que la policía siempre lo estaba atosigando, su novia y él convinieron ir a Canarias a visitar al hermano de Jamal. El padre de Jamal y su familia sabían de la vida de este, hecho que parecía contribuir a cierto sentimiento de culpa. Tras saber su novia que estaba embarazada, según contó ella, a veces parecía anhelar una vida normal. Después de robar Jamal cuarenta kilos de hachís decomisados por la policía, y venderlo con la satisfacción de ganar dinero y desafiar a la autoridad, volvieron a Madrid. Fue detenido y permaneció en la cárcel hasta octubre de 1996. En la cárcel empezó a inyectarse heroína. Durante los permisos, seguía su vida normal y, si bien el hecho de dedicarse a la venta de drogas y ser su mujer fumadora habitual de la misma, no parecía augurar una rápida desintoxicación, lo cierto que, dado su carácter extremo, fue capaz de dejarlo: "Que no fumo, que no fumo, y todo el permiso sin fumar y yo fumando”, “él tenía mono y en vez de fumar caballo, se iba a la mezquita, decía que le daba tranquilidad”. De la misma manera que Jamal había descubierto la religión, este obligaba a miembros de su banda y a los yonquis de Lavapiés a ir a la mezquita, con cuyo imán hablaba habitualmente.

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En noviembre de 1997 fue detenido en Francia y estuvo preso hasta finales de 1998. Tras su vuelta a Madrid, volvió con barba y con la firma resolución de rezar cinco veces al día, cosa que según su mujer le duró unos días. De nuevo sin dinero, empezó a robar a sus propios proveedores, y tal y como cuenta otro traficante de la época, “Jamal fue descubriendo que nadie se atrevía pedirle cuentas, porque te encontrabas con un cuchillo o una raja en la cara”.

En 1999 comenzó a distribuir pastillas procedentes de Amsterdam. Su éxito se mezclaba con sentimientos contradictorios, según su suegra, “se sentía culpable, me lo decía muchas veces, que no estaba conforme con su vida”. Su hermano Yusef sentía que “lo estaba pasando muy mal. Él manifestaba ante todos que había que pensar en la injusticia que estaba pasando en el mundo”. Según un traficante que trabajaba con él, “en plena prosperidad económica le entró el gusanillo, la vena de convertirse en buen musulmán”. Durante los viajes a Holanda, comenzó a visitar una mezquita cuyo imán conocía, además, a su padre de su estancia como emigrante. Según cuenta su colaborador, “preguntó a imanes y gente entendida en religión si podía hacer las dos cosas”; unas explicaciones que él se encargo de comentar entre los suyos, que lo que le hacía era “una forma de luchar contra los no creyentes, el vender droga era una forma de matar a los infieles”. Claro que, además de justificar sus actividades, empezó también a hacer donativos: “Empezó a donar muchísimo dinero, como que se quería deshacer de su dinero, como que era pecado tener ese dinero de unos actos delictivos”. A finales de 1999 fue detenido y enviado a un centro de inmigrantes extranjeros en Moratalaz. Durante su corta estancia, se erigió como imán de los magrebíes, e interlocutor de estos ante el director del centro. Jamal amenazaba continuamente con denunciar al centro por maltrato, con organizar huelgas de hambre y convertir el CIE en un infierno. Un mes más tarde se escapó del centro y, durante algunas semanas, estuvo llamando todos los días a las cuatro de la tarde al director del centro para mofarse de él y llamarle “gran Satán” y “gran torturador”. Al tiempo es encarcelado en Marruecos tras desplazarse al mismo a fin de arreglar su situación, pues Jamal estaba en búsqueda y captura por el asesinato de un joven toxicómano. “Fue en la cárcel marroquí donde Jamal comenzó a hablar distinto”. Tal y como cuenta su viuda: "Empecé a notarle raro. Me decía: ‘Es que están matando a muchos inocentes, que eso no es justo’. Y yo le decía: ‘Pero a ver Jamal, que no se te vaya la olla’, y él me respondía: ‘Es que los españoles os tenéis que levantar y salir a la calle’. Y luego otro día me comentó: ‘Cuando salga me voy a ir a Irak’, y yo le decía: ‘¿A Irak, a qué?’ Yo pensaba: ‘Se le pasará, se le pasará’. Salió de la cárcel porque le absolvieron, pero seguíamos andando agarrados por la calle, dándonos besos”.

