viernes. 29.03.2024

Hay opiniones sobre el general Francisco Franco que serían esperables en la gavilla de agitadores que José Mará Izquierdo llama cornetas del Apocalipsis, amalgama de viejos franquistas y viejos izquierdistas, anarquistas o comunistas -Dragó, Albiac, Losantos, Moa, Tertsch- devenidos en nuevos franquistas, que forman la faltona vanguardia del tinto party español, porque, aquí, el té tiene pocos seguidores. Pero lo esperable en estos opinadores, que cada día se despachan a gusto contra progres y demócratas, no se puede aceptar en la Real Academia de Historia. No son lo mismo los tertulianos, que hablan y escriben para empresas privadas, que instituciones públicas que producen conocimiento. No se puede equiparar la bilis con el saber, ni la propaganda con la investigación. Por eso ha llamado tanto la atención el amable perfil biográfico de Francisco Franco, escrito por Luís Suárez, para el Diccionario Biográfico Español. No parece accidental que Luís Suárez sea presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos y privilegiado mortal que ha sido autorizado a consultar los fondos de la Fundación Francisco Franco, financiada con dinero público pero que la familia del dictador, perdón, del general, mantiene cerrada a cal y canto, como si se tratara de custodiar los asuntos privados de una finca llamada España. Todo lo cual puede tomarse como un disparate o como un ejercicio de coherencia de la Real Academia de Historia a la hora de encargar los trabajos de ese diccionario, que visto lo visto, aclarará pocas dudas. Alguien habrá pensado, ¿quién es el autor más adecuado para escribir la biografía de Franco? Elemental, querido Watson, o querido Gonzalo: un franquista. Y siguiendo este criterio podría preguntarse, ¿quién es el autor más adecuado para escribir la historia ETA? Pues igual de elemental: Cheroki, aunque escribir le suponga un reto casi insuperable. Y así sucesivamente, con lo cual llegaremos a tener una historia de España que será tan ilustrativa como una colección de cuentos de Calleja (D. Saturnino).

Dejando aparte, por el momento, su inmisericorde comportamiento con los llamados vencidos y la ola de represión política que duró cuarenta años, cuyos efectos se siguen viendo al cabo de tanto tiempo en la exhumación de fosas, desde el punto de vista del poder, Franco concentraba en sus manos la Jefatura del Estado y del Gobierno -hasta 1973, en que otro militar, el almirante Carrero Blanco, ocupó la presidencia del Gobierno-, ostentaba el mando supremo del Ejército y del Movimiento Nacional, que era el partido único; la presidencia del Consejo Nacional y de la Junta de Defensa Nacional, designaba a los presidentes del Consejo del Reino, de las Cortes Generales, del Tribunal Supremo, del Tribunal de Cuentas y del Consejo de Economía Nacional, nombraba a los ministros del Gobierno, a cuarenta Consejeros nacionales, a 25 procuradores en Cortes, al Jefe de la Organización Sindical, disponía de iniciativa para promulgar leyes, que los procuradores en Cortes se limitaban a ratificar entre aplausos, intervenía en el nombramiento de obispos y designó un sucesor con el título de rey. Y no sé si me dejo algo.

Además de las potestades conferidas por los cargos oficiales, institucionales, disponía de otros mecanismos para hacer que se cumpliera su voluntad (o la de otros u otras), expresada en forma de deseos, sugerencia o consejos, que el conjunto de correveidiles que le rodeaba ejecutaba o hacía ejecutar prestamente, como si fueran órdenes imperiosas. Y de hecho lo eran.

¿Un dictador?