viernes. 29.03.2024
capitan-lagarta

El capitán, aunque no guste del trabajo, sabe lo que es estar en el tajo. El trabajo físico jode la espalda y revienta a un santo: eso se soluciona con un poco de piltra; pero cuando la presión es psicológica, no deja dormir y acaba matando. Llaman mobbing a esa jodienda. Los jefes, compañeros, subalternos e incluso clientes  -en este orden-  pueden presionar al currante para que se vaya de la organización. La manta de palos morales iniciará con suaves y sutiles coacciones: “¿es usted el nuevo?”, “Dígame, ¿usted dónde estudió?, de modo que el primo notará que no hay buen rollo porque estos comentarios se acompañan de un no se qué raro e indefinible: el leve arqueo de una ceja, una sonrisita perfecta mostrando la piñata pero acompañada de mirada inexpresiva. Las putadas irán in crescendo: le retirarán la palabra, le harán el vacío, le asignarán tareas infames, fiscalizarán escrupulosamente su trabajo: “¿usted dónde aprendió a escribir?, vuelva a redactar el documento”, nada estará nunca bien hecho, le criticarán y humillarán en público, le amenazarán con el despido, le provocarán para que estalle, bromearán, atacarán su vida personal, recibirá anónimos, soportará gritos, esconderán sus herramientas para que no pueda hacer bien el trabajo, idearán triquiñuelas para que falle. De este modo el trabajador diana se sentirá culpable, inútil, no conseguirá desconectar. La depresión llamará entonces a la puerta, tendrá problemas en casa: “¿qué le pasa a papi? / qué le pasa a mami?”, la fibromialgia, el reuma y al final, al final, el autocultivo de malvas. Una conducta de acoso no constituye mobbing, es la reiteración la que daña, poco a poco, como la tortura de la gota china. Gutta cavat lapidem. Lo mejor para el trabajador es borrarse -la bolsa o la vida- pero, con los tiempos que corren, ¿qué será de su familia?. En la empresa privada la peña se va a la primera de cambio, pero en la admistración pública ¿quién se atrevería a dejar una plaza?. Por esto hay más mobbing en lo público. Hay empresas como France Télécom donde la tasa de suicidios supera la tasa “normal” de la población: los gabachos tampoco se andan con chiquitas. Iñaki Piñuel, de profesión loquero y especialista en el tema, caracteriza a las víctimas como asertivas, valientes, vamos, que dicen las cosas. Dice además que profesionalmente son muy válidas. El capitán se explica ahora por qué cuando era soldado raso oía aquella máxima borreguil y mediocre de “no destaques; ni de primero ni de último, vete siempre por el medio”. ¿Y cómo son los malos de la película?. Gimeno Lahoz, otro pólvora en el asunto, magistrado para más inri, llama presión laboral tendenciosa a esta fina molienda. Y a quienes manejan el molinillo les denomina MIA: Mediocres Inoperantes Activos. El capitán les pondría otra sigla más fea, pero quienes le conocen saben que nunca es descortés por bárbaro que sea el enemigo. Dejará entonces sea la imaginación del inteligente lector quien les asigne etiqueta resolviendo el siguiente enigma: “marca de impresora, dos letras”. Estos angelitos no están locos, saben lo que hacen; en los juicios se les oirá decir: “nosotros no pretendíamos hacerle daño, la persona es muy sensible”. Nosotros, qué listos. Dicen que son algo narcisistas, puede ser, pero lo más probable es que exuden envidia por todos los poros de la piel. Se atribuye a Quevedo eso de que “la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Recuerde el lector aquella fábula en que la serpiente persigue a la luciérnaga y esta un día, cansada, se da la vuelta y pregunta: “¿si no comes bichos como yo, por qué me sigues?”. “Porque billas tanto...”, responde el ofidio. El capitán propone a la representación legal de los trabajadores que le echen un par y peguen en el tablón de anuncios un cartel que ponga arriba, bien grande y en rojo: “MOBBING” (todo quisqui se acercará), seguido del subtítulo “EN ESTA EMPRESA ESTÁ PROHIBIDO” y a continuación 10 o 12 conductas de acoso laboral -ver Escala Cisneros-, aparejando a cada una de ellas un artículo apropiado del Código Penal. El cartel puede cerrar diciendo algo que no es nada del otro jueves: “las grabaciones, aunque no sean consentidas, son prueba en los procesos judiciales”. A ver quien es el guapo o guapa de RRHH que ordena y manda se quite de inmediato un cartel tan provocativo y falto de respeto. Al leerlo, quien sea bien nacido dirá: “cómo está el patio”. Quien no lo sea, pensará:  “carajo, hay que andarse con cuidado”. Los corderos empezarán a hablar. La banda de simios del jefe MIA se disolverá. Y la víctima, la víctima romperá a llorar, pues al fin sabrá lo que le pasa.

El morbo del mobbing