El abogado de Jamal también percibió el cambio; cambió sus vaqueros y collares dorados, y empezó a acudir a las reuniones vestido con una túnica blanca y el Corán en la mano. Además de utilizar los habituales “si Dios quiere”, le contó a su abogado cómo había comenzado a ayunar, e incluso que había dirigido el rezo en prisión y que se sentía “un hombre nuevo”. Según avanzaba la solución legal a sus problemas, se agudizaba su impaciencia y frustración hacia el sistema judicial marroquí, de quien se sentía víctima. Según cuenta Ali Hidawi, miembro del partido Justicia y Caridad, cuando conoció a Jamal en la cárcel, este no mostraba unos principios muy definidos. Cuando quiso presentarle los principios de su partido, enseguida comprobó como el perfil de Jamal era de islamista violento, cercano al imán extremista Fizazi. Algo así se deduce de la conversación que mantiene el confidente Rafa Zohuier con su controlador, Víctor:

R: Le detuvieron los marroquíes, ¿no? Y claro, él estuvo en la cárcel en Marruecos, en plan…en plan, dentro de la cárcel. Pues cogió contactos desde dentro, en Afganistán y este rollo, ¿me entiendes?’

V: Ajá...

R: O sea, dentro de la cárcel conoció...conoció gente así, ¿me entiendes? Gente...del rollo ese. ¿Me entiendes?

V: Ajá.

R: Y empezó a tener relaciones y tal, y claro…y salió de la cárcel a los tres años en delito de asesinato, a los tres años estaba fuera, pero a los tres años el tío cambió, vino aquí, y cambió, empezó a rezar, empezó… ¿sabes?

V: Ajá.

R: Esto ya..., en plan como que… ¿entiendes? En plan ya...a Ahla y todo el rollo, ¿sabes lo que te digo? O sea, no beber alcohol, ya no roba ni na'...empezó a traficar, vino aquí a liarla.

Rescue workers lift  a body bag containing the body of a bomb victim from a train about one kilometer outside the main train station in Madrid, March 11, 2004.  Ten simultaneous explosions killed 182 people on packed Madrid commuter trains on Thursday in Europe's bloodiest attack for more than 15 years.                     REUTERS/Kai Pfaffenbach

Tras salir de la cárcel, en julio de 2003, retoma con su mujer la relación, tras dos años y medio en prisión. Al reencontrarse con su esposa, ya había dejado las drogas: “Me dijo que empezábamos de cero”, “cuando volvió le vi fenomenal, le vi muy bien”. Claro que, cuando volvieron a vivir juntos, ella y su suegra comenzaron a percibir los cambios: “Antes vestía con trajes, corbata y americana y de repente, se pone la clásica chilaba corta, pantalón de algodón ancho con sandalias”. Cuando el hermano de Jamal abrió un bar, este fue con su mujer a visitarlo: “Mírale, vendiendo alcohol aquí a los gitanos, cómo se te ocurre… Cierra ese local y vamos a buscar otro, y sirves tés, dulces y kebabs, pero alcohol no”. Todo parecía indicar que Jamal había vuelto con ganas de cambio: “De hecho, miró locales para poner un negocio y él tenia dinero para ponerlo. Un negocio tranquilo en el que pudiera trabajar, que él era un buen comerciante, que era a lo que se había dedicado con su padre toda la vida en Marruecos”.

Jamal y su religiosidad particular parecían relacionarse según las necesidades del momento; abrazó el islam al dejar la heroína, y comenzó a hacer donativos cuando ascendió en la jerarquía del hampa. Tras volver de la cárcel, a su mujer no le pareció raro que este volviese más moralista. Al no tener sus papeles en regla, volvió a sus negocios, pero de manera más discreta. Ya no había droga en casa y no le gustaba llevar coches llamativos. “Decía que mira cómo estaba yo, mira cómo estaba el niño, que parecíamos una familia de verdad”. Jamal parecía haber descubierto la vida familiar con su mujer e hijo.

No obstante, sus actividades criminales y modos de relación social seguían manteniendo unas dosis de violencia fuera de lo común. Es importante destacar el hecho de que el respeto en este tipo de ambientes se genera a través de la agresividad. Una agresividad que no puede quedarse en palabras, sino que ha de demostrarse con hechos.

Parte del éxito del liderazgo de Jamal consistía en que nunca dejaba que, ni a él ni a su entorno, nadie pudiese perderle ni un ápice de respeto. Cuando su hermano Abdellilah, el cual estaba enganchado a la heroína junto a su novia gitana, recibió una paliza por parte de la familia de esta, la madre de Jamal pidió ayuda a Jamal. Este reunió a sus antiguos seguidores y apareció en el barrio donde vivían los agresores, dando comienzo a una batalla campal que terminó con la imagen de Jamal apuntando con su pistola a la cabeza de un gitano, apodado Nika, al tiempo que decía: “Voy a volar todo el puto barrio”. La policía de Alcalá de Henares captó una conversación entre Jamal y su hermano, en la que Jamal, obligado a hacer de protector de la familia, le dice: “Que te mueras y nos quedamos tranquilo. Por tu culpa tengo que ir a los bares y tengo que beber alcohol. No eres un hombre para nada. Eres la basura de la familia. Esta chica te ha embrujado. La quitaré de en medio, y que sepa quién es Jamal El Chino. Ya te enseñaré el crimen que voy a cometer con esa puta”.

Mucha gente era la que debía dinero a Jamal, entre ellos un antiguo colaborador. Al volver a España, Jamal le pidió a su antigua mano derecha, Abdellilah, que concertase una cita con Hamid, quedándole a este la sensación de que “como que me la iba a cargar. Ya había llegado el todopoderoso Jamal”. Efectivamente, al discutir las cuentas, Jamal intentó apuñalarlo; al no conseguirlo, estuvo llamándole para amenazarlo sin cesar, hasta que este cambió de teléfono. Otro traficante que también le debía dinero recibió un tiro en la pierna, en medio del casco viejo de Bilbao.

Sobre la influencia del reclutador sobre el reclutado, el caso de Sarhane y Jamal Ahmidan, “El Chino”, puede constituir un buen ejemplo del mismo. No porque Jamal no estuviese ya radicalizado antes de conocer a Sarhane, sino porque es probablemente Sarhane quien recluto a Jamal para su integración en la estructura terrorista. De la ascendencia, esta puede observarse a través de las declaraciones en prensa de la viuda de Jamal

“Pero luego, como en septiembre o en octubre, empecé a oír a hablar del tal Sarhane El Tunecino, y él ya empezó a cambiar. Ya no me agarraba por la calle. Me decía que me cogiera el pelo en una coleta. La expareja de mi madre, que iba con él porque le arreglaba los coches, me decía: Rosa, hay uno que le tiene comida la cabeza, que está todo el día hablando de él. Ten cuidado, que le está diciendo que la española...”

“Cuando llegaba a casa, yo le daba caña. Y él me decía: Tranquila, que yo sé lo que tengo que hacer. Jamal tenía una cosa, y es que convencía a todo el mundo, pero no por el miedo, sino por su respeto, por su forma de ser. Coño, que yo le he visto llegar a Lavapiés cuando salió de la cárcel, coger a todos los yonquis y llevárselos a la mezquita a rezar. Y decía: Pero bueno, o sea, ¿dónde vas Jamal? Yo muchas veces pienso, ¿sería un psicópata? Pero cómo podía ser dos cosas, lo que yo veía y otra tan distinta...”

“Por entonces, el niño iba a un colegio de monjas. Tras conocer a Sarhane, empezó a decir que había que llevarlo al colegio de la mezquita de la M-30, a la madraza..."/ “Uno de aquellos días vino El Tunecino a casa, y Jamal me mandó a la habitación. No me dejó salir hasta que Sarhane se fue. En Nochevieja, le llamé para decirle que si iba a venir a cenar, y me dijo que no sabía. Escuché por detrás la voz de Sarhane diciéndole: Déjate de fiestas de cristianos y vamos a hacer lo que tenemos que hacer”.

 "Yo lo que veía muy raro es que estaba todo el día con el Internet, todo el día, con un portátil, y una noche le vi a las cuatro de la mañana con Bin Laden a toda pantalla, y le dije: Pero bueno, Jamal, ¿qué haces viendo a Bin Laden en Internet?”

En enero, Jamal alquiló, con la ayuda de Sarhane, una casa de campo, que pretendía llenar de cabras y gallinas. Según declaró su mujer: “Me lo dijo con una ilusión y una manera… Cogió las llaves, no esperó ni dos horas para llevarme a Chinchón a enseñarme la casa. Yo dije: ‘Hijo, espérate a mañana que está anocheciendo’. Pero él insistió en ir inmediatamente”. Empezó a reformar la casa, contrató como albañiles a miembros de su antigua organización y, además, él mismo colaboraba en la reforma y se mostraba muy amable con los vecinos: “Ya verás el verano que viene lo bien que te lo vas a pasar en la piscina, aquí puedes hacer lo que quieras porque no te ve nadie, y con las ovejas, las gallinas...”. No obstante, Jamal comenzó a sufrir cambio de humor, según destacó su mujer. Abdelilah “El Chiquitín”, antiguo lugarteniente de Jamal, sí pareció advertir la situación. Tal y como ella contó, este le dijo que “le están metiendo mucha cizaña, intenta llevártelo contigo a donde sea”, pues según parece, “estaba con gente que no le gustaba nada, y que no era el mismo Jamal de siempre, que estaba rarísimo, estaba enfadado todo el rato y que había uno llamándole todo el rato que no hacía nada más que comerle la cabeza".

Las reformas de la casa de Morata tenían por objeto, además de ganar un piso, pintar la casa, construir una chimenea, y un hoyo bajo el cobertizo con material aislante para ocultar la dinamita. Los días previos al atentado, su mujer discutió varias veces con él; Jamal le contó entonces que se sentía muy presionado, “que se sentía mal, que se ahogaba, que no podía, que había…que había veces que le gustaría decirme muchas cosas pero que no podía”. Ella, pensando que se trataba de un asunto de drogas, le dijo que podían irse unos días de viaje con el niño, con el ánimo de desconectar, y que en el colegio no le pondrían problema, a lo que le respondió: “Es que no puedo hacer eso, es que no puedo fallar”.

El 11-M, la ciudad queda conmocionada. Jamal desaparece de casa el día 9 de marzo y volvió a dar señales de vida el día 11, una hora después de los atentados. El

El propio hijo de Jamal declara en el diario El Mundo su particular vivencia de aquel día cuando tenia 9 años, “parecía que el ritmo de la ciudad se había helado, sin más movimientos y ruidos que las ambulancias y las sirenas.” Tras las explosiones asegurara que llego “muy tarde al colegio y cuando entré en clase mis compañeros me aplaudieron porque estaba vivo. Y entonces sentí como si el peligro hubiera pasado”.

Tras la detención de Zougam el día 13, Jamal le dijo a su mujer que se iba a Francia: “Joder Jamal, esto me suena a despedida”, a lo que él respondió que no. Jamal le entregó entonces un listado de nombres que le debían dinero. Unas horas después, Jamal cambió de opinión, y se quedó. "Le seguía llamando y nada, no me cogía el teléfono. Ya por la noche del viernes, me contesta. Oye, le digo, ¿dónde estás? Y me dijo: ‘Por ahí....’. ¿Pero te vas a ir a Francia? ‘No, he cambiado de opinión’. Me preguntó qué estaba haciendo yo, y le dije que acababa de llegar de la manifestación. Me dijo: ‘Joder, se han pasado los de la ETA’. Le respondí: Sí, pero como has desaparecido así, hasta cualquiera puede pensar que has sido tú. Y me respondió: ‘¿Cómo?’ Se quedó de piedra. Impactado. Colgó el teléfono. Tardé cuatro o cinco días en volver a contactar con él”.

Los días siguientes, Jamal visitó a su hermano Mustafá y a Yousef, acompañado de Rachid Oulad. Tras despedirse de ellos, y admitir de manera implícita su participación en los atentados, Rachid les pidió que rogasen para que no les cogiesen vivos. Según la entrevista concedido a por la hoy viuda de Jamal Ahmidan al diario El Mundo, el día 18, Jamal duerme en casa con su mujer, y el día 19 celebra el día de San José junto con su suegro, en la casa de Morata. Su mujer destacó que Jamal estaba tranquilo: “Cogió toda la basura, los platos de plástico y todo, los metió en dos sacos blancos y los metió en el maletero. ¿Qué haces?, le dije. Nada, me contestó, ya la tiraré en Madrid". El día 20, Jamal se siente vigilado y su mujer le advierte que la policía lleva dos días a la puerta de su casa. El día 25, según siguió contando su mujer, “me saca a la calle y me dice que no voy a volver a verle más, que cuide mucho del niño, que siga mi vida, que lo estoy haciendo muy bien, y que siempre estará con nosotros”. Cuando ella pensó que Jamal estaba siendo vigilado por un asunto de drogas, y le prestó su colaboración para huir, este le contestó que “no había nada que hacer”. El día 26, la mujer de Jamal fue detenida, y fue informada del motivo por el que buscaban a Jamal.

El día 3 de abril, Jamal llamó a su mujer: "El 3 de abril, me llamó desde el piso de Leganés pero no era capaz de hablar. Sólo me dijo que era mejor morirse, que no se iba a entregar, que era mejor morir. Yo de fondo oía mucho cántico, mucho rezo y conmigo habló poco.¿Jamal eres tú, Jamal eres tú...? Por favor entrégate’. Y él me dijo: ‘Si me entrego, os arruino la vida a ti y al niño. Perdóname todo. Sólo te pido una cosa: cada vez que mires a los ojos al niño, acuérdate de mí’. Y me colgó el teléfono” y al tiempo, la detonación.

A finales del 2008, el hermano de Jamal, Hicham Ahmidal fue condenado en Salé (Marruecos) a 10 años de prisión por su implicación en el 11-M. En una entrevista a Pilar Manjón a raíz de esta condena, la presidente de la asociación de victimas del 11-M denunciaba que "al hijo de 'El Chino' le besan los pies en la mezquita de la M-30 por ser hijo de un mártir."

Durante el juicio por los atentados del 11-M, Hamid Ahmidan, primo de Jamal fue condenado a 23 años de prisión, luego reducidos a 13 por, pertenencia a banda armada y tráfico de drogas. Según Audiencia Nacional, quedaba acredita la posición de Hamid como “persona de confianza” de Jamal “mowgli” para quien “realizaba cuantos actos y servicios”. Fue, entre otras cosas el encargado de vigilar la finca de Morata de Tajuña y preparar el escondite en el que se escondió el explosivo usado en el atentado. En una carta publicada por el diario El Español, Hamid asegurara que esta “en contra de los hechos ocurridos actualmente en Siria y en todas las partes del mundo donde se está matando a víctimas inocentes por motivos religiosos”. A finales de marzo del 2017, fue expulsado a Marruecos tras cumplir su condena y recobrar su libertad.

El 26 de diciembre de 2014, fueron detenidos Jabir y Bilal Ahmidad, hermanos de Jamal Ahmidan a los que la Policía acuso de secuestro, amenazas y lesiones a una tercera persona. Durante el registro del domicilio de Bilal, ambos hermanos desafiaron a los agentes. Durante el registro, los amenazaron a los policías con el tradicional “os vamos a matar” y con “poner una bomba” en la comisaría y con llamar a sus “amigos yihadistas” para que se encargaran de ellos. Durante el registro la policía hallo una hoja escrita en árabe con alusiones a la yihad y donde aparecía el dibujo de una persona con un cinturón de explosivos y una pistola que portaba la inscripción “Allah bom bom bom”, una katana y dos pistolas.

Los atentados del 11-M produjeron 191 víctimas mortales y 1.856 heridos, 17 de los 26 condenados por la masacre esta ya en libertad, 8 en España y 1 en Marruecos. En junio de este año está previsto que salga Hassan el Haski, exdirigente del Grupo Combatiente Islámico Marroquí. Entre 2022 y 2023 será excarcelados Rachid Aglif “el conejo”, Mohamed BouharratAbdemaljid Bouchar “el gamo”.

“El chino”, figura clave del 11M